Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El misterio de las mentiras

Saber cuándo alguien miente es un antiguo sueño. Pero los intentos por conseguirlo de modo fiable, hasta hoy, parecen condenados al fracaso.

Dieric Bouts El Viejo: La ordalía por
fuego de la emperatriz ante el
emperador Otto III
(D-P. Wikimedia Commons)
Como especie, mentimos. La mentira es una forma de evitar situaciones desagradables y de obtener satisfacciones, de conseguir lo que queremos, y es parte del desarrollo humano.

Los psicólogos del desarrollo nos dicen que los niños muy pequeños no saben mentir en el sentido adulto. Es decir, crean historias, no son fieles a la verdad, pero no saben que están mintiendo, pues para ellos las frontera entre la realidad y la fantasía no es clara. Sin embargo, cuando cometen una transgresión, los niños hasta los tres años con frecuencia confiesan, mientras que los mayores de esa edad invariablemente mienten.

Pero si mentir es esencialmente humano, como especie y como sociedad también tenemos un enorme interés en poder determinar cuándo alguien miente, sea en algo tan sencillo como una declaración de amistad, tan grave como la comisión de un delito o tan potencialmente grave como el espionaje en tiempos de guerra. Y de ahí que muchos, crédulamente o como charlatanes, hayan diseñado diversos métodos para “detectar mentiras”, desde el juicio por ordalía, donde se sometía al acusado a una experiencia dolorosa como tomar entre las manos un hierro al rojo vivo, y si era culpable (es decir, si mentía al declarar su inocencia), la deidad lo castigaría, mientras que si era inocente (y no mentía), la misma deidad lo protegería del daño o aceleraría su curación. El procedimiento resultó poco fiable.

En 1917 apareció un aparato que pretendía poder detectar las mentiras mediante la medición de cuatro variables fisiológicas: la presión sanguínea, la frecuencia respiratoria, la frecuencia cardiaca y la resistencia galvánica de la piel. Como el aparato grafica estas cuatro variables en un papel, se le llamó “polígrafo”, aunque popularmente se le conoce como “detector de mentiras”. Si bien es cierto fisiológicamente que estas variables se ven afectadas cuando una persona está nerviosa o inquieta. Pero no todo mentiroso se pone nervioso y no todo nerviosismo es producto de la mentira, como se ha descubierto en el campo.

El aparato, creado por William Moulton Marston, que después sería el creador de Wonder Woman el personaje de cómic, no fue sometido nunca a una evaluación científica amplia, pero como parecía lógico y su promesa era enorme, fue rápidamente adoptado.

Al mismo tiempo aparecieron numerosos métodos, especialmente entre los criminales habituales y organizados, para engañar al polígrafo. Así, hay quien simula una tranquilidad inexistente consumiendo ansiolíticos como el Valium, mientras que otros logran engañar al aparato simplemente pensando en situaciones que les resulten estresantes sin importar la pregunta, de modo que el aparato siempre registre los mismos niveles de excitación. Morderse la lengua en cada pregunta, o pellizcarse el muslo, son también efectivos.

El polígrafo es tan poco confiable que se usa cada vez en menos países, y en Estados Unidos se ha visto bajo tales ataques que el Congreso de los EE.UU. promulgó una ley que impide que los patrones sometan a sus empleados a pruebas de polígrafo, y ni siquiera el sistema judicial estadounidense admite los estudios de polígrafo como pruebas en tribunales.

Un segundo sistema de detección de mentiras que se ha difundido es el “analizador computarizado de estrés en la voz”, (CSVA por sus siglas en inglés), que supone que la voz cambia cuando mentimos. Si bien esto es cierto, los críticos nos recuerdan que la voz también cambia si comemos mucha sal, si pensamos en sexo y, además de muchas otras causas, cambia cuando queremos que cambie. La falta de estudios científicos que validen la capacidad del CSVA de detectar cuándo alguien miente, ni mucho menos aún que nos digan cuáles cambios exactamente mide dicho aparato y cómo se detectan.

La crítica de los estudiosos a las afirmaciones sobre el CSVA ha llevado incluso a que uno de los fabricantes de este aparato amenace con demandar por difamación a un grupo de científicos suecos que publicaron, en una prestigiosa revista dedicada al lenguaje hablado y la ley, un resumen de los últimos 50 años del análisis forense de la voz y la charlatanería en esa disciplina, por lo demás seria y en la que trabajan fisiólogos, psicólogos, expertos en fonética y otros. El resultado del estudio de los investigadores: “no hay evidencia científica que sustente las afirmaciones de los fabricantes”.

El último sistema de detección de mentiras puesto de moda por los medios es el estudio de las “microexpresiones”, que aún siendo un terreno con muchas más bases científicas ha sido también mal comprendido, en parte debido a los excesos fantásticos de la ficción en el cine y la televisión, que por otra parte, es claro, no tienen la obligación de ser fieles a los hechos científicos mientras dejen claro que son obras de fantasía.

Lo que hoy llamamos microexpresiones fueron descritas por Kenneth S. Isaacs y Ernest. A. Haggard en un artículo científico de 1966 donde las llamaron “expresiones micromomentáneas”. Tales expresiones faciales que duran entre una décima de segundo y unos pocos segundos, según descubrieron, son indicadoras de coflicto emocional en la persona, especialmente cuando tiene mucho en juego. Pero como en el caso de las variables del polígrafo y el CSCVA, la aparición de microexpresiones que denotan emociones no indican el origen de dichas emociones.

Las microexpresiones no son el único indicador de conflictos emocionales. Toda la conducta no verbal, o lenguaje corporal, puede ser tenida en cuenta para analizar a un posible mentiroso. La frecuencia del parpadeo, la dirección de movimiento de los ojos, el tocarse en ciertas zonas, son conducta no verbal pero no microexpresiones. Después de todo, según algunos investigadores, el 80% de nuestra comunicación es no verbal, aunque no nos demos cuenta de ello.

David Matsumoto, considerado por muchos el máximo investigdor en el terreno de la comunicación no verbal, explica sin embargo que conocer las emociones y aprender a leerlas en otras personas no es sólo asunto de la policía o las fuerzas de seguridad, sino que puede ser útil para muchos profesionales y, quizás, para todos, aunque siempre corermos el peligro de enterarnos de emociones que experimentan otros y que preferiríamos no conocer.

Los magos de la verdad

La serie televisual Miénteme incluye entre sus protagonistas a una persona que sin entrenamiento alguno tiene gran capacidad para descubrir cuando alguien miente. Tales personas existen en realidad. En 2004, la psicóloga Maureen O’Sullivan descubrió a 13 personas así, a las que llamó “magos de la verdad” en un estudio que incluyó a 13.000 sujetos experimentales. Los otros 12.987 tendrían que entrenarse para ser igual de perceptivos.