Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La peste negra

Asoló Europa y cambió para siempre las relaciones económicas, la visión de la vida y la forma de ordenar la sociedad, además de convertirse en referente inevitable de la cultura occidental.

Durante buena parte de la Edad Media, Europa se vio asolada por disintas epidemias que hoy podemos identificar con cierta certeza, como el cólera, el tifus o la disentería, producto de las malas condiciones sanitarias en ciudades cada vez más superpobladas. Pero ninguna fue tan aterradora como la llamada "peste negra" o "muerte negra" una epidemia que se originó en China a principios de la década de 1330 y que llegó a Europa entrando por Italia en 1347. Se trataba de una enfermedad feroz, aterradora, sin explicación aparente, sin curación posible y con una tasa de mortalidad de prácticamente el 100%.

Durante los siguientes tres años, recorrió europa matando a entre 1/3 y 3/4 de la población europea, dependiendo del país y las condiciones de vida. En donde había concentrados grandes núcleos de población, la mortalidad fue mucho mayor, como en Inglaterra, que perdió al 70% de su población pasando de 7 millones de habitantes a sólo 2, mientras que los países del centro de Europa, menos superpoblados y con menos ciudades, tuvieron cifras mucho más bajas. A esta terrible pandemia siguieron otros brotes menores durante los tres siglos subsiguientes en distintos países, matando en total a más de 25 millones de personas.

La búsqueda de una solución a la mortalidad llevó primero que nada a la búsqueda de la causa. En la mentalidad de la época, un acontecimiento de este tipo sólo podía ocurrir si lo causaban Dios o el Diablo, de modo que las reacciones fueron desde los grupos de flagelantes que se desollaban las espaldas a latigazos para, con su dolor, lavar los pecados de la humanidad y apacigur a la deidad, hasta quienes identificaron como "agentes del demonio" a los chivos expiatorios habituales: los judíos, los extranjeros en general, los leprosos (entre los que se incluían no sólo quienes tienen la enfermedad que hoy llamamos lepra, sino personas con acné grave, psoriasis y otras afecciones de la piel) y los gitanos, entre otros. Persecuciones, destierros y muerte se reservaron a estos grupos en un intento desesperado por detener el avance mortal de la peste. Por su parte, en el mundo musulmán, que no fue imnune a la pandemia, con grandes mortandades en Siria y Palestina, se culpabilizó a los infieles. En algunas zonas de los Balcanes, se echó mano de la cultura popular y la peste se atribuyó a los vampiros, y para defenderse de ella se abrieron numerosas tumbas para rematar a sospechosos de vampirismo. También para controlar la epidemia se dictaron las más diversas disposiciones, desde echar de la población a los anfermos hasta poner en cuarentena los bienes y personas que llegaban por mar, como se hizo en Venecia, prohibir actos que pudieran enfadar a Dios (las apuestas, los burdeles y las maldiciones en Speyer, Alemania)

Los síntomas de la enfermedad en sí incluían fuertes fiebres, dolor de cabeza y articulaciones, náusea, vómitos y las terribles bubas que muestran los grabados. Se trata de una inflamación intensa de los nódulos linfáticos del cuello, las axilas y las ingles, que secretan pus y sangre. En las etapas finales, el sangrado subcutáneo provoca un ennegrecimiento de la piel que podría colaborar a dar su nombre a la enferemedad. La víctima muere generalmente entre 4 y 7 días después de la aparición de la infección. Los síntomas han hecho a los estudiosos modernos concluir que lo más probable es que la muerte negra fuera lo que hoy llamamos peste bubónica, una afección provocada por la bacteria Yersinia pestis que es transmitida por las pulgas que viven en las ratas. Aunque ésta sigue siendo la explicación más convincente, resulta insuficiente para algunos estudiosos, que identifican las características del contagio, y en especial su velocidad, con un virus antes que con una bacteria, además de observar hechos como el que la epidemia atacara Islandia cuando en esa época no había poblaciones de ratas en esa isla

El horror que provocaban estos terribles síntomas, y el hecho de que predecían la muerte segura, está documentado en los manuscritos y pinturas de la época, cuyo epítome es El triunfo de la muerte de Francesco Traini, pintado hacia 1350 y que puede verse hoy en Campo Santo, Pisa, y en la presencia continua que tiene en la cultura popular desde el Decamerón de Bocaccio hasta nuestros días con obras como La peste de Albert Camus, el relato "La máscara de la muerte roja" de Edgar Allan Poe o la película El séptimo sello de Ingmar Bergman.

Pero quizá la consecuencia más inesperada y menos conocida de la muerte negra fue el cambio que representó en la sociedad europea. La súbita despoblación representó un desequilibrio profundo para el sistema feudal, que de pronto se encontró con que no tenía mano de obra sobreabundante, y por tanto el costo de ésta se elevaba, la disponibilidad de más alimentos también representó el final de una larga época de hambre, o al menos desnutrición, permanente en una Europa superpoblada. El hecho de que fracasaran todas las plegarias de la iglesia, para detener la pandemia, todas las persecuciones de los señalados como culpables y que los clérigos cayeran víctimas de la enfermedad en la misma proporción que el resto de la población contribuyeron a que se debilitara el férreo control de la iglesia sobre la población europea. Según algunos estudiosos, también contribuyó el hecho de que fue necesario sustituir en poco tiempo a grandes cantidades de eclesiásticos por otros menos preparados y, con frecuencia, menos devotos. Incluso en un próximo libro, Adiós a las limosnas, el Dr. Gregory Clark, experto en historia de la economía de la Universidad de California, propone que la revolución industrial en sí fue ocasionada por un cambio en el comportamiento humano tal vez originado por la peste negra, como la exaltación de la no-violencia, el acceso a la lectura y el hábito del ahorro. Así, en más de un sentido, la peste negra dio forma al mundo tal como lo conocemos hoy.

La conexión con el SIDA

Un 10% de la población europea es resistente al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) debido a una mutación genética llamada "CCR5-delta 32". Esta mutación está mucho más presente entre la población escandinava y tiene niveles relativamente bajos en las costas del Mediterráneo. Una posible explicación a por qué tal mutación está tan extendida si el VIH no pudo haber jugado un papel en la selección de personas resistentes fue propuesta por un grupo de biólogos de la Universidad de Liverpool, que hallaron indicaciones de que las plagas medievales, especialmente la Peste Negra de 1347, habrían ayudado a elevar la frecuencia de la mutación, si resultara que la muerte negra fue una afección viral y no peste bubónica.

Copérnico, el fundador

La historia de la investigación sobre el mundo en el que vivimos, su forma y su lugar en el universo, está plagada de ideas inexactas y concepciones extraídas de una visión general poco informada. Así, es conocida la idea de que la esfericidad de nuestro planeta era rechazada por los académicos europeos hasta Cristóbal Colón o, cuando menos, hasta el viaje de circunnavegación de Fernando de Magallanes. En realidad, la disputa de los académicos con Colón no era sobre la esfericidad de la Tierra, que todos aceptaban, sino que, según los cálculos de Eratóstenes, la Tierra tenía unos 40 mil kilómetros de circunferencia y ello hacía inviable un viaje de Europa a Asia por mar. Colón, por su parte, sostenía la convicción de que la Tierra era mucho más pequeña. Así, los críticos de su proyecto tenían razón, y Colón estaba equivocado, pero este detalle pocas veces se menciona en las escuelas y prácticamente nunca en el cine o la televisión.

Del mismo modo, existe la idea de que el libro que consolídó la idea de un sistema solar heliocéntrico, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes) ocasionó un tsunami académico cuando se publicó en 1543, el año de la muerte de su autor, Nicolás Copérnico. Pero no fue así, el libro (presentado en su prólogo como una "mera hipótesis" y astutamente dedicado al Papa Paulo III) pasó prácticamente inadvertido durante casi sesenta años antes de participar en el terremoto del conocimiento que disparó la revolución que consagró a la ciencia como método para conocer, entender, explicar e incluso manipular el universo que nos rodea.

Quizá el silencio que rodeó a su libro habría sido del agrado del propio Copérnico, amante de pasar inadvertido, introvertido y reacio a debates como el que hasta hoy provocan sus ideas, pues al momento de escribir estas líneas, el artículo sobre Copérnico en la versión en inglés enciclopedia de Internet Wikipedia está bloqueado para impedir que grupos astrológicos, creacionistas, literalistas bíblicos y otros lo usen como campo de batalla para una guerra de promoción de sus propias ideas, prejuicios y creencias alrededor de uno de los grandes genios: el fundador de la astronomía moderna

Nicolás Copérnico nació en 1473 en Torun, Polonia, y aunque en general se le considera un astrónomo polaco, no faltan quienes lo quieren considerar alemán dados los conflictos fronterizos de la época. Estudió latín, matemáticas, astronomía, filosofía y óptica en la Academia de Cracovia y después, en Padua y Bolonia, en Italia, derecho canónico y medicina, lo que le permitió, a la vuelta a su tierra natal, el acceso a diversos puestos eclesiásticos, administrativos y políticos, además de su pasatiempo de traducir poesía griega al latín. Como canónigo en Frauemburg (Frombork) realizó una serie de observaciones astronómicas a ojo desnudo (el telescopio no estaría a disposición de los astrónomos sino hasta medio siglo después de la muerte de Copérnico) y en 1514 escribió y distribuyó entre sus amigos, en forma manuscrita, un pequeño libro, Commentariolus (Pequeño comentario) en el cual establecía algunas de sus ideas esenciales, principalmente que el centro de la Tierra no era el centro del universo, que el centro del universo estaba cerca del sol, que la distancia de la Tierra al sol era imperceptible comparada con la distancia a las estrellas, que el ciclo anual aparente de los movimientos del sol está causado por el movimiento de la Tierra a su alrededor y que el movimiento retrógrado que parecen tener los planetas es resultado del movimiento de la Tierra desde donde uno los observa.

No era Copérnico, ni con mucho, el primero en considerar la idea, que parecer ir contra la observación simple de los hechos, de que la Tierra giraba alrededor del sol. Algunos de los libros védicos hindús ya se plantean que el universo es heliocéntrico (tiene su centro en el sol). En la antigua Grecia, Heráclides de Ponto, Aristarco de Samos y el propio Eratóstenes, el hombre que midió la circunferencia de la Tierra en el siglo III antes de nuestra era, consideraban correcta la visión heliocéntrica. Lo mismo ocurrió en la Babilonia de los Seléucidas, en la que el astrónomo Seleucio de Seleucia retomó, e incluso se dice que probó, los planteamientos de Aristarco. Y en la Europa Medieval ya había ideas heliocéntricas antes de Copérnico.

Así, las ideas desarrolladas por Copérnico a partir de su "pequeño comentario" y que derivaron en el libro Sobre las revoluciones de los orbes celestes eran especiales no por su originalidad, sino por algo mucho más importante: porque más que ideas eran una cosmovisión formada por una sólida base matemática, la base que haría que Galileo, con una personalidad distinta, quizá más combativa, afirmara que la propuesta heliocéntrica no era "sólo una hipótesis", sino la única explicación posible a la realidad tal como la vemos.

Copérnico quizá nunca habría publicado su libro a no ser por la insistencia de Georg Joachim Rheticus, matemático alemán y tardío discípulo de Copérnico que lo impulsó a publicar, incluso resumiendo él en un libro las principales ideas de su maestro para mostrarle la buena acogida que tenían sus novedosas ideas. El libro fue enviado para su impresión a Nüremberg, y se publicó el año de la muerte de Copérnico. La leyenda dice que el genio polaco alcanzó a ver un ejemplar antes de morir.

El libro, pues, no fue retirado por la iglesia al triste Índice de Libros Prohibidos sino hasta 1616, en medio del escándalo de Galileo. Una serie de pasajes que hablaban del sistema heliocéntrico como una certeza fueron cambiados por una serie de autores aprobados por la iglesia, después de lo cual se permitió su vuelta a la circulación en 1620, aunque nunca se reimprimió y su lectura estuvo sujeta a restricciones hasta 1758.

Renovar el calendario

Para 1513, el calendario juliano ya tenía un importante desfase respecto de la realidad de las estaciones, de modo que el Quinto Concilio Laterano se propuso mejorar el calendario y el Papa reinante buscó la ayuda de varios expertos, entre ellos Copérnico, que ya era reconocido como un brillante astrónomo. A diferencia de otros, que se pusieron de inmediato en camino a Roma para hablar ante el concilio, Copérnico respondió por carta con una propuesta para la reforma del calendario indicando que no tenía más qué aportar a las discusiones porque consideraba que el movimiento de los cuerpos celestes aún no se entendía con bastante precisión. Cuando en 1582 Gregorio XIII promulgó finalmente las reformas al calendario, éstas se hicieron con ayuda de las tablas astronómicas realizadas por Erasmus Reinhold con base en los parámetros matemáticos descubiertos por Copérnico.

Dormir o enfermar

La falta de sueño, voluntaria e involuntaria, tiene efectos más profundos y duraderos de los que se suponía, como una de las necesidades esenciales del cuerpo humano.

"La siesta", de Vincent Van Gogh, 1890.
(Dominio Público, vía Wikimedia Commons)
Una de las imágenes más poderosas para entender la importancia del sueño es la de un soldado durmiendo en medio de una batalla, con su vida en peligro, como se puede ver en los conflictos bélicos, o simplemente quedarse dormido al volante, cuando uno sabe que su atención es fundamental para no sufrir un accidente que le puede costar la vida.

El sueño es una necesidad esencial, e incluso antes de que el método científico se utilizara para conocer los efectos de la privación de sueño, se consideraba que la falta de sueño era perjudicial para el carácter y la salud. Sin embargo, inventos como la luz eléctrica han alterado irreversiblemente nuestros patrones de sueño y nuestro reloj biológico, que ya no está regulado por el ciclo luz-oscuridad del día y la noche. Nuestro reloj biológico se llama "circadiano" porque tiene una duración cercana a la del día de 24 horas, pero no es exacto. Para "ponerse en hora", nuestro cuerpo requiere de elemento llamados "sincronizadores", el más importante de los cuales es el ciclo día-noche, siendo otros mecánicos como los relojes o sociales como la hora de comer o de entrar al trabajo o a la escuela. Diversos experimentos realizados en personas a las que se aísla de los sincronizadores, por ejemplo en cavernas donde no tienen ningún indicio de qué hora es en la superficie, han demostrado que más tarde o más temprano se presenta una desincronización en la cual el cuerpo abandona el ciclo de 24 horas y asume otros, que pueden ser desde 12 hasta 72 horas, aunque en general el ciclo entre dos períodos de sueño tiende a hacerse mayor a las 24 horas originales.

Así, en general podría decirse que los seres humanos del mundo moderno tenemos ciclos de sueño artificiales, en los que dormimos menos de lo necesario aunque no padezcamos insomnio, donde para despertarnos necesitamos de máquinas que hagan ruido (en ocasiones estridente e insistente), a lo que se debe sumar a todas las personas que tienen problemas de falta de sueño. Esta falta de sueño puede tener dos formas. La más conocida es la de no poder conciliar el sueño o no poder dormir el tiempo suficiente, es decir, el insomnio. Pero también puede ser el sueño de mala calidad, es decir, un sueño en el que no haya suficientes períodos de ensoñación (los sueños en sí) o en el que falten o estén alteradas algunas de sus etapas o el ciclo en el que se suceden a lo largo de una noche.

El sueño normal tiene al menos cinco etapas, 1, la de somnolencia, 2 la de sueño ligero, 3 y 4 las dos de sueño profundo en las que el cerebro muestra ondas lentas y la etapa 5 o de sueño REM (siglas en inglés de "movimiento rápido de los ojos", asociado a las ensoñaciones). Un ciclo de sueño está formado siguiendo el patrón de etapas 1, 2, 3, 4, 3, 2, 5. Las etapas no REM pueden durar entre 90n y 120 minutos, mientras que la etapa 5 dura cada vez más conforme se repiten los ciclos, empezando con una duración de unos 10 minutos que puede llegar a una hora en el último ciclo. Habitualmente, en una noche de sueño podemos recorrer este ciclo en cinco ocasiones.

Y los efectos de un sueño insuficiente en calidad o en cantidad pueden ser graves. Así, los estudiosos hablan de efectos graves en el juicio que pueden afectar nuestro proceso de toma de decisiones (y una tendencia mayor a asumir riesgos injustificados), un rendimiento inadecuado en la escuela, el trabajo y los deportes; mala coordinación, tiempo de reacción aumentado y disminución de las capacidades psicomotoras; problemas de memoria, concentración, capacidad de aprendizaje, ansiedad, depresión y otros problemas emocionales. Un panorama verdaderamente preocupante que, con frecuencia, atribuímos a otras causas sin darnos cuenta de que todo puede tener su origen en esas dos horas de sueño que le hemos robado a las últimas noches.

Y la información sigue apareciendo a gran velocidad. Hace unos años, un grupo de investigadores de Australia y Nueva Zelanda realizaron una serie de estudios según los cuales las personas que conducían después de estar despiertos durante entre 17 y 19 horas mostraban un peor desempeño al volante que las personas que tenían un nivel de alcohol de 0,05%, que es el límite legal para conducir en la mayoría de los países europeos (en Estados Unidos es el doble en la mayoría de los estados). Según ese estudio, entre el 16 y el 60% de los accidentes analizados implicaban la privación de sueño en alguno de los conductores. Hace pocas semanas se publicó un estudio de un grupo de investigadores noruegos que confirma que el insomnio crónico puede llevar a la ansiedad y la depresión. Hace unos meses, un equipo de la Universidad Estatal de Florida advirtió que los problemas de sueño están relacionados con un mayor riesgo de suicidio entre personas mayores, como resultado de un estudio con más de 14.000 personas a lo largo de 10 años. En este caso, sin establecer una relación causal (es decir, sin sugerir que los problemas de sueño sean el motivo de la mayor tasa de suicidios), han recomendado que los médicos tomen la falta de sueño de sus pacientes mayores como una advertencia de un riesgo aumentado que debe tenerse en cuenta. En junio, otro estudio de laboratorio en la Universidad de Pennsylvania indicaba que la falta de sueño crónica aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Quienes padecen formas patológicas del insomnio deben, por supuesto, acudir a un médico. Pero las personas comunes que tengan una "deuda de sueño" pueden acudir a algunas de las recomendaciones de los expertos, entre ellas: tener horas regulares para ir a la cama y para levantarse, incluso en fines de semana; desarrollar rituales relajantes para la hora de ir a la cama, disminuir el consumo de alcohol, cafeína y nicotina; no comer menos de dos o tres horas antes de ir a la cama, reservar el dormitorio para el sueño y el sexo (eliminando de él, por ejemplo, el televisor), darse un baño caliente para inducir una disminución en la temperatura corporal (que, a su vez, provoca somnolencia) y no hacer ejercicio en la noche, sino por la mañana.

¿Cuánto tiempo dormir?

La respuesta a esta pregunta depende, como muchas cosas, de cada persona, y la variación entre individuos es muy grande. De modo que, si usted se siente bien durmiendo mucho menos o mucho más de lo que indican las tablas de promedios, no tiene por qué preocuparse. Igualmente, aunque suele decirse que las personas mayores necesitan dormir menos que cuando eran adultos más jóvenes, esto no es forzosamente cierto, y necesitar tanto sueño (o más) que los adultos de mediana edad no debe ser motivo de preocupación.

Hatshepsut y las mujeres del antiguo Egipto

El anuncio de la identificación de la momia de la poderosa reina Hatshepsut pone de nuevo de relieve el singular papel de las mujeres en la historia egipcia.

Hace 3.500 años reinó en Egipto Ma'at-ka-Ra Hatshepsut, hija de Tutmoses I y esposa de su propio medio hermano, Tutmoses II. Durante veinte años, fue estrictamente "faraón" de Egipto, a la par de cualquier hombre que hubiera ocupado el trono antes y después de ella. Habiendo asumido la regencia a nombre de Tutmoses III, hijo de Tutmoses II y otra de sus esposas, siete años después se proclamó faraón, y mantuvo su reinado varios años más, en cierto modo usurpando al hijo de su fallecido esposo, hasta su muerte, cuando Tutmoses III se convirtió en un importante soberano egipcio. Sin embargo, si hubo amargura en Tutmoses III no se hizo evidente sino hasta cuatro décadas después, cuando mandó destruir o mutilar todas las representaciones de su madrastra, así como el nombre de Hatshepsut de todas las inscripciones que la mencionaban. El rastro de la singular mujer se perdió entonces del todo hasta que, en junio de 2007, el Secretario General del Consejo Supremo de Antigüedades, el arqueólogo Zahi Hawass, anunció que se había podido identificar con certeza la momia de la reina.

Los restos de la mujer más poderosa del antiguo Egipto son una momia hallada en 1903 por Howard Carter, que más adelante sería el descubridor de la tumba de Tutankhamón, pero que no había sido identificada con certeza. La reina había sido hallada en la tumba de su nodriza, la KV60, mientras que la tumba oficial de Hatshepsut había sido hallada vacía. La nodriza fue llevada a El Cairo y la tumba con la que hoy sabemos que era la más famosa reina egipcia antes de Cleopatra se volvió a cerrar hasta 1989, cuando la reabrió el arqueólogo Donald Ryan, a quien le llamó la atención que la momia estuviera en una pose reservada a la realeza, con un brazo cruzado sobre el pecho, y que hubiera los restos de un sarcófago con muestras de haber estado cubierto de oro, entre otras pistas.

Pero no fue sino hasta ahora que se pudo establecer sin género de dudas la identidad de la mítica reina. Las pruebas que ha ofrecido el equipo de Hawass son fundamentalmente dos. La primera, la momia tiene un molar roto conservando una de las raíces, y coincidía perfectamente con un molar hallado en una caja con el nombre de la soberana y que también contenía un hígado embalsamado, según se pudo determinar con una serie de tomografías axiales computerizadas o escáneres de la momia. Finalmente, se tomaron muestras de ADN de la momia bien identificada de la abuela de Hatshepsut y se compararon con el ADN de un total de cuatro momias que, según Hawass, tenían características que podrían identificarlas como Hatshepsut. Las pistas llevaron a la momia de esta mujer, que falleció alrededor de los 50 años de edad, tremendamente obesa, con los dientes muy deteriorados y víctima de cáncer en los huesos, no de un complot de asesinato por parte de su sucesor, como durante mucho tiempo creyeron algunos estudiosos.

Si bien antes y después de Hatshepsut hubo soberanas en Egipto, lo que distinguió a esta reina fue el que asumiera totalmente el papel de faraón como hombre, usando ropa masculina y la larga barba ceremonial de madera, y haciendo que se hablara de ella alternativamente como hombre y como mujer, y que se le representara como un faraón más.

La mujer en Egipto, al menos en las clases dirigentes, tenía en general una posición muy superior a la que estaba destinada a ellas en otras culturas, pues aunque se consideraba indudablemente que la cabeza del hogar era el hombre, la mujer era totalmente igual a él ante la ley, en cuanto a derechos así como en cuanto a responsabilidades. Mientras otras mujeres en las grandes civilizaciones originarias vivían bajo distintos grados de opresión, en el antiguo Egipto las mujeres podían poseer tierras, obtener préstamos, firmar contratos, iniciar un proceso de divorcio, recibir herencia de sus familiares e incluso defenderse ante los tribunales. Todo ello además de ser la responsable del gobierno de la casa y de ocuparse de la descendencia de la familia.

En el mundo de la religión, esencial para la vida social, política y económica del antiguo Egipto, la mujer jugaba un papel de gran importancia, como sacerdotisas u oficiantes en diversas ceremonias, interpretando música y ostentando títulos relacionados con los dioses, de modo cambiante a lo largo de la historia. Pero la esencia de lo femenino estaba también incorporada, de modo importante, en la enorme cantidad de diosas de su panteón, como la enigmática Hathor, diosa del cielo nocturno; Neith, diosa del principio, el más allá y el final, e Isis la escribana de los dioses.

Pero lo que denominamos el "antiguo Egipto" es una sucesión histórica de 3.500 años, desde las primeras dinastías hasta la muerte de Cleopatra e incluso la dominación romana, y en un lapso de tiempo tan prolongado hubo constantes cambios y una evolución a la que no hace justicia nuestra visión estática de un Egipto igual a lo largo de toda su historia. Pero las peculiaridades de Egipto las destacan los informes que recibimos de otras culturas. Para Herodoto, por ejemplo, es notable que las mujeres vayan al mercado y comercien mientras que los hombres se quedan en casa y tejen, y en general los atenienses veían con desconfianza la libertad de las mujeres egipcias, especialmente si habían llegado a regir el reino, cosa inimaginable en la Grecia clásica.

En ese entorno singular para las mujeres, Hatshepsut reinó, levantó obeliscos como su padre, reparó templos, construyó un singular templo mortuorio en Deir el-Bahri, que aún hoy puede visitarse, condujo a sus ejércitos en algunas campañas en Nubia y envió una expedición comercial a la legendaria Tierra de Punt (probablemente en lo que hoy es Somalia) antes de morir y dejar que finalmente ascendiera al trono su hijastro, quedando como una momia anónima hasta ahora.

Las otras soberanas

Como reinas o regentes, o como equivalentes a faraones, aunque sólo Hatshepsut asumió el título, puede haber gobernado Egipto una docena de mujeres: Merytneith, de la primera dinastía, alrededor del 3.000 antes de nuestra era, enterrada con los honores de los reyes; Nimaethap, reina madre de Djoser en la tercera dinastía; Khentkaus, madre de dos reyes en la cuarta dinastía y posible regente; la anónima esposa de Djedkare-Izezi, de la quinta dinastía; Ankhnesmeryre, probable regente de su hijo Pepi II en la sexta dinastía; Nitocris, al final también de la sexta dinastía; Sobeknefru, soberana en la décimosegunda dinastía; Ashotep, de la décimooctava dinastía; Nefertiti, posible reina a la muerte de su esposo Akhenaton; Tausret, regente de su hijo en la décimonovena dinastía, y Cleopatra VII, la última de los Ptolomeos.