Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Vitaminas: las famosas desconocidas

Estructura de la Vitamina C (ácido ascórbico)
(Imagen de Wikimedia Commons)
Son innumerables los alimentos y productos para el consumidor que dicen contener suplementos vitamínicos, sin decir si eso es forzosamente bueno... o por qué.

En 1749, el médico escocés de la armada británica, James Lind, llevó a cabo el primer experimento controlado que comparó los resultados de una variable en dos poblaciones. Añadió dos naranjas y un limón a la dieta de parte de la tripulación de un barco en alta mar, mientras que el resto de la tripulación consumió la misma dieta sin los frutos cítricos. Los resultados demostraron que los cítricos prevenían el escorbuto, temida enfermedad de los marineros.

En 1897, el médico holandés Christian Eijkman descubrió que había algo en la cáscara del arroz por lo que quienes comían arroz integral eran menos vulnerables a la debilitante enfermedad del beri-beri que quienes lo consumían procesao, y en 1912 el bioquímico polaco Casimir Funk consiguió descubrir dicha sustancia, la tiamina. Como tenía un grupo amina, Funk la bautizó “vita amina” o amina vital, la B1. Con base en su descubrimiento, Funk tuvo la intuición de que otras enfermedades como el raquitismo, la pelagra y el escorbuto también podrían ser tratadas con “vitaminas” o, dicho de otra manera, que la falta de estos nutrientes era la responsable de esas –y otras– enfermedades.

La definición actual de las “vitaminas” no incluye, sin embargo, el concepto de “aminas”, pues muchas de ellas no incluyen este grupo en su composición química. Una vitamina es un compuesto orgánico complejo que ocurre naturalmente en las plantas y animales, y que es indispensable, en cantidades minúsculas, para mantener las funciones vitales y evitar enfermedades. La vitamina se define por su función, y no por su estructura, de modo que hay diversas sustancias (o vitámeros) que exhiben la actividad de cada vitamina.

Las vitaminas se consideran micronutrientes, por las pequeñas cantidades que necesita nuestro cuerpo, junto con los minerales de los que necesitamos menos de 100 microgramos al día, como el hierro, cobalto, cromo, cobre, yodo, manganeso, selenio, cinc y molibdeno.

Las vitaminas se distinguen por su solubilidad. Las vitaminas del complejo B (8 distintas vitaminas) y C son solubles en agua (y son eliminadas por la orina, a veces con un olor característico), mientras que las A, D, E y K se disuelven en la grasa (son liposolubles) y permanecen más tiempo en el cuerpo.

No todos los animales y plantas sintetizan todas las vitaminas que necesitan, de modo que es necesario obtenerlas de los alimentos. Esto es aprovechado por fabricantes de suplementos alimenticios, alimentos, cosméticos y otros productos para añadirles vitaminas y presentarlos así como más potentes, eficaces, sanos y convenientes, cosa que no siempre es cierta.

Nuestra flora intestinal, cuando está sana, produce vitamina B7 (biotina) y vitamina K, y es bien sabido que una de las formas de la vitamina D, cuya deficiencia provoca el raquitismo, la sintetiza nuestra piel al exponerse a los rayos ultravioleta, por lo que tomar moderadamente el sol ayuda a prevenir la osteoporosis. Igualmente, nuestro cuerpo puede producir vitamina A a partir de las sustancias conocidas como carotenoides, incluido el beta caroteno que da su color rojo-anaranjado a alimentos como la zanahoria y la remolacha.

Sin embargo, como ocurre con prácticamente cualquier sustancia o nutriente, “más” no significa “mejor”. Una deficiencia en vitamina A, por ejemplo, provoca ceguera nocturna y sequedad en la córnea, que se corrigen con una dosis para adultos de unos 900 microgramos (900 millonésimas de gramo) de vitamina A al día. Pero una dosis excesiva durante un tiempo prolongado causa síntomas tan inocuos como la decoloración de la piel o la resequedad excesiva... y tan graves como defectos congénitos, problemas hepáticos, disminución en la densidad ósea y el aumento patológico de la presión intracraneal.

Otro ejemplo es la vitamina B3, cuya deficiencia es culpable de la pelagra, terrible enfermedad que se identifica por cuatro elementos: diarrea, dermatitis, demencia y muerte. Esta grave afección se previene (y cura, al menos impidiendo que los daños sigan) con una dosis de tan sólo 16 miligramos diarios de vitamina B3. Esta misma vitamina, en dosis de más de 1,5 gramos al día, puede ocasionar problemas de la piel, como resequedad y erupciones, fallo hepático fulminante, arritmias cardiacas y defectos congénitos, entre otras afecciones.

Ese riesgo, con frecuencia no es considerado por quienes recomiendan terapias sin bases científicas en las que se aumenta sensiblemente el consumo de micronutrientes o se dan dosis masivas de vitaminas (megavitaminas). Pero la publicidad que se da a quienes nos advierten de todo tipo de peligros, y que afirman que nuestro cuerpo necesita todo tipo de ayudas externas, han convertido a los suplementos nutricionales, y especialmente a los complejos vitamínicos en un producto de consumo más.

Incluso, de modo inexplicable, algunos vendedores de vitaminas hablan de “vitaminas naturales” que resultan, de algún modo, “mejores” que las “artificiales” o sintéticas. Cada vitamina es el mismo compuesto químico, idéntico átomo por átomo, independientemente de haber sido sintetizado en una planta, un animal o una fábrica con los más modernos equipos técnicos.

Y, lo más lamentable, resulta que las vitaminas que se ofrecen como suplementos en tiendas que afirman ser “naturales”, “ecológicas”, “biológicas” o “alternativas” llegan a tener costos de hasta el doble de las mismas vitaminas en versión genérica, e incluso más que las vitaminas “de marca” que tampoco tienen ninguna diferencia respecto de las genéricas. Sin mencionar otras terapias peligrosas que administran megadosis de vitaminas directamente en vena.

Las vitaminas no son, como se llegó a creer a principios del siglo XX, ninguna panacea o curación para todo. No nos dan “vitalidad” como creen quienes recomiendan a los niños tomar sus vitaminas para “estar fuertes”. De hecho, en los países desarrollados las deficiencias vitamínicas han casi desaparecido, pese a las dietas pletóricas de alimentos dudosos que nos administramos.

Pelagra y ceguera nocturna

Varias zonas de Europa que durante alguna época se alimentaron principalmente de maíz fueron sede de brotes extensos de pelagra debido a que el maíz contiene poco triptofano, que nuestro cuerpo usa para fabricar vitamina B3. Sin embargo, los indígenas mesoamericanos utilizan un sistema llamado “nixtamalización”,  que implica cocinar el grano de maíz en una solución alcalina, lo cual corrige la deficiencia de niacina en el maíz. Éste es de los pocos conocimientos empíricos sobre vitaminas de la antigüedad, junto con la recomendación de comer hígado que los antiguos médicos egipcios daban a quienes sufrían de ceguera nocturna por falta de vitamina A.