Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

De la tormenta al huracán

Las fuerzas de la atmósfera de nuestro planeta liberan toda su capacidad destructiva en las tormentas conocidas como huracanes, tifones o ciclones, que año con año recorren los océanos de la Tierra.

Las enormes tormentas que surgen en los océanos y que se desplazan girando sobre su eje son, en términos precisos, ciclones tropicales, nombre que denota su naturaleza giratoria y su origen en la franja delimitada por los trópicos. Estas tormentas pueden llamarse huracanes si ocurren en el Océano Atlántico o tifones, en el Océano Índico, pero se trata del mismo fenómeno destructivo. En el Océano Atlántico, el 97% de los ciclones tropicales ocurren entre el 1º de junio y el 30 de noviembre de cada año. En el Pacífico Noreste ya ocurren desde mayo, mientras que en el Pacífico Noroeste pueden darse en todo el año. En la parte norte de la cuenca del Índico pueden presentarse desde abril hasta diciembre, mientras que la parte sur del Índico y del Pacífico tienen su ciclo entre fines de octubre y mayo, pero en general la actividad máxima a nivel mundial se da a fines del verano, cuando es mayor la diferencia entre la temperatura del aire y la de la superficie de los océanos.

Un ciclón tropical se forma en un área de baja presión atmosférica ocasionada por la liberación del calor latente de la condensación del agua: el aire húmedo y caliente es llevado hacia las capas superiores de la atmósfera, el vapor de agua que contiene se condensa y libera calor, haciendo que las capas inferiores tengan una presión atmosférica menor. Cuando este proceso forma un ciclo de realimentación positiva, se empieza a desarrollar el futuro ciclón, en un proceso de convección en el cual el aire caliente sube de la superficie del mar, se condensa, se enfría y vuelve a bajar formando una especie de embudo de presiones atmosféricas que, además, empieza a girar sobre su propio eje (el "ojo del huracán") debido a la rotación terrestre, lo que afecta la fuerza del ciclón y su trayectoria sobre la superficie del planeta.

Así, hay algunos elementos clave para la formación de un ciclón: las aguas del océano deben tener una temperatura mínima de 26,5 ºC con una profundidad de al menos unos 50 metros, la atmósfera debe poder enfriarse rápidamente a una altura determinada, debe haber capas de aire relativamente húmedas a unos 5 kilómetros, debe estar a al menos 500 kilómetros del Ecuador (para que actúen las fuerzas de Coriolis provocadas por la rotación terrestre que hacen girar al ciclón), una perturbación preexistente en la superficie del agua y una baja turbulencia vertical de los vientos. Estas condiciones, y otras que aún están bajo estudio, determinan que una perturbación atmosférica de este tipo se convierta o no en un ciclón.

Los principios que rigen el proceso de generación de un huracán son muy sencillos desde el punto de vista de la física: todos sabemos que el aire caliente se expande y, por tanto, tiende a subir, como lo hace en los globos aerostáticos, porque al expandirse ese aire caliente tiene una menor presión que el aire frío que está a su alrededor, lo que genera un proceso dinámico en el que el primero desplaza al segundo. El hecho de que el principal motor de un ciclón tropical sea el aire húmedo y cálido explica por qué estos fenómenos atmosféricos no pueden desarrollarse en tierra, sino que requieren de un gran cuerpo de agua cálida para mantener su ciclo de "motor térmico". Esto también explica por qué, una vez que entran a tierra, estas tormentas se disipan en poco tiempo.

El proceso de este "motor térmico" provoca vientos cuya velocidad es utilizada por los meteorólogos para clasificar a las tormentas tropicales. Cuando los vientos sostenidos en la superficie tienen una velocidad que no supera los 17 metros por segundo, los meteorólogos nos hablan de "depresiones tropicales". Cuando superan esta velocidad pero aún no llegan a los 33 metros por segundo se conocen como "tormentas tropicales", y cuando sus vientos de superficie son de más de 33 metros por segundo o 118 kilómetros por hora se clasifican como huracanes, tifones o ciclones tropicales. La velocidad de los vientos se usa para asignar una "categoría" de intensidad estimada de los huracanes, entre 1 y 5 en la escala Saffir-Simpson, pues éstos son los que determinan su capacidad destructiva. Así, en la categoría 1, entre 33 y 42 metros por segundo, el ciclón sólo daña árboles y arbustos, y puede tirar letreros mal construidos, inundar caminos costeros y arrancar de sus amarras embarcaciones pequeñas. Al otro extremo, en la categoría 5, con vientos sostenidos a velocidades por encima de los 70 metros por segundo o 252 kilómetros por hora, el daño es inevitablemente catastrófico, con árboles y tejados arrancados, ventanas y puertas destrozadas, graves inundaciones e incluso pequeñas casas levantadas de sus cimientos. El famoso huracán Katrina que prácticamente borró del mapa a Nueva Orléans en 2005, era de categoría 5, con vientos máximos de 280 kilómetros por hora y, pese a haber golpeado a la nación más rica del mundo, ocasionó casi dos mil víctimas.

Ante estas cifras, que adquieren dimensiones aún más terribles cuando los ciclones tropicales asuelan países más pobres, no es extraño que los meteorólogos se hayan planteado la posibilidad de destruirlos o disiparlos antes de que toquen tierra. Para ello, se han planteado diversas opciones, como rociarlos de ioduro de plata, usar alguna sustancia o, de no ser posible destruirlos, aprovechar su energía, que es abundantísima y, ciertamente, gratuita. Ninguna de las propuestas lanzadas ha tenido ninguna oportunidad de éxito, sobre todo por no tener en cuenta debidamente el tamaño y fuerza reales de un huracán. Mientras tanto, la única opción es aprender a convivir con los huracanes, construir adecuadamente en las zonas expuestas a sus ataques, realizar labores preventivas comunitarias y personales, y, sobre todo, ampliar el conocimiento de lo que son y lo que pueden hacer los ciclones.

Los nombres de los huracanes


En el pasado, los huracanes recibían el nombre del santoral del día en que entraban a tierra, y la práctica de darles nombres de personas fue iniciada por el meteorólogo Clement Lindley Wragge a fines del siglo XIX, que usó nombres femeninos y de personas que detestaba, y la práctica de darles nombres femeninos se consolidó en la Segunda Guerra Mundial. La Organización Meteorológica Mundial dio a los huracanes exclusivamente nombres femeninos hasta que se presentó la preocupación de que tal práctica pudiera ser sexista. Por ello, desde 1979, se alternan nombres masculinos y femeninos en la nomenclatura de los huracanes, en una lista que la OMM prepara con antelación, usando nombres en inglés, francés y español, los idiomas dominantes en los países habitualmente afectados por los ciclones tropicales.