Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Cuando todo es un mal sueño

Seguimos sin saber por qué necesitamos dormir y por qué soñamos, pero cada vez sabemos más sobre los efectos de los desarreglos del sueño y cómo han sido malinterpretados a través de la historia, a veces con consecuencias atroces.

"Pesadilla", cuadro del pintor danés Nicolai Abraham
Abildgaard (D.P. vía Wikimedia Commons)
Imagine que despierta y descubre que está absolutamente inmóvil, paralizado. Intenta mover cada uno de sus miembros, manos, piernas, brazos, pero los siente como si estuvieran profundamente anestesiados, o como si tuviera un enorme peso que los inmovilizara. De pronto se da cuenta de que hay voces y percibe unas “presencias” a su alrededor. Quizá hablan, pero usted no les entiende con claridad. Escucha zumbidos y ve luces brillantes. La sensación prevaleciente es que la presencia es malévola o malintencionada, que desea hacerle daño a usted o a los suyos. En algunos casos, la “presencia” puede atacarle sexualmente, estrangularle, sentarse en su pecho y pincharle en distintas partes del cuerpo. Usted trata de gritar, pero tampoco puede hacerlo, aumentando su sensación de impotencia, desesperación y angustia. Es posible que sienta que abandona su cuerpo, o que flota, elevándose o levitando. Cuando la “presencia” desaparece, usted recupera lentamente la capacidad de moverse, a veces con grandes dolores en las articulaciones.

Esta experiencia se podría interpretar de muchas maneras, generalmente en función de la cultura en la que se desarrollen. Evidentemente se trata de una situación en extremo angustiosa y, siendo profundamente vívida, puede dejar una profunda marca en sus víctimas. Lo que hoy sabemos es que usted ha experimentado una de las distintas formas de parálisis de sueño que se conocen. Dicha parálisis suele estar acompañada, como en este caso, de vívidas alucinaciones visuales, auditivas, incluso olfativas. Cuando esto le ocurre en el lapso entre el sueño y la vigilia, es decir, cuando se está despertando, las alucinaciones se llaman “hipnopómpicas”, pero también pueden ocurrir cuando usted está quedándose dormido, en cuyo caso se llaman “hipnagógicas” o, colectivamente, experiencias hipnagógicas e hipnopómpicas, EHH.

No es algo poco frecuente. Los estudios realizados indican que entre el 25% y el 30% de las personas han tenido al menos un episodio de parálisis del sueño con EHH en su vida, y un 25% de estas personas (aproximadamente el 6% de la población) experimentan el fenómeno con cierta frecuencia. En la mayoría de los casos los episodios se presentan por primera vez en la adolescencia, sobre todo alrededor de los 17 años. El fenómeno en sí parece tener relación con el hecho de despertar durante la fase de sueño que los neurocientíficos conocen como REM, por la frase en inglés rapid eye movement o movimiento rápido de los ojos.

Esta fase del sueño está relacionada con las ensoñaciones o sueños que experimentamos, y durante ella nuestros músculos voluntarios se desconectan, presumiblemente con objeto de evitar que nuestro cuerpo lleve a cabo las acciones que estamos soñando, paralizándonos efectivamente. Si recuperamos parcialmente la conciencia durante esta etapa del sueño, la incapacidad de movernos (los músculos están desconectados por los procesos de sueño) y la ensoñación misma del sueño REM se confunden con la realidad generando una experiencia que puede ser aterradora.

Hoy, los investigadores consideran altamente probable que los episodios de parálisis de sueño con EHH sean responsables de algunas de las más persistentes leyendas de muy distintas culturas. Después de todo, durante una gran parte de la historia humana los sueños simples llegaron a considerarse “visiones” religiosas o “revelaciones” divinas cuando no “comunicación con el mundo de los espíritus” si se desarrollaban de formas distintas a las habituales o incluían en su guión a personas fallecidas recientemente, a dioses o a fenómenos que pudieran interpretarse como premoniciones.

Más aún, hoy sabemos que lo que recordamos de nuestros sueños cambia muy rápidamente con las experiencias vividas después de despertar, de modo que con frecuencia las personas reportan haber soñado ciertas cosas al despertarse, y tiempo después ofrecen informes radicalmente distintos, en los que han “reescrito” el sueño para incorporar elementos que no estaban en las memorias originales.

En particular, los estudiosos han identificado a la parálisis de sueño con EHH como una muy probable explicación de la experiencia que llamamos, precisamente “pesadilla”, la pesadez que el diccionario define como “Opresión del corazón y dificultad de respirar durante el sueño”. Se le ha relacionado con demonios como la Ardat Lili de la antigua Sumeria, la vieja demoniaca que podía volar para atacar a los hombres durante el sueño, igual que los efialtes griegos saltaban sobre los durmientes, los íncubos y súcubos romanos, los “mare” alemanes, el kikimora ruso, el cauchmar francés, el ag-rog de Terranova y muchos otros demonios que oprimían el pecho de quien dormía.

De hecho, la prevalencia del mito, la enorme similitud entre las experiencias de las que informan personas de distintas culturas y tiempos y el fenómeno estudiado por los neurocientíficos y psicólogos permite una razonable certeza de que son la misma cosa. Por desgracia, los informes de estas experiencias fueron, con gran frecuencia, tomados como narraciones de hechos reales que se utilizaron como pruebas contra herejes, brujas o brujos que distintas sociedades persiguieron y asesinaron.

Del mismo modo, los científicos han notado la similitud entre la experiencia de la parálisis del sueño con EHH y los informes de “abducciones de extraterrestres” que han dado personas que no son sospechosas de buscar la notoriedad o el dinero que mueven a muchos testimonios en los medios de comunicación. La parálisis, las luces, los zumbidos, la sensación de ser atacado por una presencia, la frecuente componente sexual de las supuestas abducciones y otros elementos que tiene la nueva mitología sobre seres de otros mundos son demasiado parecidos a los relatos de ataques por parte de íncubos, ogros, hags y otros seres como para desecharse como coincidencias sin un estudio profundo.

¿Se puede hacer algo?


La enorme mayoría de los casos de parálisis de sueño con EHH ocurren en gente que duerme principalmente boca arriba, mucho menos en otras posiciones, y estos episodios se intensifican claramente cuando sus víctimas experimentan un aumento del estrés y las preocupaciones. Muchas veces, el sólo saber que lo que se padece es un problema que comparten otras personas y no un misterio individual sirve para hacerlo menos aterrador. Algo de ejercicio, un horario fijo para ir a dormir, tratar de dormir en una posición que no sea boca arriba y evitar la privación del sueño son otras recomendaciones que disminuyen la incidencia de esta experiencia.

Ramanujan, pasión por los números


Sólo el trabajo matemático realizado por Srinivasa Ramanujan en su último año de vida bastaría para colocarlo en los libros de historia. Pero el genial matemático hizo mucho, mucho más.

Cuando el 6 de abril de 1920 moría en Madrás, India, el joven de 32 años Srinivasa Ramanujan, se apagaba una de las mentes más lúcidas y asombrosas de la historia de las matemáticas, admirado por sus contemporáneos y considerado uno de los mayores genios naturales de la historia. Y sin embargo, por haber viajado a Inglaterra y haber cruzado un mar, los líderes religiosos de su entorno dictaminaron que había perdido su casta de brahmin (convirtiéndose en un intocable), y se negaron a darle servicios funerarios.

Ramanujan nació el 22 de diciembre de 1887, hijo de un dependiente de una tienda de saris (la indumentaria femenina tradicional indostana) y un ama de casa que cantaba en el templo local. Al entrar a la escuela secundaria en 1898, encontró las matemáticas y se entregó a ellas con una absoluta pasión. Dos estudiantes universitarios que se alojaban en su casa le permitieron avanzar rápidamente en sus conocimientos, y para cuando cumplió 13 años no sólo dominaba la trigonometría, sino que había descubierto complejos teoremas, con lo que a los 14 años empezó a reunir reconocimientos al mérito, y a los 17 años ya había desarrollado independientemente los llamados “números de Bernoulli”, una secuencia específica de números racionales, y había conseguido otros logros matemáticos que empezó a reunir en 1903 en unas libretas de notas que serían, sin que lo imaginara entonces, su testimonio y legado.

Su asombrosa capacidad para las matemáticas, que le ganaba premios e incluso una beca para la mejor universidad de la India, le impedía sin embargo interesarse siquiera en otros temas, que suspendía invariablemente, lo que al final le costó la beca y la estancia en la escuela. Cuando terminó su educación universitaria en 1906, no consiguió aprobar la mayoría de las asignaturas, de modo que se quedó sin título, en la más extrema pobreza e interesado únicamente en la investigación matemática, con una furia interna que apenas se puede comparar a la que impulsaba a Van Gogh o a Picasso a pintar, o a Mozart a componer. Como ellos, padeció hambre e incomprensión, y buscó ganarse la vida en cualquier empleo, incluso como profesor particular de matemáticas. En esta búsqueda, quiso trabajar en el departamento de cobranzas de impuestos, y llegó así a Ramaswami Iyer, cobrador de impuestos y fundador de la Sociedad Matemática Indostana, mostrándole su trabajo matemático para probar que era competente. Iyer comprendió de inmediato que estaba ante un talento que no merecía un escritorio burocrático donde se ahogaría su genio. Lo presentó a los matemáticos de Madrás, que al principio dudaron que el trabajo fuera realmente de Ramanujan, pero poco a poco se convencieron de su capacidad.

En 1913, en una carta pletórica de humildad, Ramanujan se presentó ante el matemático del Trinity College de Cambridge, Godfrey Harold Hardy, como “un oficinista del departamento de cuentas del Port Trust Office de Madrás con un salario de 20 libras anuales solamente” y le pidió que repasara unos trabajos matemáticos para ver si tenían valor y sus teoremos podían publicarse. Como otros antes que él, Hardy se asombró ante el brillante genio que tenía ante sí, aún careciendo de las herramientas académicas producto de una formación estructurada. Hardy diría después sobre las fórmulas de Rmanujan: “Nunca había visto antes nada, ni siquiera parecido a ellas. Una hojeada es suficiente para comprender que solamente podían ser escritas por un matemático de la más alta categoría. Tenían que ser ciertas, porque, si no lo fueran, nadie habría tenido suficiente imaginación para inventarlas”. Hardy se ocupó de que Ramanujan fuera a Inglaterra con una beca muy superior a sus tristes 20 libras anuales de oficinista.

Trabajando estrechamente con Hardy, que se ocupó del difícil equilibrio de enseñarle matemáticas estructuradas a Ramanujan sin ahogar su genio natural, Ramanujan desarrolló su más avanzado trabajo matemático. Tres años después de su llegada a Inglaterra, en marzo de 1916, por uno de sus trabajos sobre números altamente compuestos, el humilde indostano recibía el grado de doctor en Cambridge, en 1917 era admitido a la Sociedad Matemática de Londres y en 1918 fue el primer indostano electo como fellow del Colegio Trinity de Cambridge.

En Inglaterra, Ramanujan fue fiel a sus tradiciones religiosas y de casta aunque, en privado, reconocía que todas las religiones le parecían más o menos igualmente verdaderas, y mantuvo una dieta estrictamente vegetariana que al parecer colaboró a la mala salud que caracterizó al matemático toda su vida. Era ferozmente pacifista y apasionado de la política, y pudo expresarlo en su estancia inglesa que coincidió con la primera guerra mundial. Diagnosticado con tuberculosis y una grave avitaminosis, además del estrés y la angustia por la lejanía de su país y su familia, fue hospitalizado y volvió finalmente a Kumbakonam en 1919, donde murió un año después, a una edad de apenas 32. Las libretas de notas que dejó como su legado contienen alrededor de 4000 teoremas que han dado material de trabajo, reflexión e investigación a los matemáticos de todo el mundo. Adicionalmente, en 1976 se encontró un cuaderno con las 600 fórmulas escritas durante su último año de vida.

Hardy, quien merece reconocimiento independiente por su trabajo, pero cuya figura ha quedado unida a la de su amigo de la India, hizo alguna vez una valoración de los matemáticos en base puramente a su talento en una escala de 0 a 100. Hardy consideraba que en tal escala él mismo tenía una puntuación de 25, mientras que Ramanujan alcanzaba los 100 puntos. El asombro que provocó y sigue provocando Srinivasa Ramanujan queda igualmente patente por el nombre que dio su biógrafo, Robert Kanigel: “El hombre que conoció el infinito”. Si alguien realmente ha podido entender el abrumador concepto de infinito fue sin duda este que es al mismo tiempo uno de los máximos genios de la humanidad y uno de los nombres menos conocidos por el público en general.

El misterio del 1729


Visitando a Ramanujan en un hospital de Londres, Hardy le comentó que lo había llevado allí el taxi número 1729, y que ese número le parecía bastante aburrido. Ramanujan, sin pensarlo siquiera, dijo: “Claro que no, Hardy, es un número muy interesante. Es el número más pequeño que se puede expresar de dos maneras distintas como la suma de dos cubos positivos”. Es decir, Ramanujan vio de inmediato que 1729 es la suma de 1 al cubo más 12 al cubo (13 + 123), y también es la suma de 9 al cubo más 10 al cubo (93 + 103).

El 1729 es hoy conocido como “número de Hardy-Ramanujan”.

Los diversos caminos del ojo

El ojo es una maravilla de la ingeniería evolutiva. Y más maravilloso y aleccionador es ver que dicha maravilla ha surgido en el planeta varias veces de modo independiente.

Uno argumento comúnmente usado para intentar negar la evolución es el de la “complejidad irreductible”. Los proponentes del creacionismo creen que algunos sistemas biológicos son “demasiado complejos” (en su opinión, aunque esto no suelen aclararlo) para haber evolucionado a partir de elementos menos completos. El motivo de que uno de sus ejemplos sea el ojo es que el propio Darwin hallaba difícil comprender cómo se había podido desarrollar este órgano.

Pero en los últimos 150 años el desarrollo de los planteamientos de Darwin nos ha permitido conocer en detalle el desarrollo del ojo, o, más específicamente, los desarrollos de los distintos ojos que han aparecido a lo largo de la historia. Y así, la misma diversidad de orígenes de los ojos de los cefalópodos, los artrópodos y los vertebrados es una prueba de que su origen es la evolución por medio de la selección natural.

En el mundo actual podemos ver ejemplos de las diversas etapas de evolución de los ojos. Se originaron como pequeños grupos de células sensibles a la luz, que le permitían a los animales distinguir la luz de la oscuridad, una información valiosa. Los mejillones actuales tienen grupos así. El siguiente paso es que estas células queden dentro de pequeñas depresiones, cosa que la presión evolutiva favorecería ya que la diferencia en la percepción de las distintas células permite al animal saber de dónde viene la luz, ya no sólo si existe o no. Esto lo podemos ver hoy en día en los caracoles, que tienen “ojos” (o protoojos, si preferimos) de esta forma. Si esta depresión se profundiza y sus bordes se unen, tenemos el principio de la cámara oscura, es decir, un pequeñísimo orificio por el que entra la luz y se obtiene una imagen invertida de las imágenes del mundo, que es la mejor forma de describir el ojo del molusco llamado nautilus. El siguiente paso es la evolución de una lente, que tiene valor evolutivo aún cuando sea muy primitiva, pues permite enfocar las imágenes, y evidentemente habrá presión para que sea cada vez más precisa. Una lente primitiva podemos observarla hoy en día en los caracoles marinos. Al afinarse al paso de millones de años, podemnos obtener ojos enormemente eficaces.

El pulpo y los humanos, por ejemplo, tuvimos un ancestro común hace 550 millones de años, y dicho ancestro tenía apenas el primer grupo de células fotosensibles (detectoras de luz) mencionado en el párrafo anterior. A partir de ese modesto principio, y sin intercambiar información genética o evolutiva, los vertebrados (como nosotros) y los cefalópodos (pulpos, calamares, etc.) construimos ojos bastante similares, con una retina, una córnea, una lente y un iris, pero al mismo tiempo hay diferencias notables, una de ellas es que en lugar de estirar y acortar el lente o cristalino para enfocar, los cefalópodos acercan o alejan el cristalino completo de la retina. Además, el ojo del cefalópodo conserva una orientación constante respecto de la gravedad. Finalmente, el ojo del pulpo percibe la luz polarizada, mientras que nuestros ojos no lo consiguen. Estas características responden al medio en el que se mueve el pulpo, indicando que el órgano ha evolucionado de acuerdo a las presiones del medio. Así, por ejemplo, detectar la polarización de la luz permite al pulpo ver presas transparentes, como algunas medusas o crustáceos, algo que no tiene valor para los vertebrados.

Una tercera aproximación al desafío evolutivo de detectar la luz visible son los ojos de los artrópodos (insectos y crustáceos), los ojos compuestos cuyo ejemplo clásico es el ojo de la mosca. Cada ojo compuesto está formado por unos cuantos o varios miles de ommatidios, unidades visuales que constan de una lente, un cono cristalino transparente, un grupo de células visuales sensibles a la luz organizadas en un patrón radial, como los gajos de una naranja y células pigmentadas que separan al ommatidio de sus vecinos. A diferencia de la imagen continua de los ojos de cefalópodos y vertebrados, la imagen que producen estos ojos es un mosaico compuesto de las señales de todos los ommatidios, como los puntos de medio tono de los periódicos o revistas. Obviamente, mientras más ommatidios haya, mejor será la imagen que perciba el artrópodo, lo cual nos permite suponer que ojos con más de 3.500 ommatidios como los de algunas libélulas son los de mayor agudeza. Este diseño de ojos es excelente para detectar el movimiento, además de que pueden ver la luz ultravioleta, que utilizan muchas flores, plantas e insectos para transmitir información que nosotros no podemos ver. Las famosas mariposas monarca, en su asombrosa migración de Canadá al centro de México, utilizan la luz ultravioleta del cielo para apoyarse en su navegación.

De nuevo, los ojos, tanto los que han evolucionado de modo convergente como los de un mismo origen, están determinados por el medio, el uso y las necesidades de los distintos animales. Así, el ser humano no tiene, en modo alguno, los ojos más perfectos de la naturaleza. Ya hemos visto que otros seres ven partes del espectro (como la ultravioleta) o características de la luz (como la polarización), que para nuestra vista no existen. Pero además hay animales vertebrados como los depredadores nocturnos (felinos, aves y otros) que pueden ver en la noche de un modo tal que los seres humanos apenas los podemos imitar en los últimos años gracias a los aparatos de visión nocturna y visión infrarroja. La agudeza visual del águila es 3,6 veces superior a la nuestra, un halcón puede ver un objeto de 10 cm. de diámetro a una distancia 1,5 kilómetros con sólo 2,6 veces más agudeza visual que la nuestra; los ojos del camaleón se pueden mover independientemente uno de otro; el pinguino tiene una córnea plana para poder ver bajo el agua... la presión de selección distinta crea ojos distintos, desde los mismos puntos de partida.

La convergencia en la evolución


Además del ojo, diversos elementos en el mundo viviente han evolucionado de modo convergente, demostrando que ante el mismo medio ambiente, la evolución genera muchas veces respuestas similares. Los canguros, por ejemplo, que ocupan el nicho ecológico que fuera de Aaustralia ocupan animales como los ciervos, carneros o bovinos, tienen una dentadura similar a la de los herbívoros placentarios, mientras que los depredadores como el lobo de Tasmania desarrollaron un aspecto físico similar al de otros depredadores como los lobos, coyotes o chacales. Esto nos sirve además para entender lo que nos dicen los restos de animales del pasado evolutivo, los fósiles de los que debemos desprender nuestra historia.

Un planeta en movimiento

Alfred Wegener nos legó una de las más revolucionarias teorías del siglo XX... y también una de las menos conocidas a nivel popular.

Las placas tectónicas de la corteza terrestre.
(Imagen D.P. vía Wikimedia Commons)
La Tierra, el planeta y su superficie, las rocas y suelo, parecen tremendamente sólidos, tanto que los seres humanos hasta hace muy poco consideraron que toda su morfología era esencialmente la misma desde su formación en la nube de polvo de la que surgió el sol y todo nuestro sistema solar. Cierto, algunas tensiones y fricciones acá y allá provocaron la aparición de cordilleras, y ocasionalmente hay terremotos y erupciones de volcanes o de agua caliente y gases, recordándonos que bajo nuestros pies sigue habiendo un núcleo candente.

Pero nada más.

Había algunas cuestiones cuando menos curiosas, pero que bien podían ser simples coincidencias, como la observada ya en el siglo XVI, que las siluetas del continente suramericano y del africano se correspondían como dos piezas de un puzle, pero ello no bastaba, lógicamente, para cambiar la idea que teníamos del mundo, y que la ciencia consideraba razonablemente aceptable en el momento, la llamada teoría geosinclinal, establecida desde mediados del siglo XIX, según la cual la corteza terrestre era un todo constante, y sólo algunos movimientos verticales de la misma provocaban la aparición de características geológicas como las cordilleras o fallas. La teoría era coherente con la edad que se calculaba entonces que tenía la Tierra, entre 18 y 400 millones de años.

Alfred Wegener, científico y meteorólogo alemán, observó en 1911 que aparecían fósiles idénticos en ciertos estratos geológicos que ahora están separados por océanos enteros y no le convenció la idea de que habían surgido y desaparecido “puentes de tierra” que permitieron la migración de animales y plantas. Por el contrario, le pareció posible que fueran los continentes mismos los que se hubieran movido con el paso del tiempo, lenta pero inexorablemente. Planteó así, en 1912, la teoría de la “deriva continental”, proponiendo que los continentes podían haber estado unidos originalmente y con el tiempo habrían “derivado” a sus actuales posiciones. Llamó a ese supercontinente originario “Pangea”, que significa “toda la tierra”.

La idea era tan singular que no sería aceptada fácilmente por la ciencia, que demandaba, lo que por otra parte es lógico, evidencia muy sólida de que los hechos apoyaban a la teoría. Wegener reunió una buena cantidad de evidencia circunstancial, pero no suficiente, y a su muerte sus ideas quedaron en suspenso.

Los cálculos del siglo XIX no tenían modo de suponer que existía la radioactividad, y que la Tierra tenía elementos radiactivos que generaban calor, de modo que el planeta no se había venido enfriando de modo constante desde su origen, y era dable que fuera mucho más antiguo y aún así mantuviera un núcleo lo bastante caliente como para ser líquido. Esta idea, y las evidencias de que la dirección del campo magnético variaba en rocas de distintas edades que se recopilaron en las décadas de 1950 y 1960, llevaron a la reconsideración de a hipótesis de la deriva continental de Wegener y a lo que hoy conocemos como tectónica de placas, considerada uno de los grandes avances del siglo XX junto con la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y las neurociencias.

Según la tectónica de placas, la Tierra consta de diversas capas. La más interior, que se hundió por su propio peso, es principalmente de hierro fundido y forma el núcleo interno del planeta. Sobre él está el núcleo exterior, de una mezcla menos densa de níquel y hierro e igualmente líquido, y el manto sobre el cual se extiende la corteza terrestre. Pero no es una corteza uniforme e inmóvil. Se trata de una delgada capa rocosa quebrada en numerosos trozos o placas (de ahí el nombre) que “flotan” sobre el núcleo y se mueven debido a las corrientes de convección que crea el propio calor del núcleo terrestre.

Las placas tectónicas son trozos de corteza con un espesor de unos 100 kilómetros. Para comparar, la mina más profunda excavada por el ser humano, la Tau Tona, mina de oro en Sudáfrica, es de 3,6 kilómetros, profundidad a la cual la temperatura es de 55 grados centígrados. Se mueven de modo sumamente lento, entre 10 y 160 milímetros por año, pero esos pocos milímetros se suman a lo largo de millones de años. Conocemos la existencia de nueve grandes placas y algunas más pequeñas: la del Pacífico (la mayor), Norteamericana, Suramericana, Eurasiática, Africana, Australiana y Antártica. Entre las pequeñas tenemos la India, la Caribeña, la de Nazca, la de Cocos y la Filipina

El lento, pero inexorable movimiento de estas placas explica algunas de las principales características geológicas de nuestro planeta. Por ejemplo, el choque de la placa Indoaustraliana con la Euroasiática, al norte de la India, es el responsable del surgimiento de la impresionante cordillera de Los Himalayas, con las montañas más altas del mundo. Por supuesto, algunas placas se están separando de otras, mientras que algunas están chocando con otras, en colosales pulsos en los que la menos sólida acaba debajo de la más firme, en un proceso llamado “subducción”. Los movimientos de estas subducciones son los causantes de buena parte de los terremotos, siempre según la tectónica de placas.

Un caso singular es cuando las placas no chocan ni se alejan entre sí, sino que se deslizan horizontalmente una respecto de la otra. Es lo que ocurre en el punto donde se encuentran la placa Pacífica (en movimiento hacia el norte) y la Norteamericana (en movimiento hacia el sur), la llamada Falla de San Andrés. Por otro lado, el movimiento de la placa Pacífica explica la existencia del “cinturón de fuego” en sus bordes.

Así, hoy sabemos que nuestro planeta está en continuo movimiento. Los continentes se mueven, y al menos en dos ocasiones en nuestro pasado distante estuvieron reunidos en un solo supercontinente. Y como en tantos otros aspectos del conocimiento, el cambio es lo único cierto incluso en la aparentemente confiable “tierra firme” que pisamos.

La tectónica de placas extraterrestre


Las condiciones de la corteza de nuestro planeta son tan singulares que los científicos apenas se atreven a especular sobre la posibilidad de que este mecanismo exista en otros planetas. Venus, por ejemplo, no muestra ninguna actividad tectónica, pero hay datos que indican que pudo haberla tenido en un pasado distante. Por su lado, Marte, con volcanes dispuestos en arcos como los que podemos ver en nuestro planeta, y la existencia de variaciones en la dirección del campo magnético en su suelo hacen pensar que tiene o tuvo actividad tectónica. Hay especulaciones también sobre los más grandes satélites de Júpiter y Titán, la mayor luna de Saturno.