Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El ojo que ve el universo

Hubble 01
El telescopio Hubble después de ser puesto
en órbita por el transbordador Discovery
(Foto D.P. NASA vía Wikimedia Commons)
Durante 21 años, el telescopio espacial Hubble nos ha enseñado a ver el universo de un modo que no había sido posible en toda la historia humana.

Hace apenas 20 años el universo tenía un aspecto totalmente distinto a nuestros ojos del que hoy conocemos gracias a los cientos de miles de imágenes que el telescopio orbital Hubble ha estado transmitiendo con sus observaciones, participando en numerosos proyectos de grupos de astrónomos de todo el mundo y asombrando con su visión literalmente extraterrenal a muy diversas personas, con o sin interés en la astronomía.

Por primera vez hemos visto los límites del universo, enormes nubes de gases que son incubadoras donde se están formando nuevas estrellas en grandes cantidades, evidencias de agujeros negros en los que cabrían millones de soles, explosiones de estrellas o supernovas con una potencia inimaginable, los fragmentos de un cometa cayendo sobre Júpiter, planetas en otros sistemas solares, galaxias colisionando y fusionándose… material de ciencia ficción convertido en imágenes, datos, conocimiento y nuevas avenidas para la investigación.

Y sin embargo, la historia de este extraordinario instrumento científico comenzó definitivamente con el pie izquierdo.

Los astrónomos se plantearon desde principios del siglo XX tener en órbita un telescopio óptico, es decir, capaz de observar la luz visible (a diferencia de telescopios dedicados a otros segmentos del espectro electromagnético, como los radiotelescopios o los telescopios de rayos X).

Los telescopios ópticos en la superficie del planeta enfrentan problemas como la contaminación lumínica de fuentes como poblados o instalaciones que dificultan la visión de objetos especialmente tenues, y sobre todo las distorsiones en sus observaciones que introduce
La propia atmósfera misma. Las distintas capas de la atmósfera, con características y temperaturas variadas, distorsionan la luz que llega del universo. Es precisamente por ello que las estrellas parecen titilar cuando las miramos.

Un telescopio en órbita evitaría esos y otros problemas, lo que le permitiría ver más allá, y con mucha más nitidez, que cualquier aparato que pudiéramos construir en el suelo.

En 1969, la NASA aprobó el proyecto de un gran telescopio orbital que pondría en órbita el transbordador espacial. En 1975 la Agencia Espacial Europea se unió al proyecto. Sin embargo, el lanzamiento previsto para octubre de 1986 se pospuso debido a la explosión del transbordador Challenger en enero de ese mismo año, y no se lanzaría sino hasta el 24 de abril de 1990.

“Está fuera de foco”.

Este fue el diagnóstico de los técnicos que vierosn las primeras fotografías transmitidas a tierra desde el nuevo telescopio Hubble hace 21 años parecían anunciar uno de los más complicados, costosos y absurdos fiascos de la historia: el gran telescopio con la mejor tecnología de la época estaba fuera de foco. Una cadena de errores humanos dio como resultado que el espejo principal del telescopio tuviera una aberración esférica (una desviación de la curva que lo hacía demasiado plano en el centro por unas fracciones de milímetro) que no se detectó por otra cadena de errores.

La solución fue añadir un grupo de pequeños espejos para interceptar la luz que se reflejaba del espejo principal, corregir la falla y devolver la luz a los instrumentos de observación. Estas y otras tareas fueron realizadas en la primera reparación espacial llevada a cabo durante 10 largos días en diciembre de 1993. El éxito de este trabajo se confirmó con las primeras imágenes que conocimos en 1994, y que mostraron un universo mucho más asombroso de lo que habíamos imaginado hasta entonces. Más complejo, más diverso, más misterioso…

Y arrolladoramente hermoso.

Muchas de las imágenes que nos han cautivado del Hubble durante estos años han sido objetos ya conocidos, que habíamos visto con menos precisión, borrosos, tenues. Pero muchas más han sido imágenes inéditas de sitios de nuestro universo que nunca habíamos visto realmente, zonas del cielo que parecían poco pobladas y que están en realidad llenas no sólo de estrellas, sino de galaxias que se extienden hasta el borde mismo del universo.

Los más diversos grupos de astrónomos, de cualquier país e institución, pueden pedir tiempo para realizar observaciones con este fino instrumento, y de hecho todos los descubrimientos han sido realizados por distintos grupos de astrónomos, que año con año presentan proyectos para usar el Hubble unos minutos o unas horas. Los datos que obtienen los pueden usar en exclusiva durante un año, y después se convierten en dominio público, patrimonio de toda la humanidad.

Así es como hemos obtenido evidencia de algunos de los objetos más extraños del universo: los agujeros negros, llamados así porque su masa y densidad les dota de un campo gravitacional tan poderoso que ni la luz puede escapar de ellos. Aunque no podemos verlos, podemos ver el comportamiento de la materia a su alrededor, como agua yéndose por un caño en una gigantesca espiral. Con el Hubble se han hallado indicios de numerosos agujeros negros supermasivos, que tienen la masa de millones de estrellas, en el centro de muchas galaxias, sugiriendo que se trata de elementos bastante comuness. También ha descubierto objetos que nunca habíamos visto antes, y de los que sabemos muy poco, como el llamado, no muy glamorosamente, SCP 06F6.

Pero quizá el más asombroso descubrimiento es que la expansión del universo en sus bordes está acelerándose por motivos que aún no conocemos, a los que damos el nombre general de “energía oscura”, algo que debe existir pero no hemos percibido aún.

En total, en sus 21 años de servicio, el telescopio Hubble ha sido visitado para realizar tareas como cambiar algunos instrumentos y cámaras por otros más modernos o eficaces, mejorar sus paneles solares, cambiar los giroscopios que mantienen su estabilidad y otras operaciones que lo han ido mejorando.

Con lo hecho hasta ahora, el telescopio espacial Hubble deberá seguir funcionando hasta 2013, cuando menos. Dado que orbita nuestro planeta en las capas superiores, muy tenues, de la atmósfera, a unos 559 kilómetros de altitud, su órbita se degradará poco a poco, cayendo a tierra en algún momento entre 2019 y 2021 y dejando como legado un profundo cambio en nuestra percepción del curioso lugar donde vivimos.

El origen del nombre

El telescopio espacial Hubble debe su nombre a Edwin Hubble (1889-1953), astrofísico estadounidense que, como lo haría el telescopio, amplió nuestro concepto del universo. Hubble demostró que era errónea la idea de que el universo era sólo nuestra galaxia, y confirmó la existencia de otras galaxias. Al mismo tiempo, ayudó a demostrar que nuestro universo está en expansión hasta los bordes que ahora hemos podido ver.

La ciencia del vino

Étude sur le vin Louis Pasteur
"Estudios sobre el vino", de Louis Pasteur
(D.P. vía Wikimedia Commons)
La comprensión científica de las enfermedades y su combate comenzó estudiando el vino y sus múltiples secretos.

Hasta la década de 1860, se creía que las enfermedades eran causadas por un desequilibrio de los cuatro humores que se creía que formaban el cuerpo humano (bilis amarilla, bilis negra, flema y sangre), o por”malos aires” (creencia que aún se refleja en nuestro lenguaje cotidiano con frases como “te va a dar un aire”) o por espíritus malévolos, entre otras hipótesis más o menos fantasiosas.

Además, se creía que los seres vivos podían aparecer por “generación espontánea” y no era comúnmente aceptada la teoría de que existieran seres vivos invisibles a simple vista que pudieran afectarnos directamente, pese a que ya algunos habían propuesto esta posibilidad.

Todo esto cambió gracias al vino y los estudios que sobre él hizo el francés Louis Pasteur. Las pérdidas económicas y daños a la reputación de Francia cuando sus grandes vinos se avinagraban rápidamente hicieron que acudieran al brillante químico, que descubrió que el vino bien añejado contenía células redondas de levadura, mientras que el vino echado a perder tenía células bacterianas que producían ácido láctico. Descubrió también que el aire facilitaba que el vino se echara a perder y propuso una revolución a la industria del vino francés: calentar los caldos a 49 ºC para matar las bacterias y facilitar la labor de la levadura.

Con su libro “Estudios sobre el vino”, de 1866, Pasteur salvó la industria del vino francesa y sentó las bases de la microbiología, y de sus propios estudios, que años después confirmarían que así como los microorganismos provocan por igual la fermentación del zumo de uva en vino y del vino en vinagre, eran responsables de ocasionarnos muchas enfermedades.

Hasta ese momento, el cultivo de la vid y la fabricación del vino eran arte y algunos conocimientos empíricos que, evidentemente, no garantizaban una producción homogénea. La introducción de una visión científica marcó un cambio notable. Por ejemplo, la levadura que fermenta el zumo de uva para dar origen al vino es ese polvo blanquecino que recubre la piel de la uva, pero esta levadura, que podía ser de diversas especies y géneros distintos, daba resultados impredecibles. El conocimiento de las levaduras fue desarrollándose para que los productores pudieran elegir libremente distintas variedades, como las de Saccharomyces cerevisiae, la más común, capaces de darle a sus vinos determinadas características.

De hecho, las levaduras para vino son toda una industria en sí en la actualidad, con empresas dedicadas a una producción controlada de distintas variedades adecuadas para distintos tipos de vino. Por supuesto, una de las variedades, utilizada para vinos tintos fuertes, es la Pasteur roja. Lo cual no obsta para que algunos productores prefieran utilizar las levaduras presentes en el ambiente natural.

El proceso de producción del vino consta del aplastado de las uvas para romper la piel, su maceración o reposo, su prensado para obtener el zumo, la fermentación primaria (de entre 4 y 6 días), la fermentación secundaria (de entre 6 y 18 meses) y el envejecimiento (que puede ser breve o durar décadas).

El suelo y el tipo de uva, los factores climatológicos, los fertilizantes, herbicidas y pesticidas, las horas de luz según la latitud del plantío y otros factores diversos determinan las características del zumo que las levaduras seleccionadas fermentarán y por tanto el resultado final, del más corriente al más fino.

La fermentación es esencialmente el proceso de convertir los azúcares del zumo de uva en alcohol etílico o etanol y dióxido de carbono, y este proceso se realiza a temperaturas y velocidades precisas, y en presencia de cantidades determinadas de oxígeno, para que el resultado sea óptimo. Para ello, los productores añaden al mosto carbono, azufre, fósforo y distintas vitaminas y minerales que lo convierten en el alimento ideal para la levadura.

En el proceso que va del prensado de la uva a su embotellado, se añaden además distintas sustancias que eliminan o reducen aspectos no deseados del vino. El proceso de fermentación genera una enorme cantidad de sustancias adicionales que son las que le dan su personalidad a un vino. De hecho, ya en la Grecia antigua se añadía escayola al zumo de uva para aclararlo.

Pese a que parezca una sustancia sencilla, el vino es una compleja mezcla de alcohol etílico, glicerol, azúcares, taninos, ácidos orgánicos, fenoles, aminoácidos, grasas, vitaminas, aldehídos y otras sustancias, todas las cuales determinan las características del producto final.

Esas sustancias son, también, las responsables de que el vino sea considerado, en cantidades moderadas, una bebida benéfica para el organismo, especialmente mediante la reducción de la mortalidad por enfermedad coronaria cardíaca, capacidad que se ha validado en numerosos estudios.

La complejidad del vino y del proceso de su producción han dado como resultado el establecimiento de numerosas bodegas vinícolas experimentales. Así, la del Instituto de Enología y Viticultura de la Universidad de Yamanashim en Japón, cuenta con laboratorios de microbiología y biotecnología del vino, ciencias biofuncionales, ingeniería genética de frutas y un viñedo experimental. En la Universidad de Missouri se ocupan sobre todo de probar distintos métodos de cultivo sobre diversas variedades de uva. Mientras, en la Universidad de California ha desarrollado fermentadores hidráulicos y medidores de azúcar programables.

En España, la bodega experimental de la Universidad de La Rioja se ocupa de estudiar los efectos de distintas variables en el vino final, como los fitosanitarios aplicados a la uva, el sol y los corchos, mientras que otra en Murcia estudia temas como la fecha óptima de la vendimia, nuevas variedades de uva y técnicas de elaboración.

Seis mil años de historia del vino con el hombre, quizá más, y aún queda muchísimo por saber de esta bebida que, muy probablemente, nuestros antepasados descubrieron simplemente por accidente. Lo que va de unas uvas olvidadas que fermentan espontáneamente a la búsqueda incesante de lo que Robert Louis Stevenson llamó “poesía embotellada”. En este caso, poesía con ciencia.

Vino y pseudociencia

Lo impredecible que aún tiene la industria del vino, y quizás el deseo de atraer a mercados de creencias peculiarse, ha hecho que las pseudociencias hayan hecho su aparición en este complejo mundo. En los últimos años han aparecido marcas y bodegas de vino que, afirman, utilizan desde las creencias esotéricas del teósofo Rudolf Steiner y sus nunca probadas teorías de “agricultura biodinámica” hasta distintas formas de magia geográfica, astrología y muchas otras prácticas de eficacia no demostrada y principios ocultistas.

La polémica sobre la ascendencia humana: el hombre de Orce

Fragmentos de cráneo de Orce
(Fuente, Universidad de Valencia)
Un fósil, un debate y una realidad al parecer confirmada: los primeros humanos en Europa recorrieron tierras granadinas.

Hasta el siglo XIX, los seres humanos ni siquiera sabíamos que éramos resultado de un proceso evolutivo y por tanto no teníamos conciencia de que debíamos estudiar el tema. En 1856, Johann Karl Fulhlrott identificó unos restos óseos hallados en el valle de Neander como pertenecientes a una variedad de ser humano hasta entonces desconocida, y tres años después Charles Darwin publicaba “El origen de las especies”, que aunque cuidadosamente evitaba hablar del ser humano, tenía implicaciones que todo mundo comprendió de inmediato. Teníamos un pasado desconocido que debíamos investigar.

El proceso de reconstrucción de nuestra historia de los últimos 5-6 millones de años, desde que tuvimos el último ancestro común con los chimpancés, ha sido muy accidentado, y no sólo por las dificultades científicas que enfrenta, sino por asuntos de orgullo en la búsqueda de ancestros humanos por parte de países y culturas buscando ser la “cuna de la humanidad”.

Por ello, el estudio de los restos de nuestros antecesores, la paleoantropología, ha sido espacio de batallas peculiares, cuyo ejemplo más claro es el fraude del “hombre de Piltdown”, un cráneo humano con mandíbula de gorila y dientes limados para alterar su aspecto.

La ciencia avanza según los datos, conocimientos y hechos, pero éstos se pueden interpretar y reinterpretar por motivos bastante más prosaicos, especialmente en el caso del registro fósil humano, donde permanecen tantas zonas grises a la espera de ser desveladas por nuevos descubrimientos que pueden ocurrir mañana o dentro de mucho tiempo. Un buen ejemplo es el fósil conocido como el “hombre de Orce” o, más precisamente, el “niño de Orce”.

Descubrimiento y polémica

En 1982, el paleoantropólogo Josep Gibert i Clols encontró, en el yacimiento de fósiles de Venta Micena, municipio de Orce, Granada, un fragmento de un cráneo con una antigüedad de entre 1,6 y 1,3 millones de años y que fue identificado como perteneciente a un niño de entre 5 y 7 años de edad. Su nombre oficial es fósil VM-0, y pronto se conoció como el “hombre de Orce”.

La noticia, de ser cierta, implicaría el hallazgo del más antiguo poblador humano de Europa. Sin embargo, dos investigadores franceses observaron en el fragmento una cresta ósea que, indicaron, era más compatible con la hipótesis de que el fósil fuera de un équido. El nombre “burro de Orce” apareció y el debate escapó del espacio académico. Algunos participantes del equipo descubridor aceptaron la nueva hipótesis sin más, mientras que el paleoantropólogo Josep Gibert decidió dedicarse a defender la hipótesis de que era un homínido y lo hizo hasta su muerte en 2007.

Por su parte, la localidad vio, en el “hombre de Orce”, una oportunidad de atraer turismo y obtener prestigio como el hogar del “primer europeo”, algo de cuyos beneficios políticos y económicos puede dar testimonio la zona de Atapuerca, al tiempo que temía ser identificada con un error o, incluso, con un fraude, como Piltdown.

El debate en los medios y a nivel público nada tenía que ver con el tema científico de la identificación del fósil, por supuesto, que había sido puesta razonablemente en duda como muchas otras hipótesis planteadas sobre bases poco sólidas. En este caso, como ejemplo, los científicos sólo habían estudiado la superficie externa del fósil, estando la interna invadida de una incrustación calcárea difícil de eliminar.

La investigación, sin embargo, siguió su camino. En 1999 se publicó un estudio sobre los restos de albúmina del fósil, comparándolos con los de otros fósiles bovinos y equinos de la época, y concluyendo que la albúmina del fósil VM-0 era más cercana a la humana que la de los otros ejemplares. Este apoyo a la hipótesis homínida fue criticado por quienes consideraban que era improbable que el fósil conservara tales niveles de albúmina.

Uno de los descubridores originales pubilcó en 1997 un análisis basado en la detección de una sutura en la parte más alta del fragmento, y que, concluye, revela un cráneo equino y mucho más pequeño que uno humano. Ese análisis fue nuevamente puesto en cuestión por un estudio radiológico del VM-0 realizado en el año 2000 y según el cual dicha sutura no existe.

Finalmente, el descubrimiento de otro cráneo infantil de la época romana con la misma cresta que tiene el fósil de Orce reveló que dicha característica no era imposible en un ser humano, pero no es prueba concluyente de que el fósil de Orce sea de un homínido.

El debate sigue abierto. Pero su resolución no será asunto de pasiones, conveniencias, prejuicios y emocionalidades, sino de la obtención de nuevos datos. Y lo más llamativo es que las demás investigaciones del yacimiento de Venta Micena, las que no han tenido un fuerte impacto de medios, nos ofrecen datos mucho más certeros y de significación científica igual de relevante.

Robert Sala, paleoantropólogo que emprendió una campaña de excavaciones en 2010 y que realizará otra en 2011, el yacimiento de Orce es el más rico de su edad en Europa. Los hallazgos de 2010 confirman, por la presencia de restos animales y las herramientas de piedra empleadas para cazarlos y destazarlos, la presencia humana en Orce hace más de 1,3 millones de años, antes de la presencia en Atapuerca misma. De hecho, el investigador apunta que los homínidos que vivieron y cazaron en Orce podrían pertenecer a la misma especie descrita en Atapuerca, el Homo antecessor, nuestro ancestro directo, y no a Homo erectus, nuestro pariente cercano.

Esto haría irrelevante, hasta cierto punto, la identificación del debatido fósil VM-0. Podría ser un equino y ello no afectaría el hecho de que los primeros humanos en Europa, hasta donde sabemos hoy, recorrieron los alrededores de Orce. Pero para nosotros, por su valor simbólico, sería más relevante que fuera un fósil humano, un trozo de la cabeza de un niño de nuestro pasado profundo.

Afortunadamente, algún día lo sabremos. Mientras damos fe de nuestras subjetividades y su intensidad, seguimos buscando el conocimiento, que al final es el único que puede confirmar, o demoler, nuestros más caros prejuicios.

El abordaje de los vendedores de misterios

Ante el debate sobre el fósil de Orce, los personajes mediáticos de la venta de misterios y sensacionalismo ocultista adoptaron como suya la hipótesis homínida del fósil de Orce, aumentando su desprestigio por asociación. Para empeorar la situación, Gibert tomó la decisión de publicar artículos en su defensa en revistas pletóricas de platos volantes, yetis y pseudoarqueología, desprestigiando la hipótesis por asociación, pues el “hombre de Orce” se vio citado y “defendido” por promotores de todo tipo de pseudociencias.

Bertrand Russell y el pensamiento libre

Sería difícil imaginar un icono más disparatado para la rebeldía de 1960-70 que Bertrand Russell, Premio Nobel, conde, matemático y filósofo galés que nunca se dejó ver sin traje.

Lord Bertrand Arthur William Russell,
defensor de la libertad.
(Fotografía D.P. vía Wikimedia Commons)
En 1940, los guardianes de la moral de Nueva York se lanzaron a evitar que Bertrand Russell fuera contratado como profesor en el City College por ser defensor de la libertad sexual. Una familia interpuso –y ganó– una demanda afirmando que la presencia de Russell como profesor podría corromper la moralidad sexual de su hija, y el gobierno municipal retiró los fondos para su cátedra.

Quienes defendían a Russell resumían su posición en lo que Einstein le escribió a un profesor del City College: “Los grandes espíritus siempre han enfrentado la violenta oposición de mentes mediocres”.

Y el espíritu de Bertrand Russell era grande ya entonces. Nacido en Gales en 1872 como tercer conde de Russell, en una familia aristocrática, liberal, laborista e implicada en la política (su abuelo fue dos veces primer ministro de la Reina Victoria) fue educado por tutores en su propio hogar hasta que entró al legendario Trinity College de Cambridge, donde al terminar sus estudios pasó a ser profesor.

Entre 1910 y 1913, brilló el Russell matemático y lógico, llamando la atención del mundo con su magna obra Principia mathematica escrita junto con Alfred North Whitehead. En este trabajo, los autores emprendieron el intento de demostrar que las matemáticas estaban basadas en la lógica formal o en la teoría de conjuntos.

El resultado, sin embargo, fue que no pudieron demostrarlo. Encontraron axiomas que no se pueden justificar filosóficamente. Pero, en el proceso, los autores establecieron numerosas nociones filosóficas y matemáticas de gran valor sobre las cuales trabajarían matemáticos como Kurt Gödel y Alan Turing.

Esta sola aportación habría bastado para que Bertrand Russell se ganara un lugar en la historia de la ciencia y la filosofía. Pero las inquietudes del filósofo iban más allá, y se desbordaban a los terrenos de la filosofía de la ciencia, el pensamiento crítico, la política, la reforma social, la paz, la defensa de la libertad y la justicia. Así, por coherencia moral, Russell se declaró pacifista y objetor de conciencia ante la Primera Guerra Mundial, lo que llevó, primero, a su despido de Cambridge en 1916 y, finalmente, a un breve período en prisión en 1918.

En los años siguientes, Russell escribió una serie de libros sobre sus ideales políticos, libertarios y cuestionadores, pero sin dejar de lado aún su trabajo matemático. En 1920, después de visitar a Lenin en la recién nacida Unión Soviética, escribió La práctica y teoría del bolchevismo, donde, además de su simpatía por los ideales del socialismo y la justicia social, expresaba su preocupación por el autoritarismo y falta de consideración por las “opiniones y sentimientos de los hombres y mujeres comunes”, y por el excesivo dogmatismo de los bolcheviques que eliminaba la libertad de la sociedad que estaban intentando forjar.

En 1927, Russell y su segunda esposa, fundaron la escuela Beacon Hill para ofrecer la enseñanza de un pensamiento humanista, crítico y cuestionador que “rompiera con los métodos educativos tradicionales” y mantuviera la alegría y asombro de la niñez sin las angustias generadas por el autoritarismo habitual. Con base en métodos como el de María Montessori o Friedrich Fröbel. La experiencia dio origen al libro de 1932 La educación y el orden social.

Antes de eso, sin embargo, en 1929, Russell escribía el libro que le ganaría el odio del conservadurismo, especialmente en Estados Unidos, Matrimonio y moral, donde hacía una apasionada defensa de la libertad sexual y de la posición igualitaria de la mujer y el hombre en la vida en común. Este libro sería el principal responsable de sus dificultades en el City College de Nueva York. Aunque también jugaría un papel, sin duda, su defensa del ateísmo razonado y su crítica a la religión expresados en su libro Religión y ciencia de 1935.

Ante el desarrollo del nazismo, Russell dejó claro que su pacifismo no era absoluto, sino relativo, pues siendo un mal era, en el caso de Hitler, el menor de dos males. En este caso, nuevamente, su máxima preocupación era la libertad, amenazada por este otro totalitarismo, y apoyó los esfuerzos aliados.

La tarea eminentemente académica de Bertrand Russell concluyó, para todo efecto práctico, con uno de sus máximos esfuerzos intelectuales, la Historia de la filosofía occidental de 1945, que sigue siendo considerada una de las formas más amenas de introducirse en los meandros de la filosofía y fue el primer bestseller de Russell, dándole finalmente la tranquilidad económica (que nunca había tenido pese a su posición aristocrática) a los 73 años.

Los años siguientes vieron a Russell convertirse en uno de los pocos filósofos ampliamente conocidos fuera de los círculos académicos. Sus opiniones, siempre heterodoxas y candentes, y su obtención del Premio Nobel de Literatura en 1950 lo hicieron conocido. Su defensa del desarme nuclear, el feminismo, la libertad sexual, la libertad de pensamiento y sus críticas por igual al capitalismo que al comunismo, a la religión y a la Guerra de Vietnam lo fueron convirtiendo en un referente que haría masa crítica en la tempestuosa década de 1960 y sus varias revoluciones.

Sin embargo, esas mismas características lo convirtieron en un personaje mal visto por derechas e izquierdas, por ambos lados en la Guerra Fría y por los conservadores y dogmáticos de todos colores. Así, a los 89 años de edad, fue encarcelado una semana por manifestarse en el movimiento “Prohiban la bomba”.

Aunque su activismo político por momentos pareció ensombrecer su aportación al conocimiento, el paso de los años quizá ha demostrado que ambos aspectos eran dos caras de la misma moneda. La libertad de pensamiento, de cuestionar e investigar la realidad con las armas de la ciencia y el razonamiento, y la convicción de que podemos conocer el universo en lugar de temerlo metafísicamente, quizás no pueden estar divorciadas de la lucha por la libertad esencial del ser humano y su derecho a vivir en paz, de buscar la felicidad y de intentar crear un mundo más justo ante la irracionalidad de la injusticia.

El manifiesto Russell-Einstein

En 1955, Bertrand Russell y Albert Einstein se unieron para pedir a los gobiernos del mundo la renuncia a la guerra como forma de resolución de diferencias, ante el temor de que en una nueva confrontación mundial se utilizaran armas nucleares. Firmado por miles de científicos de todo el mundo, fue la base del Congreso Pugwash sobre ciencia y asuntos mundiales y hasta hoy anima los esfuerzos contra las armas nucleares, aunque no contra los usos pacíficos de la energía nuclear.