Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Democratizar el espacio

El sueño de escritores y científicos se convirtió en un arma propagandística de la guerra fría y en una zona militar. ¿Es ya el momento de que el espacio sea patrimonio civil?

Un grupo de estudiantes del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Cambridge se ha impuesto una misión singular: llegar al espacio por menos de mil libras esterlinas (unos 1.500 euros). Para ello emplean globos de helio que llegan a unos treinta kilómetros de altura y, desde allí, pretenden lanzar un cohete que sería más pequeño y más barato que su equivalente lanzado desde tierra firme. Hace poco, este “Proyecto Nova” consiguió llevar un globo con cámaras a esa altura, tomar magníficas fotografías del perfil curvo de la Tierra antes de que el globo estallara y hacer descender la carga con seguridad mediante un paracaídas.

Evidentemente, este ambicioso proyecto de reducción de costos esto no implica llevar personas al espacio, pues la carga que pueden poner en órbita es pequeña, pero sí abriría el espacio a muchísimas organizaciones científicas, académicas e incluso comerciales y empresariales que desean enviar al espacio determinadas cargas, aparatos, sensores, experimentos, etc., pero que no pueden hacerlo en las condiciones actuales, cuando llevar cada kilogramo al espacio puede costar por encima de un millón de dólares.

Para llevar personas están otras opciones. No sólo el turismo espacial en las agencias gubernamentales, sino proyectos como el de Virgin Galactic, empresa del peculiar Richard Branson, que ha recorrido el camino al espacio desde sus tiendas de discos y su sello musical Virgin pasando por empresas de vuelos baratos y servicios de telefonía móvil. Desde 2004 tiene la empresa dedicada a comercializar el trabajo de Scaled Composites, empresa que consiguió el primer vuelo espacial privado el 21 de junio de ese año con su Spaceship One y que acaba de anunciar el Spaceship Two y la posibilidad de iniciar vuelos comerciales suborbitales en 2009. Esto pondría el espacio al alcance de muchas personas para las que antes estaba vedado, no sólo por el carácter gubernamental de los programas espaciales, sino porque su forma de llegar al espacio es tal que no se necesita el nivel atlético que hasta hoy deben satisfacer los astronautas e incluso los turistas espaciales.

Esta democratización espacial representa un cambio radical del juego del espacio tal como se ha desarrollado hasta hoy.

De la imaginación al cohete para todos

A través de la imaginación y la literatura, los seres humanos se empezaron a plantear hace mucho la posibilidad no sólo de ver los cielos, sino de ir allá, al espacio. El primer escrito al respecto que conocemos es la Vera Historia de Luciano de Samosata, donde el autor va a la Luna y es testigo de guerras entre los reyes de la Luna y el Sol sobre los derechos de colonización de Venus, con ayuda de seres de otros planetas.

Muchos otros escritores soñaron con viajes al espacio, fundando de paso la ciencia ficción, pero no se hicieron una posibilidad real sino hasta que el matemático ruso Konstantin Tsiolkovski escribió los primeros tratados académicos sobre exploración espacial a partir de 1903, calculando la velocidad de escape de la gravedad terrestre, proponiendo los cohetes a reacción con combustible de hidrógeno y oxígeno líquidos, las estaciones espaciales e incluso sistemas biológicos para suministrar oxígeno a los viajeros espaciales, convencido de que, “La Tierra es la cuna de la humanidad, ¡pero no podemos vivir en una cuna para siempre!”

Con las teorías de Tsiolkovski y el trabajo teórico-práctico del estadounidense Robert H. Goddard, que lanzó el primer cohete de combustible líquido en 1926, se hizo posible alcanzar realmente el espacio. Pero para algunos, como Hitler, los cohetes eran sobre todo una forma de llevar la muerte a todos quienes odiaba, y los promovió intensamente como bombas voladoras (las V-1 y V2). La experiencia que con ello reunieron los científicos alemanes hizo que, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, fueran “repartidos” entre la URSS y los EE.UU. y fueran usados en la “guerra fría” para que ambos contrincantes buscaran demostrar su superioridad conquistando el espacio. Cuando la Unión Soviética consiguió poner en órbita el satélite Sputnik I, el 4 de octubre de 1957, la carrera ya estaba en marcha, y ambos adversarios habían realizado intentos de vuelos orbitales. La guerra propagandística del espacio no bajó de intensidad sino hasta la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, para concentrarse en las primeras estaciones espaciales.

A la caída de la Unión Soviética, sin embargo, muchos fondos dedicados a la exploración espacial desaparecieron. La Guerra Fría había terminado, Estados Unidos no tenía un enemigo que ameritara un esfuerzo como el de los treinta años anteriores, los países que habían formado la Unión Soviética tenían problemas graves y urgentes, y muchos políticos desconocían (y desconocen) los beneficios que puede traer la exploración espacial.

Los fondos que no estaban allí ya dejaban, sin embargo, un hueco: el ser humano común seguía interesado en el espacio, aunque hubieran perdido impulso los políticos y los líderes militares. Y hoy, por primera vez, empieza a parecer posible la democratización, la ciudadanización del espacio para ponerlo al alcance de los ciudadanos corrientes, lo cual es una buena noticia, siempre y cuando no implique, claro, la privatización del espacio extraterrestre.

Leyes, guerra y ciencia ficción


Incluso mientras se lanzaban los primeros cohetes espaciales, los diplomáticos se ocuparon de ir creando un complejo entramado legal destinado a impedir que ningún país se pudiera apropiar del espacio o de los cuerpos extraterrestres. Por ello los Estados Unidos no pudieron tomar posesión de la Luna y la placa que llevaron dice: “Vinimos en paz por toda la humanidad”. La legislación extraterrestre prohíbe las armas atómicas en el espacio, establece la obligación de devolver las naves espaciales y tripulantes extranjeros que caigan en otro país y busca consagrar el uso pacífico del espacio y los cuerpos no terrestres.

Nada de esto impidió, sin embargo, la actividad militar en el espacio, desde los satélites espías hasta la imposible pero bien propagandizada “Iniciativa de defensa estratégica” o “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan, diseñada, y esto pocas personas lo saben, con ayuda de un grupo de escritores de ciencia ficción situados políticamente a la derecha, como Robert Heinlein, Larry Niven y Jerry Pournelle. Sí, técnicamente el sistema presentado por Reagan era imposible, pero nadie lo sabía, y ayudó a dar fin a la guerra fría con los resultados por todos conocidos, y que difícilmente previeron aquellos escritores.