Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

No hay un robot llamado Luisa

De la ficción a la realidad, la evolución de los robots ha recorrido caminos que han sorteado casi por completo todo lo que la literatura imaginó.

Dejando de lado a autómatas míticos como el Golem de Praga o la Galatea de Pigmalión, y a los seres metálicos de los relatos mitológicos como el Talos de bronce de los Argonautas o los sirvientes metálicos de Vulcano, los antecedentes del robot son los autómatas, seres que imitaban la vida, movidos por agua o vapor. En Grecia, en el siglo V a.C., Arquito de Tarento propuso una paloma mecánica accionada por vapor, y Herón de Alejandría construyó varios autómatas en el siglo I de nuestra era. Cierto que podían hacer pocas cosas, pero el aparente carácter voluntario de sus movimientos cautivó a los espectadores.

Fue Leonardo Da Vinci quien diseñó hacia 1495 el primer robot: un caballero cubierto por una armadura medieval germanoitaliana capaz, según el diseño, de sentarse, ponerse de pie, mover los brazos y accionar una quijada anatómicamente correcta. Lo más probable es que Leonardo nunca intentara construirlo, como pasó con las demás ideas que lo asaltaban, apasionado por atacar nuevos desafíos a su intelecto. Fue hasta 1738 cuando el ingeniero francés Jacques de Vaucanson presentó ante la Academia de Ciencias francesa el primer autómata moderno, un personaje que tocaba la flauta y el tambor, y que superaba con mucho a los juguetes mecánicos en boga por entonces. De Vaucanson construiría algunos autómatas más, incluido un pato con 400 partes móviles, capaz de comer grano y defecar, antes de dedicarse a la industria, como uno de los pioneros de la automatización.

El robot moderno nace en 1920 con la obra teatral R.U.R. Rossum's Universal Robots, del dramaturgo checo Karel Capek, estrenada en 1921. En ella, un científico crea a unos trabajadores artificiales que, en la mejor tradición frankeinsteiniana, se rebelan contra el creador, intentan apoderarse del mundo y descubren sus propios sentimientos humanos. La palabra "robot" fue sugerida a Karel por su hermano, el pintor Josef Capek, y proviene del checo "robota", que significa, precisamente, "trabajo aburrido o pesado".

Los robots de Capek no eran metálicos, sino orgánicos, lo que llamaríamos hoy "androides" o, siguiendo a Blade Runner, replicantes. Pero lo esencial es que no eran simples máquinas programadas, eran capaces de decidir con autonomía. Con Capek, el autómata deja de ser una simulación del movimiento para entrar de lleno en la simulación del pensamiento y las emociones. Sin embargo, la ciencia ficción en general optó más bien, en una visión industrial y simplona propia del momento, convirtiendo al robot en un ser electromecánico. A ello contribuyó de manera especial "Elektro", robot humanoide construido a fines de la década de 1930 por la empresa Westinghouse, con objeto de promocionarse.

El surgimiento de los ordenadores a resultas del trabajo de Alan Turing hizo posible la idea de realmente crear aparatos capaces de manipulaciones complejas con cierto nivel de autonomía, verdaderos robots. Nació así la robótica (bautizada por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov). Pero mientras la ciencia y la tecnología avanzaban lentamente en busca de verdaderos robots, en los años 40-50 del siglo pasado el cine de ciencia ficción de serie "B" se llenó de robots, algunos memorables como el Robbie de Planeta prohibido o el Goort de El día que paralizaron la tierra, pero en general lamentables cuando no cómicos, simples actores malos, pero enlatados.

Los robots de la ciencia y la tecnología, sin embargo, no se parecían a los imaginados por el arte. No son humanoides, sino a veces brazos móviles controlados por ordenador capaces de complejos movimientos, que pronto se hicieron presentes en las líneas de montaje, o pequeños vehículos con vulgares ruedas, poco impresionantes incluso cuando van armados con fusiles de asalto para detener delincuentes sin poner en peligro a los policías humanos… carritos muy alejados de Robocop y de Terminator.

Y, sin embargo, los robots de hoy, además de sus devastadores efectos en el empleo en la industria, se han convertido en elementos esenciales en muchas actividades humanas. Desde los pilotos automáticos de los aviones modernos como los Airbus, que, en palabras de un ingeniero aeronáutico asombrado "vuelan solos", moviendo robóticamente todas las piezas de dirección y velocidad de la aeronave, pasando por los robots que recogen y aseguran paquetes sospechosos de contener explosivos, los robots que sueldan los microcircuitos de nuestros ordenadores y los proyectos de robots que eviten a los bomberos acciones de avanzadilla altamente peligrosas en incendios, los robots de aspecto poco o nada humano ya están salvando vidas, que no es mal principio.

De todos modos, hay quienes siguen empeñados en la creación del mítico robot humanoide. Proyectos como los de los robots Asimo y P3 de la empresa japonesa Honda, los robots de la Universidad de Waseda (como Wasubot, capaz incluso de interpretar un concierto) y el más reciente, Choromet, con su aspecto de Transformer, han impulsado además intensos trabajos en áreas sumamente diversas. Para que un robot camine, por ejemplo, es indispensable conocer a fondo los secretos de la locomoción humana, y en ello participan médicos, físicos, anatomistas y neurólogos. A ello se añaden los programadores que convierten esos conocimientos en instrucciones que puedan, efectivamente, permitir a un robot realizar algunas acciones aparentemente humanas.

Así, si pese a todo no se consiguiera nunca tener un robot llamado Luisa, que se parezca a una Luisa humana y actúe como ella, los avances sirven, por ejemplo, para crear prótesis robóticas que liberan a personas que han perdido miembros o movilidad. El sueño de tener robots humanos es, en todo caso, un potente motor para buscar y encontrar nuevos límites a la tecnología y a la ciencia. Lo cual ya es motivo para estar agradecidos con nuestros robots.

Las leyes de la robótica


Atribuidas a Isaac Asimov, quien las utilizó en numerosos cuentos y novelas, las tres leyes de la robótica de la ciencia ficción fueron desarrolladas por él junto con el mítico editor John W. Campbell. Las contradicciones entre esas tres leyes aparentemente sencillas que los robots deben seguir fueron, y siguen siendo, alimento de muchas obras de la ciencia ficción:

1. Un robot no puede dañar a un ser humano, ni permitir por su inacción que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la primera ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando tal protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

Dormir, tal vez soñar

Pasamos la tercera parte de nuestra vida durmiendo, y sin embargo apenas estamos averiguando lo que ocurre en esas horas de silencio.

El sueño es un estado peculiar: no estamos inconscientes, pero se reduce notablemente nuestra sensibilidad a los estímulos externos; nuestros movimientos voluntarios se cancelan, aumenta el anabolismo (la creación de estructuras celulares) y disminuye el catabolismo (la destrucción de las mismas). Dormir no es, sin embargo, un acto peculiarmente humano. Todos los mamíferos, aves y peces duermen, de distintas maneras. y al menos los mamíferos superiores exhiben comportamientos y ofrecen mediciones que nos hacen suponer que experimentan alguna forma de ensoñación. Quien haya visto a su perro mover las patas como si corriera jadeando mientras duerme, no puede evitar pensar que está soñando en perseguir a una liebre o cosa similar.

Durante gran parte de la historia, el acto de dormir fue un profundo misterio. ¿Por qué en un momento dado nos vemos agobiados por la necesidad de quedar dormidos, indefensos, durante largas horas? ¿Qué es ese estado peculiar que se parece a la muerte? ¿Qué pasa con la personalidad durante ese tiempo? No deja de ser llamativo que el sueño sea una necesidad tan apremiante y tan poderosa que puede uno ver soldados durmiendo en el fragor de una batalla, cuando el cansancio los había vencido con más eficacia que el enemigo. Por otra parte, a los sueños en sí (que los científicos llaman "ensoñaciones" por cuestiones de claridad) se les consideró "revelaciones", "comunicaciones con los dioses o con el mundo de los muertos", "visiones proféticas", "tentaciones del diablo" y muchas cosas más.

Pero, además, la falta de sueño puede ser muy peligrosa. El no dormir lo suficiente de manera continuada, según algunas investigaciones publicadas sólo durante 2006, puede ser responsable de un aumento en el riesgo de ciertos tipos de obesidad, hacer menos confiable la memoria, reducir la confiablidad de los conductores, perjudicar nuestra capacidad de tomar decisiones correctas, reducir la disposición al aprendizaje, aumentar la tendencia a la hipertensión arterial y ocasionarnos muchísimos otros problemas.

El estudio científico y riguroso del sueño y de las ensoñaciones no comenzó sin embargo sino hasta el siglo XX, con herramientas como el electroencefalógrafo, que nos permite ver, así sea mínimamente y de modo más bien confuso, parte del funcionamiento del cerebro humano. Esta y otras formas de observación nos han permitido identificar cinco etapas del sueño. La quinta es la llamada "REM", por las siglas en inglés de "movimiento rápido de los ojos", y que ocurre sobre todo en el último tercio de la noche, ya que la caracteriza el rápido movimiento de los ojos detrás de los párpados, algo que no ocurre en las primeras cuatro, llamadas por ello "no-REM". Las etapas de sueño REM y no-REM se suceden continuamente durante la noche en ciclos de aproximadamente 90 minutos. La primera, la de somnolencia, ocurre cuando estamos quedándonos dormidos, y durante ella ocurren las alucinaciones hipnagógicas, sensaciones que parecen reales (por ejemplo, muchas historias de fantasmas y de secuestros por parte de supuestos extraterrestres son claramente alucinaciones de este tipo, que incluyen sensaciones de parálisis y desamparo). En la segunda etapa desaparece la conciencia del mundo externo y cae el tono muscular; está presente durante más de la mitad del período de sueño. La tercera es considerada una transición hacia la cuarta y no ocupa ni el 10% del tiempo de sueño. La cuarta es el "sueño profundo" porque es muy difícil despertar de él al sujeto, y es la etapa en la que ocurren episodios de terror nocturno, de mojar la cama y de sonambulismo, y ocupa alrededor del 10% del período de sueño.

Anteriormente, se pensaba que las ensoñaciones sólo se presentaban durante el sueño REM, pero ahora se sabe que también las hay durante las otras cuatro etapas, aunque es en la etapa REM donde suele haber más sueños visuales y profundamente estrafalarios, absurdos y al azar, los que más identificamos precisamente con la ensoñación.

El significado mismo de las ensoñaciones aún es materia de debate, en parte por su carácter esencialmente subjetivo. Hay desde hipótesis que indican que las sensaciones que percibimos son sólo un intento del cerebro por darle sentido a una serie de descargas aleatorias y sin significado intrínseco, como tratamos de encontrar caras en formaciones al azar. Esta hipótesis estaría al otro extremo de quienes aún creen que los sueños son una puerta hacia aspectos especiales o relevantes de nuestra personalidad o emociones. Entre ambos extremos, abundan las propuestas, pero aún estamos lejos de tener respuestas sólidas y confiables.

Las alteraciones del sueño "normal", definido como aproximadamente ocho horas diarias de reposo continuo, pueden interferir gravemente con la vida normal. El insomnio, la más frecuente de ellas, produce graves alteraciones físicas y, sobre todo, emocionales. Su extremo contrario es la narcolepsia, que hace que sus víctimas se queden dormidas inevitablemente en cualquier momento, incluso, por poner ejemplos especialmente peligrosos, mientras están cocinando o bajando escaleras. Las pesadillas recurrentes, las alucinaciones hipnagógicas (y su contraparte, las hipnopómpicas, similares a las anteriores, pero que ocurren en la transición que se da al despertarnos), el bruxismo (rechinar los dientes durante el sueño), las sacudidas de las piernas (que resultan en darle patadas al compañero de cama), los ronquidos excesivos, los terrores nocturnos y el temido jet lag o desincronosis, son áreas en las que se sigue investigando pero cuyos efectos desagradables son conocidos por prácticamente todos nosotros.

Si según Calderón la vida es sueño, de lo que cada vez hay menos dudas es de que el sueño, un sueño suficiente y de calidad, es vida. Y sin necesidad de buscarle siquiera significados más allá de lo razonable.

La ciencia de la siesta


En junio de este año, el Dr. Denis Burdakov, de la Facultad de Ciencias de la Vida de la Universidad de Manchester informó de la identificación del mecanismo que nos produce somnolencia después de comer, es decir, lo que invita a la siesta, costumbre extendida entre muchos animales además del ser humano. En líneas generales, el aumento de la glucosa en sangre que se da después de la comida bloquea o inhibe a las neuronas que producen ciertas proteínas, llamadas orexinas, cuya función es regular nuestro estado de conciencia. Es decir, nuestro organismo está diseñado para tener sueño después de comer. Y esto también explica por qué es difícil conciliar el sueño cuando se tiene hambre.

No dormir siesta podría ser, al fin y al cabo, antinatural.

¿Es una nueva especie?

El cada vez más amplio conocimiento que tenemos de la vida en el planeta está, sin embargo, lejos de estar completo, y a veces parece menos preciso que en el pasado.

Se calcula que pueden existir entre 10 millones y 30 millones de especies de insectos en nuestro planeta. Una cifra especialmente asombrosa si tenemos presente que únicamente se conoce y tiene clasificado menos de un millón de especies de insectos. De todas las demás formas animales, actualmente conocemos alrededor de 200 mil especies, y es difícil calcular cuántas pueden existir en realidad. En lo referente a las especies vegetales, nuestro conocimiento es igualmente escaso, pero a guisa de ejemplo conocemos alrededor de cien mil especies de hongos, y se calcula que debe de haber más de un millón y medio de ellas.

Solemos pensar que las "nuevas especies" (es decir, nuevas para la clasificación científica, para nuestro conocimiento, pero evidentemente no de surgimiento reciente) sólo pueden encontrarse en lugares inaccesibles y que están esencialmente aún por explorar: selvas aisladas, las fosas abisales del mar, las más altas cumbres, cañones, gargantas, cuevas, cavernas y demás sitios a los cuales sólo pueden llegar exploradores que sumen espíritu aventurero y habilidades singulares junto con una condición física admirable, algo así como Indiana Jones. Pero el hecho es que la aparición de nuevas especies es un fenómeno constante en todo el mundo. Actualmente se calcula que se clasifican cada año alrededor de 15 mil nuevas especies animales, de las que más del 60% son insectos, y de ellos, 20 son descritos en España.

Calcule usted, simplemente, cuánto tiempo se ha dedicado a observar las aguas poco profundas frente a la costa del Cantábrico, cuánto de ellas ha sido observado cuidadosamente y pregúntese si es razonable suponer que ya conocemos a toda la flora y fauna de la zona.

El problema, pues, no es encontrar "nuevas especies" en general, esto ocurre constantemente, aunque los medios se hacen eco únicamente de algunos descubrimientos, sobre todo de mamíferos de gran tamaño o de parientes del hombre, como sería el caso de los chimpancés gigantes o del hombre de Flores. El hallazgo de cada nuevo escarabajo, lagartija o rana, de cada una de las 15 mil especies mencionadas, no podrían materialmente ocupar espacios en la prensa.

Esto ha llevado a afirmaciones curiosas por parte de los detractores de la ciencia, que suelen hacerse presentes cuando se difunde alguna de estas noticias para sugerir que "los científicos" ya creían conocer a todas las especies y algunos, incluso, "decían" que ya no se iban a encontrar más, demostrando únicamente su propia ignorancia.

El verdadero problema está en el hecho de que la definición misma de "especie" es todavía imprecisa y a veces tremendamente nebulosa.

¿Qué es una especie?

Lo más probable es que usted conozca alguna variante de la definición de "especie" que propuso en 1942 el recientemente fallecido biólogo evolutivo Ernst Mayr: un grupo de seres que pueden reproducirse entre sí, pero están reproductivamente aislados de los demás. De acuerdo a esta definición, por ejemplo, pertenecen a una especie todos los caballos que se pueden reproducir entre sí dando como resultado hijos fértiles. Las hibridaciones como las mulas, producto de la cruza del caballo y el burro, no son fértiles, por lo cual el caballo y el burro son de especies distintas.

Esta definición es útil en muchos casos, pero pronto topó con el problema de que sólo se ocupaba de los seres vivos que se reproducían sexualmente. Es decir, dejaba fuera, por ejemplo, a los entre cinco y diez millones de especies de bacterias que se calcula que existen en nuestro planeta. Por otro lado, algunos híbridos como los "ligres" y "tigones" (resultado de la cruza de tigres y leones) son fértiles, en particular las hembras de ligre, que pueden cruzarse con tigres para procrear "tiligres". Todo lo cual no nos lleva a cerrar los ojos al hecho de que en su conducta, su morfología, su biología y su vida social "normales", tigres y leones no son lo mismo, sino que pertenecen a especies diferenciadas.

Por ello, los científicos añadieron otras definiciones de "especie" destinadas a permitirnos distinguir y clasificar mejor a los seres vivos a nuestro alrededor. En algunos casos, la especie es determinada por sus diferencias morfológicas (un buitre y un halcón tienen una anatomía distinta). En otros casos, la especie se define porque los miembros del grupo se reconocen entre sí como posibles parejas para la reproducción. Se usa también la definición evolutiva: una especie comparte a un ancestro y tiene un linaje que mantiene su integridad respecto de otros linajes a través del tiempo y el espacio (por ejemplo, los seres humanos y los chimpancés compartimos un mismo ancestro, pero nuestros linajes se han mantenido aislados durante millones de años). Finalmente, está la idea de las microespecies, las de los seres que se reproducen por bipartición de modo que cada generación es genéticamente idéntica a la anterior.

El problema, claro, es que los seres vivos no se dividen en "especies" naturalmente. El concepto lo hemos creado nosotros para clasificar y dar orden a lo que nos rodea. Pero, a diferencia de aspectos como los elementos químicos, donde la diferencia entre uno y otro es clara y se puede definir objetivamente, en el caso de los seres vivos en muchas ocasiones las fronteras son borrosas, hay estados intermedios y, por si ello fuera poco, los objetos de estudio, las poblaciones de seres vivos, cambian continuamente, sufren mutaciones o se ven sometidos a presiones selectivas por el medio ambiente o por la intervención del hombre.

Por todo ello, en ocasiones no es sencillo saber, cuando estamos ante un animal o una planta aparentemente nuevos, si realmente son o no "una nueva especie". Al final, el significado real de la idea de "una nueva especie" sólo se encuentra en la medida en la que sea importante para la biodiversidad del planeta, de la que depende el funcionamiento de toda la maquinaria de la vida, y que nos ayude a entender un poco mejor, sólo un poco, a los seres que comparten nuestro mundo.

Especies humanas


Sin importar cuál de las diversas definiciones de "especie" utilicemos, los acontecimientos de las últimas décadas nos han enseñado que los seres humanos no somos tan singulares como gustaría a quienes pretenden que la humanidad sea el centro del universo. De hecho, hoy conocemos al menos 11 especies humanas (pertenecientes al género Homo) además de la nuestra, varias de ellas capaces de usar herramientas, de crear piezas artísticas, de realizar rituales funerarios e incluso, según creen los paleoantropólogos, de utilizar el lenguaje. Nuestra especie es, simplemente, la más afortunada… hasta ahora.

Alrededor del sol

El dios al que no se podía ver de frente sin quedar ciegos es para nosotros hoy la estrella más cercana, responsable de la vida en nuestro planeta y, todavía, una fuente de asombro.

El Sol es quizás la presencia más abrumadora en la existencia en nuestro planeta. Su calor y luz de día, y los drásticos efectos de su ausencia de noche, fueron sin duda asunto clave para los primeros hombres que abandonaron el nomadismo por una vida sedentaria con bases agrícolas. La misma semilla, plantada a la sombra, no germinaba ni se desarrollaba como otra sembrada al Sol, lo que parecía decir que la luz del Sol-padre en el vientre de la tierra-madre se unían para darnos alimento con alguna certeza, cosa nada despreciable para grupos que durante milenios dependieron de encontrar a tiempo los animales y plantas que comían. Unos cuantos días sin cacería y sin recolección bastaban para condenar a muerte a todo un grupo humano o prehumano, mientras que la cosecha era mucho más predecible siempre que se reuniera un conocimiento astronómico suficiente como para conocer las estaciones y sus variaciones a lo largo del año.

No es extraño, por tanto, que desde los inicios del pensamiento el Sol haya ocupado un lugar igualmente central en las preocupaciones humanas. Un extremo de esta pasión solar lo dan sin duda los aztecas o mexicas, pueblo convencido de que su misión era garantizar que el Sol volviera a salir todos los días, y que para conseguirlo lo alimentaban con sacrificios humanos que le daban la fuerza necesaria para volver. Los aztecas estaban seguros de que su desaparición como pueblo significaría el fin del ciclo solar y la muerte de todo ser vivo en la tierra. En esa cosmología, el sacrificio de algunas vidas no parecía un elevado precio a pagar para garantizar la vida de todos los demás seres.

En occidente, fue Anaxágoras el primero que abandonó las explicaciones teísticas para proponer que, en lugar del carruaje de Helios, el Sol era una bola de metal incandescente de enormes dimensiones (o, al menos, más grande que el Peloponeso). Esta idea hizo que Anaxágoras fuera arrestado, enjuiciado y condenado a muerte, sentencia que no se cumplió gracias únicamente a la intervención de Pericles. Estos malos ratos no son infrecuentes en la historia de la observación y el estudio del Sol, como lo atestiguarían después Copérnico y Galileo al defender que los planetas giraban alrededor del Sol y no de nuestro planeta. Sin embargo, los herederos de estos astrónomos continuaron desvelando hechos acerca de nuestra estrella

Los acertijos de la posición y el tamaño del Sol, sin embargo, no eran nada comparados con el que presentaba la energía que emite en forma de luz, calor y, como se fue descubriendo, de radiaciones de otro tipo, como los rayos X y los gamma. La resolución de ese problema hubo de esperar a que la física atómica y nuclear habían emprendido su camino de desarrollo, cuando Hans Bethe, en artículos de 1938 y 1939, calculó las dos principales reacciones nucleares que generan la energía solar y confirmó la idea de que nuestra estrella, el antiguo dios Sol, era un horno de fusión nuclear de dimensiones asombrosas.

Algo más de tiempo hubo de esperar la pregunta de cómo nació nuestro astro. Hoy, los datos acumulados por los astrónomos sugieren que el Sol y todo el sistema solar se formaron hace unos 4.500 millones de años a partir de una masa de gas estelar que debido a la gravedad se fue acumulando en conjuntos o agregaciones: una central, el Sol, la mayor, donde los procesos físicos llevaron al inicio de una reacción de fusión nuclear, convirtiéndola en una estrella, y otras más pequeñas que formaron los planetas, incluido el nuestro. La fusión nuclear que es el origen de toda la energía del Sol es el proceso mediante el cual los átomos de un elemento se combinan para formar átomos de otro elemento más pesado, proceso que desprende una gran cantidad de energía. En el caso del Sol, los átomos de hidrógeno que lo conforman en su mayor parte se fusionan continuamente formando átomos de helio, el siguiente elemento más pesado. El proceso opuesto a la fusión nuclear es la fisión o división nuclear, que es lo que ocurre en las bombas atómicas (de manera brutal) y en los reactores nucleares (de manera controlada), y produce muchísima menos energía.

Sin esa continua fusión nuclear y el calor que nos llega de ella, no existiría vida en la Tierra. Salvo algo de calor del centro del planeta y algunos procesos químicos modestos, toda nuestra energía procede del Sol. Incluso los combustibles fósiles, producto de seres que vivieron hace millones de años, contienen la energía que esos animales y plantas derivaron del Sol, y que quedó almacenada químicamente hasta que el ser humano aprendió a explotarla en su beneficio. Y, precisamente por ello, la principal búsqueda en cuanto a fuentes de energía que eventualmente sustituyan al petróleo se centra en el Sol, y en formas de convertir la energía que recibe el planeta en una forma utilizable por nuestras máquinas, nuestras fábricas, nuestros medios de transporte.

Aún quedan incógnitas alrededor del Sol, algunas de difícil resolución ya que sigue siendo imposible siquiera acercarse a una distancia razonable para estudiar a nuestra estrella con el detenimiento y detalle que quisiéramos. Incluso nuestro observatorio solar más desarrollado, el SOHO, esfuerzo conjunto de la Agencia Espacial Europea y la NASA, se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, a más de 148 millones de kilómetros del Sol.

Sin embargo, las respuestas que sobre el Sol nos puedan dar los astrónomos, astrofísicos y otros profesionales no sólo tienen un interés claramente científico, sino que podrían incidir de modo decisivo en el futuro de nuestro mundo en cuanto a la disponibilidad de energía, en la viabilidad de la supervivencia de la humanidad y en la relación que mantengamos con el resto del sistema de vida que, gracias al Sol, existe en nuestro planeta.

Los números del sol


En promedio, el diámetro del Sol es igual 109 veces el diámetro de la Tierra, y su volumen es de un millón 300 mil veces el de nuestro planeta. La gravedad en su superficie (suponiendo que pudiéramos posarnos en ella sin volatilizarnos) es de casi 30 veces la que hay en nuestro planeta, de modo que una famélica supermodelo de 50 kilos pesaría 1500 kilos allí. La temperatura de su corona es de 10 millones de grados y está compuesto fundamentalmente de hidrógeno (73.46 %) y el helio en el que se convierte el hidrógeno al fusionarse (24.85 %). Al ritmo de actividad nuclear actual, el Sol seguirá estable unos 4 mil millones de años más, después de lo cual ocurrirá, cumpliendo tardíamente las teorías apocalípticas, el fin del mundo.

Microbios para curarnos

La entrada de algunos microbios a nuestro organismo puede ser beneficiosa, no sólo por lo que nos pueden dar, sino por ser ideales para luchar contra otros microbios que nos ocasionan diversas enfermedades.

El descubrimiento de Pasteur que identificó a los microbios como causantes de numerosas enfermedades y fundó la medicina científica, ha tenido tal trascendencia para la salud humana, que con gran frecuencia la palabra misma "microbio" ha adquirido connotaciones negativas, como si todas las formas de vida microscópicas o unicelulares fueran, por definición, nocivas para la salud y la vida humanas. La enorme variedad de afecciones provocadas por bacterias y virus, así como el hecho de que precisamente estas afecciones son las que se transmiten por contagio (a diferencia, digamos, de los desarreglos fisiológicos como la diabetes o los problemas congénitos como el paladar hendido) explican esto con facilidad, pero ciertamente tal percepción deja fuera gran parte de la historia.

Es imposible aislarnos de las formas de vida con las que convivimos, tanto los microbios como otros muchos seres (incluidos los ácaros que, por millones, viven en nuestros sofás, en nuestros colchones, en nuestras moquetas y en nuestras almohadas) a menos que viviéramos como el famoso "niño de la burbuja", cuya total falta de defensas lo obligó a vivir en un aislamiento total hasta su muerte debida, precisamente, a una infección vírica inesperada en la médula ósea que se le había trasplantado de su hermana esperando así ayudar a que desarrollara el sistema inmunológico del que carecía.

El sistema inmunológico de los seres humanos es, precisamente, el que nos permite vivir en un mundo infestado por terribles microbios. Un experimento sencillo con una caja de Petri esterilizada, que abramos durante unos minutos en nuestra casa, nos mostrará en pocos días un panorama aterrador: el crecimiento de numerosas variedades de microorganismos, algunos causantes de graves enfermedades que, sin embargo, no sufrimos porque nuestro cuerpo puede manejarlos en las pequeñas cantidades en las que están presentes a nuestro alrededor. Pero allí están, siempre. De hecho, tenemos más bacterias viviendo dentro de nosotros que células en nuestro propio cuerpo. Nuestro aparato digestivo, especialmente los intestinos y muy particularmente el intestino grueso o colon, alberga a cientos de billones de bacterias pertenecientes a entre 300 y mil especies distintas. Estas bacterias se benefician de nuestros alimentos, ciertamente, pero al mismo tiempo nos ayudan a aprovecharlos mejor (por ejemplo, descomponiendo alimentos que no podemos digerir de otro modo. como algunos polisacáridos o azúcares complejas, y ayudándonos a absorberlos), a estimular el crecimiento celular, a impedir el crecimiento de bacterias que sí son dañinas, a enseñar a nuestro sistema inmunológico a responder sólo a los gérmenes patógenos, a evitar algunas alergias y a defendernos de algunas enfermedades.

Esas bacterias intestinales, o flora intestinal, no son parásitos ni comensales, sino que mantienen una relación mutualista con cada uno de nosotros. Son "buenos microbios" que viven y se multiplican en nuestro interior, y han recibido el nombre de "organismos probióticos" o microbios buenos. La palabra "probióticos" fue definida por la OMS en 2001 como "microorganismos vivos que, al ser administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio de salud al anfitrión". Es decir, no se limita a las bacterias que ayudan a nuestra flora intestinal, en especial las pertenecientes a la familia de los lactobacilos, muy presentes hoy en la publicidad. En un informe de junio de 2006, la Sociedad Estadounidense de Microbiología publicó un informe en el que considera a los microbios probióticos como una de las mayores promesas de la medicina para llevar a cabo la curación más eficaz o más rápida de numerosas afecciones.

El informe, que lleva el título Microbios probióticos, las bases científicas señala: "Teóricamente, se podrían usar microorganismos benéficos para tratar una gama de afecciones clínicas que se han vinculado a los patógenos, entre ellas problemas gastrointestinales como el síndrome de intestino irritable y las enfermedades intestinales inflamatorias (por ejemplo, la colitis ulcerante y la enfermedad de Crohn), enfermedades orales como la caries y la enfermedad periodontal, y varias otras infecciones, incluidas las vaginales y, posiblemente, las de la piel. Los probióticos también podrían utilizarse para evitar enfermedades o combatir desórdenes autoinmunes".

Aunque algunas de estas posibilidades apenas están siendo estudiadas actualmente en laboratorios de distintos países, el salto que podrían representar para la medicina, especialmente conforme el mal uso de los antibióticos presenta dificultades crecientes para el control de algunas afecciones debido a que los gérmenes que las causan se han vuelto inmunes a cada vez más productos farmacéuticos. Igualmente, en veterinaria podrían reducir la cantidad de medicamentos que se administra a los animales cuyos productos o carne consumimos los seres humanos.

La investigación que se desarrolla hoy en día se basa en ejemplos ya probados, como el uso de bacterias y levaduras para reducir episodios de diarrea producida tanto por el rotavirus como por algunas otras bacterias, lo cual se confirmó apenas en 2005. En ese mismo año, una serie de estudios clínicos validó la idea de que algunas variedades de lactobacilos resultaban efectivos en el tratamiento de infecciones del tracto urinario y vaginales.

Algunos usos potenciales de los microbios benéficos están, por ejemplo, en el uso de bacterias probióticas para desplazar a variedades de bacterias patógenas resistentes a los antibióticos, en el control de las capacidades de degradación de nutrientes de la flora intestinal para conseguir una mejor absorción de los nutrientes adecuados sin provocar aumentos de peso no deseados, la degradación o digestión de sustancias químicas potencialmente dañinas (como los venenos a los que pueden estar expuestos crónicamente algunos obreros), entre otros.

Así, compitiendo (con ventaja) contra los microbios patógenos, los probióticos pueden convertirse en una de las grandes armas de la salud en un futuro no muy lejano.

El miedo al microbio


Identificar a todos los microbios incorrectamente como nocivos puede generar una gran angustia en algunas personas, cuyo caso extremo es la llamada "microbiofobia" o "bacilofobia", un temor irracional a los microbios y a las infecciones. Dos ejemplos famosos de esta afección son el cineasta, aviador y millonario Howard Hughes, quien vivió sus últimos años atenazado por el miedo a los gérmenes patógenos y, aparentemente, el antiguo rey de la música pop, Michael Jackson.