Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La barrera entre “las dos culturas”


Los medios de comunicación, la publicidad y el boca a boca de nuestros tiempos en ocasiones consagran supuestos peligros contra la salud que tal vez no merecen tanta atención.

El 7 de mayo de 1959, la tradicional “Conferencia Rede” iniciada en el siglo XVIII fue dictada en la Universidad de Cambridge por Charles Percy Snow, más conocido simplemente como C.P. Snow, novelista y físico, además de tener el título nobiliario de barón y declararse socialista.

Pese a que la Conferencia Rede había sido dictada por destacadísimas personalidades a lo largo de los años, entre ellos Richard Owen, Thomas Henry Huxley (que la utilizó para promover la teoría de la evolución de las especies) o Francis Galton, la conferencia de Snow disparó una controversia que, medio siglo después, sigue en vigor. Su título fue “Las dos culturas” y posteriormente se publicó en forma de libro como Las dos culturas y la revolución científica.

La idea esencial de la conferencia de Snow fue que existía una brecha relativamente nueva entre la cultura de la ciencia y la cultura humanística de la literatura y el arte. Para Snow, los intelectuales provenientes de las humanidades se rehúsan, en general, a entender la revolución industrial y la explosión de la ciencia, a la que temen y sobre la cual albergan graves sospechas. Por su parte, los científicos tendían a no preocuparse demasiado por la cultura literaria y el legado histórico.

Al reunir a personas de ambos mundos en actos sociales o de trabajo, lo que Snow observaba era una profunda incomprensión por ambos lados, como si los participantes fueran, en realidad, miembros de culturas humanas distintas, con distintos conjuntos de valores e, incluso, idiomas. Y esta división, en última instancia, no beneficia a nadie. Un ejemplo que Snow hallaba especialmente relevante era que no conocía a ningún escritor capaz de enunciar la segunda ley de la termodinámica (la que establece que la entropía en el universo va en aumento constante, lo que hace imposibles las máquinas de movimiento perpetuo). Como miembro de ambos mundos, científico y novelista, consideró que era su responsabilidad levantar la voz de alarma.

Y la voz de alarma disparó un debate que aún continúa sobre la exactitud de la visión de Snow, que probablemente pretendía más generar un debate que pusiera en acción las ideas que dar una visión acabada y dogmática. Y su triunfo se hace evidente en la perdurabilidad de su conferencia.

La mayoría de los escritores siguieron adelante creando novelas donde los avances científicos y tecnológicos se hacían presentes mucho más tarde que en el mundo real, generalmente mediante caricaturas imprecisas que popularizaron y eternizaron figuras como el “científico loco”, el “sabio distraído” y el “arrogante científico que se cree dios”. Como ejemplo, el primer ordenador interesante de la literatura de “corriente principal” fue Abulafia, propiedad del protagonista de la novela El péndulo de Foucault, de Umberto Eco.

Al paso de medio siglo, las dos culturas parecen no sólo seguir existiendo por separado, sino que a veces dan la idea de estar más alejadas entre sí de lo que estaban cuando C.P. Snow les puso nombre. Se espera que así como la gente se define (o es definida) como “católica o musulmana”, “europea o estadounidense”, o “del Madrid o del Barça”, sean “de ciencias o de letras”. La idea de una persona multidisciplinaria, que pueda comprender aspectos esenciales de la ciencia, así sea a nivel de divulgación, y que al mismo tiempo pueda disfrutar y crear en el mundo de las letras y las humanidades no está claramente contemplada en nuestro esquema educativo y nuestro mundo laboral. Es como si fuera impensable siquiera que alguien pueda vivir en esto que apreciamos como dos mundos cuando unidos son una sola cultura, la humana.

Quienes no tienen formación científica siguen desconfiando profundamente de la ciencia, de sus conocimientos y su método. Baste señalar la furia que muestran ciertos activistas cuando la ciencia no les da la razón. Por ejemplo, un estudio tras otro sobre la telefonía móvil determina que no parece haber efectos notables graves y estadísticamente significativos de las ondas de la telefonía móvil en las personas. Quienes creen que las antenas aumentan los casos de cáncer en una comunidad, no suelen preocuparse por realizar estudios estadísticos que demuestren si realmente han aumentado tales casos, pero sí exigen que los científicos les den la razón y, de no ser así, proceden a acusarlos de actuar no en nombre de los hechos, sino por dinero o malevolencia.

Lo mismo ocurre con algunas otras percepciones de grupos políticos, organizaciones de consumidores y otros colectivos, y con los periodistas y creadores artísticos que suelen apoyarlos con toda buena fe, aunque desencaminada.

La postura anticientífica y antitecnológica de ciertos sectores (no todos) del humanismo ha tenido como consecuencia algunas posiciones posmodernistas que pretenden que toda afirmación es un simple “discurso” social, y que todos los “discursos” son igualmente válidos, cerrando los ojos a la evidencia de que algunas afirmaciones se pueden probar objetivamente con independencia de quien las haga, como las leyes de la termodinámica.

Porque a la realidad le importan poco nuestras ideas y percepciones.

Y el hecho es que nuestro mundo está dominado por la ciencia y la tecnología. Los materiales que usamos, los diseños de los productos que consumimos, la medicina que incrementa nuestra calidad y cantidad de vida, incluso las soluciones a los problemas de destrucción del medio ambiente y alteración del equilibrio ecológico pasan por la aplicación humana, racional y ética del conocimiento científico y su método. No parece justo, ni razonable, que la mayor parte de la humanidad viva sin tener una idea de cómo se hace cuanto la rodea.

La forma de unir las dos culturas en una sola pasa por la reestructuración de nuestro sistema educativo, del concepto mismo de educación. Más allá de formar para el mercado laboral, la tarea de educar para vivir exige que enseñemos ciencia a los futuros periodistas, escritores y abogados con el mismo entusiasmo que dedicamos a intentar que nuestros futuros físicos y biomédicos sepan apreciar a Cervantes y a Velázquez, y escribir sin faltas de ortografía.

El precio a pagar, si no lo hacemos, puede ser elevadísimo.


La ciencia ficción y Snow


Los escritores de ciencia ficción en todo el mundo sintieron que la conferencia de Snow era la gran reivindicación de sus esfuerzos por utilizar el conocimiento y el método científico en la creación de ficciones literarias, especialmente en la década de 1960, cuando la exclusión de la ciencia ficción de la idea de “gran literatura” y “gran cine” era aún más acusada que en la actualidad.