Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

James Maxwell, el gran unificador

James Clerk Maxwell
(D.P. vía Wikimedia Commons)
Uno de los físicos más importantes de la historia es poco conocido por lo complejo de sus aportaciones, sin las cuales, sin embargo, la física del siglo XIX habría sido mucho menos fructífera.

James Clerk Maxwell está considerado como el tercer físico más importante de la historia, superado sólo por Newton y Einstein. Sin embargo, en la percepción popular, la historia de la electricidad y el magnetismo está dominada por personajes como Michael Faraday, Luigi Galvani o Benjamin Franklin.

Esta mala fortuna se debe en gran medida al nivel altamente teórico del trabajo de Maxwell, sobre todo si lo comparamos con los espectaculares experimentos de Galvani, electrizando animales muertos cuyos músculos se contraían para sobrecogimiento de los espectadores, las dinamos y aparatosas chispas de Faraday (quien por su parte no hizo matemáticas, todos sus descubrimientos son resultado de sus geniales experimentos), y la figura colosal de Franklin que además de su cometa y su suerte al sobrevivir a su imprudente experimento con la cometa (varios de sus émulos dejaron la vida en el intento) destacó en la política, la diplomacia, la literatura y la filosofía.

Sin embargo, la importancia de Maxwell se puede evaluar considerando que Einstein tenía en su mesa de trabajo dos retratos, el de Newton y el de Maxwell, y llegó a decir sobre el trabajo del modesto, metódico escocés, que era "lo más profundo y más fructífero que había experimentado la física desde tiempos de Newton”. En otro momento, Einstein explicó que “la teoría de la relatividad especial debe sus orígenes a las ecuaciones de Maxwell del campo electromagnético”.

Este barbado revolucionario del siglo XIX nació en 1831 en Edimburgo, Escocia, donde asistió a la academia de los 10 a los 16 años. Su amigo desde entonces Peter Guthrie Tait recuerda que el chico era considerado rústico, tímido y aburrido, y pasaba su tiempo libre leyendo baladas, haciendo diagramas y preparando modelos mecánicos burdos. Como suele ocurrir, tales actividades resultaban incomprensibles para sus compañeros de clase, pero pronto se mostró como el más brillante, y frecuente ganador de premios en matemáticas y poesía inglesa.

Su primer trabajo matemático conocido fue un artículo sobre medios mecánicos para dibujar curvas matemáticas, y las propiedades de las elipses y otras curvas con varios focos, fue presentado a la Real Sociedad de Edimburgo en 1846, que quedó impresionada con el joven.

En 1847, a los 16 años de edad, Maxwell entró a la Universidad de Edimburgo, que le resultó poco exigente y le dejó tiempo para seguir sus estudios independientemente, ocupándose de estudios relacionados con la óptica. Ese mismo año escribió dos artículos sobre teoría de curvas y uno sobre la refracción de la luz en distintos sólidos elásticos.

El mundo para Maxwell era ya un acertijo que sólo podía resolverse mediante las matemáticas. Como diría después: “Todas las ciencias matemáticas están fundadas entre leyes físicas y las leyes de los números, de modo que el objetivo de la ciencia exacta es reducir los problemas de la naturaleza a la determinación de cantidades mediante operaciones con números”.

De Edimburgo marchó a Cambridge en 1850 para realizar sus estudios de postgrado, y allí permanecería hasta 1856 y donde empezó a ocuparse del magnetismo y la electricidad. En 1855 presentó un modelo simplificado del trabajo de Faraday y de la forma en que se relacionaban estos dos fenómenos. Todo el conocimiento que existía en ese momento fue reducido por Maxwell a 20 ecuaciones en 20 variables.

En 1861, su artículo Sobre las líneas físicas de fuerza presenta las ecuaciones que, con ligeras variaciones, son conocidas hoy en día como las “Ecuaciones de Maxwell”. En ellas describía matemáticamente cómo el flujo eléctrico generaba campos magnéticos y cómo el movimiento de un campo magnético puede generar electricidad. También establecía el concepto de la “corriente de desplazamiento”, una forma de la corriente eléctrica en la que el campo magnético no está generado por el movimiento de la corriente en sí, sino por su variación en el tiempo.

Habiendo determinado que la propagación de las ondas electromagnéticas en el vacío ocurría a una velocidad similar a la de la luz, propuso que ésta era una perturbación electromagnética que se propagaba de acuerdo con las leyes electromagnéticas. La idea de que la luz podía ser una expresión de los fenómenos que en esos tiempos capturaban la atención del mundo conforme se entendía la electricidad y sus posibilidades era totalmente revolucionaria.

En 1865, en el artículo Una teoría dinámica del campo electromagnético, Maxwell reúne finalmente la electricidad, el magnetismo y la óptica en una sola teoría unificada mediante la ecuación de la onda electromagnética.

Más aún, la teoría electromagnética de la luz de Maxwell sugería la posibilidad de que las ondas eléctricas existieran en el espacio libre. No fue sino hasta 1887, ocho años después de la prematura muerte de Maxwell en 1879, que Heinrich Hertz, el físico alemán que da su nombre al “hertzio” como unidad de frecuencia, demostró experimentalmente la existencia de tales ondas eléctricas en el espacio, las ondas que hoy utilizamos para la comunicación por radio, televisión, telefonía móvil y otros sistemas que emplean ondas electromagnéticas.

La aportación de Maxwell, sin embargo, no se limitó a ese singular logro de unificación. Dejó importantes logros en la óptica y la percepción del color, descubriendo que se pueden crear fotografías a color con filtros rojo, azul y verde, y tomó la primera fotografía permanente a color en 1861. Se ocupó de la teoría cinética de los gases, es decir, del movimiento de las moléculas en los gases a distintas temperaturas, y también consiguió importantes avances en la termodinámica. Con todo esto, tuvo tiempo para ordenar y editar los papeles de Henry Cavendish, el físico británico descubridor del hidrógeno, y diseñar e instalar el laboratorio Cavendish en Cambridge. Una enorme labor para una vida que sólo duró 48 años.

Las unificaciones y revoluciones en la física

Con frecuencia se afirma que “la ciencia” se “equivoca” en muchas ocasiones y cambia de posición con cierta frecuencia. Quienes así hablan sueñan con que eventualmente la ciencia acepte algunas propuestas descabelladas. Pero la afirmación no es válida. Es aventurado hablar de ciencia en sentido estricto antes del Renacimiento, y después los genios como Einstein y Maxwell ampliaron, afinaron y unificaron los conocimientos ya existentes, no los eliminaron. Maxwell no borró lo que se sabía sobre magnetismo y electricidad, simplemente lo unificó coherentemente y le dio sentido. La ciencia no funciona cambiando de rumbo caprichosamente, sino por la acumulación de conocimientos e ideas.

El misterio de las mentiras

Saber cuándo alguien miente es un antiguo sueño. Pero los intentos por conseguirlo de modo fiable, hasta hoy, parecen condenados al fracaso.

Dieric Bouts El Viejo: La ordalía por
fuego de la emperatriz ante el
emperador Otto III
(D-P. Wikimedia Commons)
Como especie, mentimos. La mentira es una forma de evitar situaciones desagradables y de obtener satisfacciones, de conseguir lo que queremos, y es parte del desarrollo humano.

Los psicólogos del desarrollo nos dicen que los niños muy pequeños no saben mentir en el sentido adulto. Es decir, crean historias, no son fieles a la verdad, pero no saben que están mintiendo, pues para ellos las frontera entre la realidad y la fantasía no es clara. Sin embargo, cuando cometen una transgresión, los niños hasta los tres años con frecuencia confiesan, mientras que los mayores de esa edad invariablemente mienten.

Pero si mentir es esencialmente humano, como especie y como sociedad también tenemos un enorme interés en poder determinar cuándo alguien miente, sea en algo tan sencillo como una declaración de amistad, tan grave como la comisión de un delito o tan potencialmente grave como el espionaje en tiempos de guerra. Y de ahí que muchos, crédulamente o como charlatanes, hayan diseñado diversos métodos para “detectar mentiras”, desde el juicio por ordalía, donde se sometía al acusado a una experiencia dolorosa como tomar entre las manos un hierro al rojo vivo, y si era culpable (es decir, si mentía al declarar su inocencia), la deidad lo castigaría, mientras que si era inocente (y no mentía), la misma deidad lo protegería del daño o aceleraría su curación. El procedimiento resultó poco fiable.

En 1917 apareció un aparato que pretendía poder detectar las mentiras mediante la medición de cuatro variables fisiológicas: la presión sanguínea, la frecuencia respiratoria, la frecuencia cardiaca y la resistencia galvánica de la piel. Como el aparato grafica estas cuatro variables en un papel, se le llamó “polígrafo”, aunque popularmente se le conoce como “detector de mentiras”. Si bien es cierto fisiológicamente que estas variables se ven afectadas cuando una persona está nerviosa o inquieta. Pero no todo mentiroso se pone nervioso y no todo nerviosismo es producto de la mentira, como se ha descubierto en el campo.

El aparato, creado por William Moulton Marston, que después sería el creador de Wonder Woman el personaje de cómic, no fue sometido nunca a una evaluación científica amplia, pero como parecía lógico y su promesa era enorme, fue rápidamente adoptado.

Al mismo tiempo aparecieron numerosos métodos, especialmente entre los criminales habituales y organizados, para engañar al polígrafo. Así, hay quien simula una tranquilidad inexistente consumiendo ansiolíticos como el Valium, mientras que otros logran engañar al aparato simplemente pensando en situaciones que les resulten estresantes sin importar la pregunta, de modo que el aparato siempre registre los mismos niveles de excitación. Morderse la lengua en cada pregunta, o pellizcarse el muslo, son también efectivos.

El polígrafo es tan poco confiable que se usa cada vez en menos países, y en Estados Unidos se ha visto bajo tales ataques que el Congreso de los EE.UU. promulgó una ley que impide que los patrones sometan a sus empleados a pruebas de polígrafo, y ni siquiera el sistema judicial estadounidense admite los estudios de polígrafo como pruebas en tribunales.

Un segundo sistema de detección de mentiras que se ha difundido es el “analizador computarizado de estrés en la voz”, (CSVA por sus siglas en inglés), que supone que la voz cambia cuando mentimos. Si bien esto es cierto, los críticos nos recuerdan que la voz también cambia si comemos mucha sal, si pensamos en sexo y, además de muchas otras causas, cambia cuando queremos que cambie. La falta de estudios científicos que validen la capacidad del CSVA de detectar cuándo alguien miente, ni mucho menos aún que nos digan cuáles cambios exactamente mide dicho aparato y cómo se detectan.

La crítica de los estudiosos a las afirmaciones sobre el CSVA ha llevado incluso a que uno de los fabricantes de este aparato amenace con demandar por difamación a un grupo de científicos suecos que publicaron, en una prestigiosa revista dedicada al lenguaje hablado y la ley, un resumen de los últimos 50 años del análisis forense de la voz y la charlatanería en esa disciplina, por lo demás seria y en la que trabajan fisiólogos, psicólogos, expertos en fonética y otros. El resultado del estudio de los investigadores: “no hay evidencia científica que sustente las afirmaciones de los fabricantes”.

El último sistema de detección de mentiras puesto de moda por los medios es el estudio de las “microexpresiones”, que aún siendo un terreno con muchas más bases científicas ha sido también mal comprendido, en parte debido a los excesos fantásticos de la ficción en el cine y la televisión, que por otra parte, es claro, no tienen la obligación de ser fieles a los hechos científicos mientras dejen claro que son obras de fantasía.

Lo que hoy llamamos microexpresiones fueron descritas por Kenneth S. Isaacs y Ernest. A. Haggard en un artículo científico de 1966 donde las llamaron “expresiones micromomentáneas”. Tales expresiones faciales que duran entre una décima de segundo y unos pocos segundos, según descubrieron, son indicadoras de coflicto emocional en la persona, especialmente cuando tiene mucho en juego. Pero como en el caso de las variables del polígrafo y el CSCVA, la aparición de microexpresiones que denotan emociones no indican el origen de dichas emociones.

Las microexpresiones no son el único indicador de conflictos emocionales. Toda la conducta no verbal, o lenguaje corporal, puede ser tenida en cuenta para analizar a un posible mentiroso. La frecuencia del parpadeo, la dirección de movimiento de los ojos, el tocarse en ciertas zonas, son conducta no verbal pero no microexpresiones. Después de todo, según algunos investigadores, el 80% de nuestra comunicación es no verbal, aunque no nos demos cuenta de ello.

David Matsumoto, considerado por muchos el máximo investigdor en el terreno de la comunicación no verbal, explica sin embargo que conocer las emociones y aprender a leerlas en otras personas no es sólo asunto de la policía o las fuerzas de seguridad, sino que puede ser útil para muchos profesionales y, quizás, para todos, aunque siempre corermos el peligro de enterarnos de emociones que experimentan otros y que preferiríamos no conocer.

Los magos de la verdad

La serie televisual Miénteme incluye entre sus protagonistas a una persona que sin entrenamiento alguno tiene gran capacidad para descubrir cuando alguien miente. Tales personas existen en realidad. En 2004, la psicóloga Maureen O’Sullivan descubrió a 13 personas así, a las que llamó “magos de la verdad” en un estudio que incluyó a 13.000 sujetos experimentales. Los otros 12.987 tendrían que entrenarse para ser igual de perceptivos.

El canto de las ballenas

Experiencia estremecedora, para algunos espiritual, el canto de las ballenas es una puerta para entender a nuestros gigantescos primos marinos.

Sello postal de las Islas Faroe
dedicado a la ballena azul
Los profundos gemidos de la ballena jorobada, que se repiten en patrones regulares, resultan, cuando menos, profundamente cautivadores para el ser humano. Tanto así que les llamamos “canto” en lugar de mugidos, bramidos o cualquier otro sustantivo más basto, y se han editado varios discos con estos sonidos, con un éxito singular, tratándose de seres no humanos.

El primer disco, publicado en 1970 con el nombre Songs of the humpback whale (Canciones de la ballena jorobada), se hizo a partir de las grabaciones realizadas por el biólogo Roger Payne, el descubridor del canto de las ballenas.

Parece extraño que en los miles de años de relación del hombre con las ballenas, nuestra especie no se hubiera percatado de que los gigantescos mamíferos producían sonidos. Después de todo, la ballena está presente en nuestras culturas al menos desde tiempos bíblicos, y en todo el mundo. Sin embargo, debido a su gigantesco tamaño, estos animales fueron objeto de lo que podríamos llamar campañas de prensa negativas a lo largo de la historia, sobre todo en occidente.

Aunque culturas como las de Ghana, Vietnam o los maoríes de Nueva Zelanda tenían una visión más equilibrada de las ballenas, situándolas con frecuencia en el plano de divinidades, lo común en Europa y América ha sido situarlas como villanos. Desde la historia de Jonás tragado por la ballena, que está presente en la Biblia y en el Corán, hata el Moby Dick de Herman Melville o la feroz ballena del Pinocho de Carlo Collodi, la ballena se representó como un terrible peligro de los procelosos mares, una bestia que no parecía tener más ocupación que lanzarse sobre las embarcaciones destrozándolas, tragarse cuanto encontraba y aterrorizar a los pobres pescadores que, en todo caso, sólo querían matarlas para aprovecharlas industrialmente.

En 1967, Roger Payne y Scott McVay dieron a conocer su descubrimiento de que las ballenas jorobadas producían los profundos sonidos que hoy nos resultan familiares. Pero no se trataba solamente de sonidos agradables. Payne y McVay descubrieron que las ballenas desarrollaban canciones que duraban hasta 30 minutos, con “frases musicales” que se repetían regularmente y que podían ser producidos, o cantados, por grupos de varios machos de ballena jorobada. Las canciones se repiten de modo continuo durante horas, a veces durante más de 24 horas.

El canto de las ballenas jorobadas es, evidentemente, parte del cortejo en su especie, pero no para atraer a las hembras, sino probablemente como desafío territorial. Esto se deduce de que son los machos los que más frecuentemente cantan, especialmente en la temporada de apareamiento, y el canto atrae principalmente a otros machos.

A diferencia de los sonidos fijos, en gran medida genéticamente determinados, de otros animales, el canto de la ballena jorobada no se mantiene igual al paso del tiempo. Las canciones que cantan los grupos de machos cambian año con año, se añaden nuevas “frases musicales” y se abandonan otras, creando un complejo rompecabezas para los científicos que se dedican a su estudio. En algunos grupos y áreas geográficas, las canciones evolucionan rápidamente, mientras que en otros los cambios son más lentos. Sin embargo, una vez que se introduce un cambio, todo el grupo de machos lo adopta para seguir cantando en su peculiar “coro”.

No todas las ballenas cantan, sin embargo. Las 90 especies de cetáceos, el orden de los mamíferos adaptados a la vida marina que incluye a los delfines, las ballenas y las marsopas, se dividen en dos grandes subórdenes, los odontocetos o ballenas dentadas, y los misticetos o ballenas francas.

Los más conocidos ejemplos de odontocetos son el cachalote o ballena blanca de Moby Dick, las orcas y los delfines. Los cetáceos de este suborden se comunican con diversos sonidos y vocalizaciones, como los chillidos y chasquidos de los delfines que se hicieron populares por la serie de televisión Flipper en los años 60, además de los ultrasonidos que emplean para la ecolocalización. Las ballenas blancas, por su parte, utilizan bajas frecuencias para comunicarse.

Son las ballenas francas o misticetas las que producen los hipnóticos cantos que descubriera Payne. Estas ballenas no tienen los aparatos fónicos con los que cuentan los odontocetos para producir sus sonidos y chasquidos, y la forma en que producen los sonidos en la laringe, sin necesidad de exhalar aire, sigue siendo un misterio.

Además de ser parte del cortejo entre las ballenas jorobadas, el canto de la ballena azul parece ser una forma de comunicación a larga distancia. Los gemidos más profundos de la ballena azul, que canta en solitario, son inaudibles para el oído humano, ocurren en frecuencias subsónicas como las que también emplean los elefantes en tierra, y no sabemos si esto es sólo una coincidencia o tiene un sentido evolutivo. El hecho es que los sonidos producidos por la ballena azul se transmiten a muy grandes distancias en el agua, tanto que Roger Payne ha propuesto que se emplean para comunicarse con un océano de distancia.

Finalmente, otras ballenas misticetas como el rorcual, la ballena gris o la ballena de Groenlandia cantan todo el año, lo cual convierte sus interpretaciones en un misterio aún mayor. Por desgracia, dado que su canto no tiene en el ser humano los profundos efectos emocionales que ciertamente tienen los cantos de la ballena jorobada o la ballena azul, su estudio es menos intenso y es probable que la explicación se tome más tiempo para llegar.

Y es que en parte el estudio del canto de las ballenas se ha visto condicionado por apreciaciones subjetivas, convicciones ideológicas y otros elementos profundamente humanos. Los más apasionados de la conservación quieren hallar un elemento místico en la voz de las ballenas, mientras que quienes aún viven de la caza de ballenas prefieren creer que tales cantos no son distintos del mugido de una vaca.

Probablemente, la verdad está en algún otro punto, alejada de las pasiones y enfrentamientos de los observadores.

De los murciélagos a las ballenas


Roger Payne comenzó su carrera como investigador en biología dedicado a la ecolocalización de los murciélagos y la audiolocalización de los búhos, y las distintas formas en que las presas de estos animales evitaban ser cazadas. Eran los años del surgimiento de la conciencia ecológica, y Payne decidió dedicarse a un área en la que pudiera colaborar con la conservación de las especies y el medio ambiente, y se centró en las ballenas. Con cierta vena poética, describió los sonidos producidos por los cetáceos como “exuberantes ríos ininterrumpidos de sonido”. Actualmente trabaja como zoólogo y encabeza una organización no lucrativa para la conservación de los océanos.

Vitaminas: las famosas desconocidas

Estructura de la Vitamina C (ácido ascórbico)
(Imagen de Wikimedia Commons)
Son innumerables los alimentos y productos para el consumidor que dicen contener suplementos vitamínicos, sin decir si eso es forzosamente bueno... o por qué.

En 1749, el médico escocés de la armada británica, James Lind, llevó a cabo el primer experimento controlado que comparó los resultados de una variable en dos poblaciones. Añadió dos naranjas y un limón a la dieta de parte de la tripulación de un barco en alta mar, mientras que el resto de la tripulación consumió la misma dieta sin los frutos cítricos. Los resultados demostraron que los cítricos prevenían el escorbuto, temida enfermedad de los marineros.

En 1897, el médico holandés Christian Eijkman descubrió que había algo en la cáscara del arroz por lo que quienes comían arroz integral eran menos vulnerables a la debilitante enfermedad del beri-beri que quienes lo consumían procesao, y en 1912 el bioquímico polaco Casimir Funk consiguió descubrir dicha sustancia, la tiamina. Como tenía un grupo amina, Funk la bautizó “vita amina” o amina vital, la B1. Con base en su descubrimiento, Funk tuvo la intuición de que otras enfermedades como el raquitismo, la pelagra y el escorbuto también podrían ser tratadas con “vitaminas” o, dicho de otra manera, que la falta de estos nutrientes era la responsable de esas –y otras– enfermedades.

La definición actual de las “vitaminas” no incluye, sin embargo, el concepto de “aminas”, pues muchas de ellas no incluyen este grupo en su composición química. Una vitamina es un compuesto orgánico complejo que ocurre naturalmente en las plantas y animales, y que es indispensable, en cantidades minúsculas, para mantener las funciones vitales y evitar enfermedades. La vitamina se define por su función, y no por su estructura, de modo que hay diversas sustancias (o vitámeros) que exhiben la actividad de cada vitamina.

Las vitaminas se consideran micronutrientes, por las pequeñas cantidades que necesita nuestro cuerpo, junto con los minerales de los que necesitamos menos de 100 microgramos al día, como el hierro, cobalto, cromo, cobre, yodo, manganeso, selenio, cinc y molibdeno.

Las vitaminas se distinguen por su solubilidad. Las vitaminas del complejo B (8 distintas vitaminas) y C son solubles en agua (y son eliminadas por la orina, a veces con un olor característico), mientras que las A, D, E y K se disuelven en la grasa (son liposolubles) y permanecen más tiempo en el cuerpo.

No todos los animales y plantas sintetizan todas las vitaminas que necesitan, de modo que es necesario obtenerlas de los alimentos. Esto es aprovechado por fabricantes de suplementos alimenticios, alimentos, cosméticos y otros productos para añadirles vitaminas y presentarlos así como más potentes, eficaces, sanos y convenientes, cosa que no siempre es cierta.

Nuestra flora intestinal, cuando está sana, produce vitamina B7 (biotina) y vitamina K, y es bien sabido que una de las formas de la vitamina D, cuya deficiencia provoca el raquitismo, la sintetiza nuestra piel al exponerse a los rayos ultravioleta, por lo que tomar moderadamente el sol ayuda a prevenir la osteoporosis. Igualmente, nuestro cuerpo puede producir vitamina A a partir de las sustancias conocidas como carotenoides, incluido el beta caroteno que da su color rojo-anaranjado a alimentos como la zanahoria y la remolacha.

Sin embargo, como ocurre con prácticamente cualquier sustancia o nutriente, “más” no significa “mejor”. Una deficiencia en vitamina A, por ejemplo, provoca ceguera nocturna y sequedad en la córnea, que se corrigen con una dosis para adultos de unos 900 microgramos (900 millonésimas de gramo) de vitamina A al día. Pero una dosis excesiva durante un tiempo prolongado causa síntomas tan inocuos como la decoloración de la piel o la resequedad excesiva... y tan graves como defectos congénitos, problemas hepáticos, disminución en la densidad ósea y el aumento patológico de la presión intracraneal.

Otro ejemplo es la vitamina B3, cuya deficiencia es culpable de la pelagra, terrible enfermedad que se identifica por cuatro elementos: diarrea, dermatitis, demencia y muerte. Esta grave afección se previene (y cura, al menos impidiendo que los daños sigan) con una dosis de tan sólo 16 miligramos diarios de vitamina B3. Esta misma vitamina, en dosis de más de 1,5 gramos al día, puede ocasionar problemas de la piel, como resequedad y erupciones, fallo hepático fulminante, arritmias cardiacas y defectos congénitos, entre otras afecciones.

Ese riesgo, con frecuencia no es considerado por quienes recomiendan terapias sin bases científicas en las que se aumenta sensiblemente el consumo de micronutrientes o se dan dosis masivas de vitaminas (megavitaminas). Pero la publicidad que se da a quienes nos advierten de todo tipo de peligros, y que afirman que nuestro cuerpo necesita todo tipo de ayudas externas, han convertido a los suplementos nutricionales, y especialmente a los complejos vitamínicos en un producto de consumo más.

Incluso, de modo inexplicable, algunos vendedores de vitaminas hablan de “vitaminas naturales” que resultan, de algún modo, “mejores” que las “artificiales” o sintéticas. Cada vitamina es el mismo compuesto químico, idéntico átomo por átomo, independientemente de haber sido sintetizado en una planta, un animal o una fábrica con los más modernos equipos técnicos.

Y, lo más lamentable, resulta que las vitaminas que se ofrecen como suplementos en tiendas que afirman ser “naturales”, “ecológicas”, “biológicas” o “alternativas” llegan a tener costos de hasta el doble de las mismas vitaminas en versión genérica, e incluso más que las vitaminas “de marca” que tampoco tienen ninguna diferencia respecto de las genéricas. Sin mencionar otras terapias peligrosas que administran megadosis de vitaminas directamente en vena.

Las vitaminas no son, como se llegó a creer a principios del siglo XX, ninguna panacea o curación para todo. No nos dan “vitalidad” como creen quienes recomiendan a los niños tomar sus vitaminas para “estar fuertes”. De hecho, en los países desarrollados las deficiencias vitamínicas han casi desaparecido, pese a las dietas pletóricas de alimentos dudosos que nos administramos.

Pelagra y ceguera nocturna

Varias zonas de Europa que durante alguna época se alimentaron principalmente de maíz fueron sede de brotes extensos de pelagra debido a que el maíz contiene poco triptofano, que nuestro cuerpo usa para fabricar vitamina B3. Sin embargo, los indígenas mesoamericanos utilizan un sistema llamado “nixtamalización”,  que implica cocinar el grano de maíz en una solución alcalina, lo cual corrige la deficiencia de niacina en el maíz. Éste es de los pocos conocimientos empíricos sobre vitaminas de la antigüedad, junto con la recomendación de comer hígado que los antiguos médicos egipcios daban a quienes sufrían de ceguera nocturna por falta de vitamina A.