Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Asteroides y meteoritos: ¿el cielo se está cayendo?

Tienen el secreto de los orígenes del sistema solar, pero son sobre todo objeto de atención por un temor no muy bien fundado sobre el peligro que representan.

Entre Marte y Júpiter se encuentra un cinturón de pequeños cuerpos astronómicos que son, al parecer, los restos de la formación de nuestro sistema solar: los asteroides. Estas rocas, de las que hay entre uno y dos millones según los últimos cálculos de los astrónomos, y de tamaños que van desde el microscópico hasta los mil kilómetros de diámetro de Ceres, el mayor de ellos, podrían ser, según los astrónomos, material que no llegó a formarse como planeta cuando lo hicieron los demás debido a la fuerza gravitacional de Júpiter. El primero de los asteroides, precisamente Ceres, fue descubierto apenas en 1801 por Giuseppe Piazzi, en Palermo, Sicilia, y en los años siguientes el número de descubrimientos de asteroides se multiplicó, intensificándose a partir de la introducción de la astrofotografía a fines del siglo XIX. Actualmente, se descubren y describen aproximadamente 5 mil nuevos asteroides cada mes.

Los asteroides han capturado la imaginación de los seres humanos desde que se conoció su existencia. Algunas primeras teorías suponían que el cinturón de asteroides eran los restos de un planeta que existió en el pasado entre Marte y Júpiter dieron como resultado interesantes ejercicios especulativos en la ciencia ficción. En la cinematografía, el cinturón de asteroides es un favorito de los guionistas que desean escenificar persecuciones en el espacio al estilo de las de las series policíacas, para lo cual plantean paisajes en los que los asteroides están muy cerca unos de otros, algo que en la realidad no ocurre. El cinturón de asteroides, en la ciencia ficción, es además frecuente escenario de operaciones mineras que proporcionan materias primas a un planeta Tierra que ha agotado sus recursos. Después de que el físico Luis Álvarez propusiera la explicación de que la extinción de los dinosaurios en el cretácico podría estar en el choque de un trozo de asteroide con nuestro planeta, probablemente el causante del cráter de Chicxulub en la Península de Yucatán, los asteroides han sido protagonistas de todo tipo de relatos apocalípticos, tanto ficticios como pretendidamente reales, especialmente la película Armagedón, efectiva en lo dramático aunque, según los científicos, con tremendas carencias en cuanto a su rigor en el manejo de los datos.

El valor científico de los asteroides es enorme, ya que pueden relatarnos la historia de nuestro sistema solar y ayudarnos a entender mejor todo el universo, pero hay un grupo de asteroides que llaman la atención de los medios, especialmente a últimas fechas: los asteroides cercanos a la tierra. En este contexto, sin embargo, "cercano" es un concepto astronómico, es decir, se mide en unidades astronómicas, siendo "unidad astronómica" la distancia del eje menor de la órbita terrestre alrededor del sol, aproximadamente 150 millones de kilómetros. Así, "objeto cercano a la Tierra" es todo objeto que pase a menos de 1,3 unidades astronómicas, o 200 millones de kilómetros de nuestro planeta y que debe observarse en prevención de algún poco probable riesgo de colisión. Ciertamente, año con año caen a nuestro planeta numerosos meteoritos, pero la mayoría de ellos son diminutos y se destruyen en la atmósfera, y sólo unos pocos, con tamaños desde un granizo hasta una pelota de baloncesto, llegan a la superficie.

Aunque la probabilidad de una colisión es muy baja, tanto los gobiernos como las organizaciones científicas dedican esfuerzos a catalogar los objetos cercanos a la tierra y evaluar los riesgos que plantean. Para ello se han creado algunas herramientas como la "escala de Torino" de riesgos, aceptada por los científicos especializados en objetos cercanos a la Tierra. Esta escala combina la probabilidad estadística de que un objeto impacte en nuestro planeta con el potencial daño que puede causar el objeto debido a su energía cinética (masa y velocidad), y va desde el riesgo 0, que indica una probabilidad despreciable o un objeto demasiado pequeño como para causar daño, hasta el riesgo 10, que es la absoluta certeza de una colisión en el caso de un objeto lo bastante grande como para ocasionar un desastre global del tipo atribuido a la extinción de los dinosaurios. La valoración del riesgo en la escala de Torino cambia conforme se obtienen nuevos datos de observaciones astronómicas adicionales.

Este cambio, por ejemplo, explica que el asteroide Apofis, que pasará "cerca" de la Tierra el 13 de abril de 2029, se llegara a ubicar en el nivel 4 de la escala de Torino, pero que en la actualidad esté ubicado en el nivel cero, igual que su segundo paso por nuestro planeta en 2036, contrario a informes que pretenden señalar que hay un riesgo de colisión. En este momento, hasta donde sabemos, el único objeto cercano a la Tierra con una clasificación de Torino superior a cero es el llamado "1950 DA", que tiene un nivel de 1 asignado para su paso por la Tierra el 16 de marzo de 2880.

Pero si bien la ciencia no parece sustentar en este momento las predicciones de desastres en las próximas décadas, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos han establecido grupos para el rastreo de objetos cercanos a la Tierra aprovechando las observaciones astronómicas cotidianas en todo el mundo, y han emprendido el análisis de diversas estrategias posibles para desviar un posible asteroide peligroso. Las propuestas más cinematográficas, como la pulverización de un asteroide con armas termonucleares, son sin embargo poco viables en la realidad, no sólo por la enorme masa que realmente tienen los cuerpos que representan un peligro, sino porque si se pudiera destruirlos, el problema podría multiplicarse: todos los fragmentos de más de 35 m de longitud se convertirían en otros peligros mucho menos predecibles, y podrían ser miles. Las otras opciones son el choque directo con una nave espacial (el proyecto Don Quijote que la Agencia Espacial Europea terminó de diseñar en julio de 2005) o la colocación de impulsores en el asteroide para desviarlo con suavidad y de modo controlado, entre otras muchas posibilidades.

La visita a un asteroide


El 12 de febrero de 2001, la nave NEAR Shoemaker de la NASA descendió suavemente en la superficie de Eros, el segundo asteroide más grande de los cercanos a la Tierra, después de orbitarlo 230 veces y fotografiar detalladamente su superficie, ofreciendo abundantes datos sobre la historia y desarrollo de este asteroide mediante observaciones con su espectrómetro de rayos X antes de quedar en silencio definitivamente el 28 de febrero de 2001. El estudio de los datos que aportó, sin embargo, aún continúa.

Y los savants nos ayudan a comprendernos

El cerebro humano es, en muchos sentidos, la última frontera de la ciencia. Unas pocas personas asombrosas puede tener una clave para entender el órgano con el que entendemos las cosas.

El famoso savant Kim Peek,
sobre el que se modeló "Rain man".
(foto ©  Copyright Dr. Darold
A. Treffert, y la Wisconsin
Medical Society,
vía Wikimedia Commons)
Ver Roma una vez y dibujarla con exactitud. Memorizar 12 mil libros. Aprender islandés en una semana. Estas hazañas asombrosas son lo normal para alrededor de 100 personas en todo el mundo identificadas como víctimas (si tal es la palabra) del síndrome savant, capaces de notables hazañas artísticas, matemáticas o de memorización pero que suelen sufrir además problemas de conducta y desarrollo mental y emocional, como el autismo.

El ejemplo popularmente más conocido del savant es Raymond Babbit, el personaje de la película Rain Man cuya interpretacíón dio un Oscar a Dustin Hoffman. Babbit está basado en un famoso savant estadounidense real, Kim Peek, quien ha leído y recuerda más de 12 mil libros, además de poder realizar cálculos matemáticos formidables y tener una asombrosa memoria musical, aunque no es autista como el personaje Babbit. Kim nació con macrocefalia, daños en el cerebelo y ausencia del cuerpo calloso, el haz de fibras nerviosas que conecta los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro, lo que le permite hazañas como leer dos páginas de un libro al mismo tiempo, una con cada ojo, sin que un lado del cerebro interfiera con el otro compartiendo información con él. Kim camina con cierta dificultad, tiene habilidades motoras limitadas y no le es fácil comprender los aspectos metafóricos del lenguaje. Pero está sin duda consciente de que es singular, tanto que, al conocer al savant autista británico Daniel Tammet, Peek le dijo "algún día serás tan grande como yo". Tammet, por su parte, es el prodigio que aprendió islandés en una semana y memorizó más de 22.514 cifras de pi, además de ser un notable calculista, hablar al menos otros nueve idiomas y crear su propio idioma, el mänti.

Lo que puede hacer un savant nos parece extremadamente difícil, pero buena parte del acertijo que nos presentan los savants es, precisamente, que realizan sus hazañas sin dificultad, naturalmente. Para ello pagan el precio de una obsesión por sus temas de especialización que consume casi la totalidad de su vida. Poco les importa más allá de memorizar datos, números o estadísticas, hacer cálculos matemáticos o tocar instrumentos musicales sin cesar. Esto, al menos en principio, los diferencia de los genios "comunes" como Mozart, Einstein, Newton o Darwin, que pese a ser capaces de concentrarse intensamente en su trabajo, no perdían el contexto de su existencia y ciertamente no tenían las dificultades simbólicas y emotivas que con frecuencia sufren los savants.

Fuera de los casos de claras anormalidades anatómicas como el de Kim Peek, el hecho más asombroso, al menos a primera vista, es que los savants tienen cerebros en apariencia perfectamente normales. Es más, algunas personas han adquirido el síndrome savant después de sufrir un accidente, en particular un golpe en la cabeza. Tal es el caso de Orlando Serrell, un chico normal que fue golpeado por una dura pelota de béisbol mientras jugaba a los 10 años de edad, al parecer sin consecuencias más allá de un dolor de cabeza. Pero a partir de ese momento, Orlando recuerda exactamente dónde estaba, qué hacía y cómo vestía, así como las condiciones del clima, cada uno de los días de su vida a partir de ese día, y obtuvo igualmente la capacidad de realizar asombrosos cálculos calendáricos. Las capacidades que suelen exhibir quienes tienen el síndrome savant tanto congénito como adquirido son generalmente concretas y no simbólicas, dominio principalmente del hemisferio derecho del cerebro, mientras que el izquierdo es, se piensa actualmente, responsable de actividades más secuenciales, lógicas y simbólicas.

Un estudio que quizá contenga algunas claves sobre el tema se presentó en 1998 y señaló que numerosos pacientes con demencia frontotemporal progresiva y que antes no tenían deficiencia alguna ni, en la mayoría de los casos, ningún interés artístico, desarrollan hablidades artísticas inéditas en ellos conforme avanza su enfermedad, pero no habilidades abstractas o simbólicas. Su arte es una meticulosa representación de la realidad como las que han hecho famoso a Stephen Wiltshire, el aclamado pintor savant que asombró al mundo recorriendo Roma en helicóptero durante 45 minutos y luego haciendo, en tres días, un detalladísimo dibujo de 5 metros con una vista aérea de la capital italiana, con una precisión sobrehumana. Los científicos procedieron entonces a realizar escáneres cerebrales de un savant de 9 años, determinando que, probablemente, la base del síndrome savant implique una pérdida de funcioens del lóbulo temporal izquierdo con una función aumentada del córtex posterior. Otros estudios señalan que cierta región del cromosima 15 (conocida como 15q11-q13) puede estar vinculada a la presencia o ausencia de habilidades de savant. Finalmente, al realizar cálculos matemáticos parece que los savants echan mano de zonas del cerebro dedicadas ordinariamente a la memoria episódica para "reclutarlas" en el procesamiento matemático.

Todo esto podría indicar que quizá todos tenemos la semilla del savant en nuestros cerebros, pero ésta no se desarrolla, probablemente porque empleamos nuestros recursos neuronales en otras muchas actividades menos especializadas y obsesivas que las del savant. Desde el punto de vista de la evolución y la adaptación, quizás no sería muy deseable que todos pudiéramos calcular el día de la semana en que cayó cualquier fecha de la historia o aprendernos de memoria el directorio telefónico, pero no pudiéramos desarrollar otras capacidades intelectuales y emocionales.

Lo que hoy sabemos acerca de los savants es, sin duda, mucho más de lo que sabían quienes les dieron nombre, pero aún es muy poco. El dr. Darond Treffert, considerado el máximo experto mundial en savants y que se dedica a su estudio desde hace 45 años, ha afirmado: "He llegado a la conclusión de que hasta que podamos explicar al savant, no podremos explicarnos a nosotros mismos".

Asunto de swing

Matt Savage, nacido en 1992, es un pianista y compositor de jazz con su propio grupo (de adultos), premios, siete discos publicados a la fecha y una apretada agenda de conciertos. Es también un chico autista, obsesivo, caprichoso y con varios problemas de comportamiento y comprensión (especialmente de los aspectos simbólicos del idioma) que han sido enfrentados pacientemente por sus padres. Matt tiene la ventaja de ser extremadamente inteligente, como Daniel Tammet. Con el apoyo médico y de su familia, quizá con el tiempo nos pueda decir lo que ningún escáner cerebral puede relatarnos: cómo es la vida dentro de la cabeza de un savant.

Stonehenge, más allá del mito

Stonehenge es fuente de valiosos datos sobre el devenir humano, y ahora contamos con nueva información sobre lo más importante: las personas que los construyeron.

Es uno de los más famosos monumentos prehistóricos: una serie de piedras verticales con otras piedras horizontales en forma de dinteles, formando un círculo en cuyo interior había varios monumentos más. Situado cerca de Salisbury, en Inglaterra, Stonehenge ha animado la imaginación durante literalmente miles de años, evocando todo tipo de leyendas en distintos momentos.

Los monumentos de grandes piedras, llamadas megalitos, son una constante de ciertas etapas históricas humanas, en particular el neolítico. En el continente eurasiático africano, se considera que el neolítico comienza alrededor del 8.500 antes de nuestra era y se caracteriza por la aparición de la agricultura y la domesticación de las primeras especies de valor económico, el ganado. Hasta ese momento, los seres humanos debían procurarse el alimento cazando y recolectando productos que crecían de forma silvestre, lo que condicionaba que sus culturas fueran nómadas, siguiendo a las manadas de presas o cambiando su lugar de residencia según la disponibilidad de frutos de la tierra.

La agricultura permitió que los humanos se asentaran en poblados estables, promoviendo la construcción de casas y templos, la creación de caminos, y la invención de nuevas herramientas de piedra para labrar la tierra, cuidar los cultivos y procesar las cosechas. Los pueblos neolíticos eran, aunque la cultura popular a veces sugiera otra cosa, altamente desarrollados. Sus herramientas de piedra eran eficaces, su tecnología bastante desarrollada y en constante evolución, y sus conocimientos astronómicos sumamente sólidos. Parte de esa evolución fue la creación de grandes monumentos de piedra, como los menhires, los dólmenes (piedras verticales que sostienen una losa horizontal, de carácter en general funerario) y los círculos de piedras, siempre con una orientación astronómicamente significativa, como corresponde a una cultura cuya vida depende de las estaciones y la cuidadosa observación de los cielos para saber cuándo plantar, cuándo cosechar y cuándo prepararse para el frío. Stonehenge es sólo uno de los 900 círculos de piedra que se conocen sólo en las islas británicas.

Stonehenge no fue un proyecto de una sola etapa, sino que se fue formando a lo largo de más de mil años, y los estudiosos identifican tres grandes etapas constructivas. Primero, hacia el año 3.100 a.n.e., se construyó un recinto circular de tierra de unos 110 metros de diámetro rodeado de un foso y un banco elevado, que contenía un círculo de 56 agujeros casi con certeza empleados para colocar troncos erguidos en un recinto ceremonial. En una segunda etapa, hacia el 3.000 a.n.e., se construyó otro círculo más amplio de agujeros para postes, cada uno de ellos más pequeño que los de la etapa anterior, y empieza a haber cremaciones llevadas a cabo en el foso que rodeaba la elevación circular, lo que sugiere que se trataba de un cementerio de cremaciones al menos como una de sus funciones.

La tercera etapa de construcción se divide en varios momentos entre el 2.600 y el 1.930 a.n.e., donde la piedra sustituyó a la madera en los elementos verticales, primero con 80 piedras (llamadas piedras azules) formando un semicírculo, y después, entre el 2.450 y el 2.100 a.n.e. se creó lentamente el monumento que ya conocemos, al ser sustituidas las piedras azules por las gigantescas piedras sarsens para formar un círculo con dinteles, 5 trilitos (monumentos de tres piedras en forma de puerta) en su interior, además de las piedras azules formando un dibujo de herradura. Los constructores dieron forma a estas piedras y tallaron en ellas empalmes de lengüeta y de espiga y mortaja que han permitido que al menos algunas permanezcan erguidas. Seguirían algunos cambios menores, entre ellos las inscripciones de algunas piedras realizadas en la edad del bronce.

La construcción de Stonehenge es una hazaña notable aunque no imposible con la tecnología de la época, como lo demuestran los numerosísimos megalitos que existen en todo el mundo. Pero hasta ahora sabíamos muy poco acerca de quiénes los construyeron. Recientes excavaciones en Durrington Walls, a menos de 3 kilómetros de Stonehenge, han revelado un gigantesco asentamiento humano de cientos de personas que data de entre el 2.600 y el 2.500 a.n.e, es decir, la época de la construcción definitiva de Stonehenge. El arqueólogo Mike Parker Pearson de la universidad de Sheffield, Inglaterra, anunció que el descubrimiento de docenas de fogones mediante magnetometría llevó a las excavaciones de las casas que contuvieron tales fogones. Se trata, según se anunció el pasado mes de enero, del poblado neolítico más grande hallado hasta hoy en Gran Bretaña y que podría ser "la otra mitad de Stonehenge".

El complejo de Durrington Walls es, asimismo, un henge, es decir, un espacio cerrado con un banco a su alrededor y un foso dentro de éste, en un círculo de unos 425 metros de diámetro. A fines de 2006 las excavaciones de Durrington Walls mostraron los restos de casas neolíticas de unos 24 metros cuadrados con piso de barro y un fogón central, restos de cerámica y huesos de animales con señales de haber sido cocinados y consumidos. Las casas, salvo tres que están aisladas y podrían tener una función ceremonial, están apiñadas alrededor de un círculo de postes de madera similar al de las primeras etapas constructivas de Stonehenge, del que parte una avenida empedrada de unos 28 metros de ancho y 170 metros de largo, que lleva al río Avon y a la que los arqueólogos le suponen una función ritual.

Como en el caso del descubrimiento realizado por Zahi Hawass de las casas de los constructores de la Gran Pirámide de Keops, al recobrar su dimensión humana estos grandes monumentos nos recuerdan que son, ante todo, testigos de la grandeza, la capacidad, la tenacidad y la inteligencia de otros seres humanos, que junto con esas grandes edificaciones fueron parte de la creación de nuestra cultura y nuestra historia, y sin los cuales no seríamos quienes somos.

De la leyenda a los hechos


Desde que Geoffrey de Monmouth afirmó en siglo XII que Merlín trajo las piedras sarsen de Irlanda a Salisbury (mismas piedras que previamente habrían sido llevadas desde África por gigantes), Stonehenge animó la imaginación (y la oportunidad política) de muchos. Así, el monumento se ha atribuido a los romanos, a los daneses, a los sajones y a los druidas celtas, hasta que el conocimiento científico demostró que era más antiguo que todos ellos. Ello no ha impedido que algunas personas le atribuyan al sitio propiedades mágicas y místicas de todo tipo que nunca han podido demostrar.

Retomando

Por mil causas, el blog no se actualizó durante meses pese a que sigo escribiendo la página semanalmente en El Correo. A partir de hoy, estoy subiendo todos los artículos ya publicados, cada uno con la fecha en la que se publicó en el diario para mantener el orden cronológico.

El órgano invisible

Nos preocupan sus arrugas, sus manchas, sus imperfecciones, sus granos, su color, su textura. Es la principal parte que ven los demás de nosotros, y sin embargo sigue guardando misterios.

Esquema de la piel humana. (Imagen D.P. del Gobierno
de los EE.UU., vía Wikimedia Commons)
Un reciente estudio publicado en febrero por investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York revela que nuestra piel, esa parte de nosotros que es la más visible, la más evidente, aún es, en gran medida, terreno inexplorado, especialmente en cuanto al número y tipo de habitantes que tiene. Porque la piel no es sólo nuestra envoltura exterior, sino que es también el hogar de millones de microorganismos, especialmente bacterias, algunas beneficiosas, otras que no tienen efectos positivos ni negativos e incluso algunas que bajo ciertas condiciones pueden ocasionar enfermedades, pero no en individuos sanos. El estudio identificó a 182 especies de bacterias, de las cuales 15 eran desconocidas hasta ahora, que en un momento dado podrían ser evaluadas en la piel de las personas para obtener datos sobre su salud, pues la población de bacterias en nuestro cuerpo varía al paso del tiempo, de acuerdo a los cambios en nuestra salud, nuestra dieta, las condiciones del clima, el uso de cosméticos y otras variables.

En palabras del jefe del equipo investigador, el doctor Martin J. Blaser, "Mantener estables las poblaciones de bacterias en nuestro cuerpo puede ser parte de la conservación de la salud", algo especialmente importante pues se observó que algunas de las especies de bacterias no están permanentemente allí, sino que cambian con el tiempo.

Aproximadamente el 15% de nuestro peso es de piel, de modo que un adulto de 70 Kg. tiene más de 10 Kg sólo de piel, de un espesor promedio 2 a 3 milímetros y con una superficie de entre 1,5 y 2 metros cuadrados. La piel es así el órgano más grande del cuerpo humano en términos de peso, pero solemos olvidar que se trata de un único órgano que nos cubre y nos defiende, además de darnos nuestro aspecto singular. Esto puede deberse a que la piel asume formas muy distintas según la zona del cuerpo que cubra: más tersa o más rugosa, más gruesa o más suave, más o menos porosa.

Más allá del valor que se le da por cuanto a su belleza y lozanía, o de la importancia que socialmente ha tenido su color en distintos tiempos y lugares, la verdadera importancia de este órgano se encuentra en sus múltiples funciones. Se trata, en primer lugar, de nuestra protección inicial contra las infecciones. No solamente por ser una barrera física que impide la entrada de gérmenes patógenos a nuestro cuerpo, sino que también cuenta con células inmunes especializadas, las células de Langerhans, (no confundir con los "islotes de Langerhans" del páncreas, descubiertos por el mismo científico alemán), que se activan cuando se presenta una infección en la piel y la atacan.

La piel, igualmente, es el principal regulador de la temperatura interna de nuestro cuerpo. La piel contiene mucha más sangre de la que necesita para nutrirse, y la utiliza para enfriarnos cuando hace calor y evitar la pérdida de calor en momentos de mucho frío. Al experimentar calor, se dilatan los vasos de las dermis, la capa inferior de la piel para que más sangre corra cerca de la atmósfera, enfriándose. En este proceso, el sudor juega un papel importante, al irradiar más calor, aunque en general la piel funciona como una barrera para impedir que se evaporen nuestros valiosos fluidos corporales. De allí que la imagen habitual de la persona acalorada incluye piel enrojecida y sudorosa. Por el contrario, cuando hace frío se contraen los vasos sanguíneos de la dermis para impedir que la sangre tenga contacto con el exterior y pierda valioso calor, dándonos, en casos extremos, un color grisáceo azulado. Los pequeños músculos de la piel también se contraen, provocando el aspecto de "piel de gallina", en algo llamado "reflejo pilomotor".

Otras funciones especialmente relevantes de la piel son el almacenamiento de lípidos (grasas) y agua y la síntesis de las vitaminas D y B con ayuda de los rayos ultravioleta del sol, de allí que tomar el sol (en cantidades seguras) de manera regular sea importante más allá de la valoración estética que en nuestros tiempos se da a la piel bronceada. Siempre es útil recordar que, en muchas sociedades del pasado y muy ciertamente en las europeas, sólo de bronceaban quienes trabajaban en el campo, de modo que lo que se apreciaba era una piel blanca y pálida que anunciaba que su propietario era una persona de posibles, que no necesitaba deslomarse al sol para vivir bien.

Aunque se dice con frecuencia que la capa superior de nuestra piel, la epidermis, consta de células muertas, esto no es exacto. Es sólo la capa superior de la epidermis, el stratum corneum o capa córnea, que está formado principalmente por células muertas, pero se trata de una capa de apenas 500 micras (cinco centésimas de milímetro), con una profundidad de 20 o 30 células, que es esencial para impedir que se evapore el agua de nuestro cuerpo y entren bacterias dañinas en él, como barrera natural contra las infecciones. Esta piel muerta se renueva constantemente, tanto que es la principal causa del polvo en nuestras casas. Pero debajo de ella se encuentran otras estructuras de la epidermis, como los melanocitos, las células responsables que producen la melanina o colorante natural del ser humano, y que son las responsables del tono de nuestra piel, y las células de Langerhans.

La preocupación por el cáncer de piel ha sido uno de los elementos que están animando los nuevos estudios sobre nuestra envoltura viviente, pero lo que queda claro es que aún queda mucho por saber sobre ella, y para ello se están empleando los más recientes métodos de la ciencia biológica. El estudio de Blaser y su equipo implicó la toma de muestras superficiales de la piel de seis personas (tres hombres y tres mujeres) con varios meses de diferencia, el cultivo de las colonias bacterianas y el uso de los más originales sistemas de identificación genética para determinar qué especies estan presentes en nuestra piel.

Los microbios de nuestro cuerpo


En nuestro cuerpo, dentro y fuera, habitan numerosísimas especies de microbios como los detectados por el equipo de Martin J. Blaser en la piel, y no tienen por qué ser motivo de preocupación. Después de todo, tenemos más microbios que células nuestras en el cuerpo. ¿Cuántos? Según los expertos, en nuestro cuerpo hay 10 veces más microbios unicelulares que células nuestras. Así, si un cuerpo humano tiene, se calcula, cien billones de células (un 100 seguido de doce ceros, o cien millones de millones), alberga mil billones de bacterias pertenecientes a entre 5.000 y 10.000 especies distintas, la mayoría indispensables para nuestra vida.