Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

420 millones de años de dientes

Aunque hay grandes lagunas en nuestro conocimiento de los tiburones, hoy sabemos que muchos mitos a su alrededor no tienen base en la realidad… y que están en peligro.

Tiburón ballena en el acuario de Georgia
(Imagen de Wikimedia Commons)
Existe un monstruo marino mítico, una explosión de furia que ataca y devora cualquier cosa, llenando los océanos con ejércitos de atacantes de cerebros diminutos, casi autómatas; peces de gran tamaño y frialdad asesina que acechan a todo ser humano que se aventure a sondear las aguas marinas y que ha sido inmortalizado en libros, películas y leyendas multiplicadas por la imaginación popular.

Por otro lado están los tiburones, más de 400 especies del superorden que los biólogos llaman Selachimorpha y que incluye a ocho órdenes vivientes y cuatro ya extintos. Son peces de esqueleto formado de cartílago, sin huesos y cuyas especies van desde el diminuto Apristurus sibogae, de las costas de Indonesia que llega a los 21 centímetros de longitud, hasta el gigantesco tiburón ballena, el pez más grande del planeta, que puede llegar a medir más de 15 metros y pesar más de 30 toneladas, un tranquilo gigante que se alimenta de pequeños organismos, como las ballenas reales.

Los tiburones son animales, predominantemente carnívoros pero muy selectivos en cuanto a su dieta, con una capacidad de aprendizaje y adaptabilidad en algunos aspectos similares a los de los mamíferos y para los cuales el ser humano resulta un alimento poco apetitoso, con demasiados huesos y demasiada poca grasa.

Pese al temor generalizado, los ataques de tiburones a humanos no llegan al centenar cada año en todos los mares del mundo y las muertes que ocasionan son apenas unas 10. La estrategia de muchos tiburones, consiste en lanzar una rápido mordisco y retirarse a esperar a que la víctima se desangre. Esto le evita enfrentarse a los agudos y fuertes dientes de presas como las focas. El “mordisco para probar” puede darse a objetos como boyas y tablas de surf, y podría explicar que los tiburones habitualmente se retiren después de morder a un ser humano, considerándolo poco apetitoso.

Es el tiburón el que debería temer al ser humano, que lo sacrifica para obtener esa aleta dorsal que se considera aviso de peligro cuando corta la superficie del agua, y que se usa para hacer una sopa muy apreciada en la cocina china. También se le caza por un mito según el cual el cartílago de tiburón tendría capacidad de combatir el cáncer, creencia que no tiene ninguna base sólida.

Las cifras que se citan son muy diversas, la ONU calcula el sacrificio de 10 millones de tiburones anuales, pero algunos conservacionistas elevan la cifra a los 100 millones. Un estudio de 2006 del Imperial College London, basado en datos de los mercados, concluyó que la cifra más probable es de 38 millones de tiburones sacrificados sólo para cortarles la aleta y devolver el resto del animal, muerto o medio muerto, al mar.

Evolución de un mito

Los cientos de especies de tiburones que hoy pueblan los océanos y algunos ríos tuvieron su origen hace al menos 420 millones de años, lo cual sabemos gracias al hallazgo de escamas fosilizadas que los expertos coinciden en considerar como pertenecientes a ancestros de tiburones (aunque hay escamas de más de 450 millones de años sobre las que no hay acuerdo), y de dientes primitivos de tiburón hallados en depósitos de 400 millones de años de antigüedad.

Ambos aspectos, escamas y dientes, son notablemente distintivos de los tiburones. Los dientes no crecen dentro de sus mandíbulas, sino en las encías, y continuamente caen para verse sustituidos por otros que van avanzando desde el interior del hocico en filas sucesivas. Según algunos expertos, un tiburón actual puede perder unos 30.000 dientes a lo largo de toda su vida. Su característica forma triangular permite identificar especies, tendencias evolutivas e incluso aspectos tales como el tamaño y algunos hábitos del animal. Las escamas, por otro lado, son singulares por su pequeño tamaño en comparación con las de los peces de esqueleto óseo y su forma aerodinámica, que es en parte responsable de la velocidad de los tiburones, y que se ha utilizado como modelo para el diseño de trajes de natación y buceo.

Los grupos de tiburones modernos tienen su origen hace aproximadamente 100 millones de años, cuando ocurrió lo que los biólogos llaman una “radiación”, es decir, la aparicion de varios linajes a partir de un ancestro común, en este caso un ancestro aún no identificado.

Un momento culminante de la larga historia del tiburón ocurrió hace unos 20 millones de años, cuando apareció la especie llamada megalodon (gran diente), el mayor tiburón que ha existido. Sus grandes dientes fósiles, que pueden sobrepasar los 18 centímetros de longitud, y algunas vértebras fosilizadas, son todo lo que tenemos para intentar reconstruirlo. Distintas aproximaciones dan un pez de al menos 13 metros de largo (con dientes desproporcionadamente grandes, pero plausibles) y de quizá más de 20 metros. El megalodon desapareció de las aguas del planeta hace alrededor de un millón de años y, actualmente, sus dientes son un objeto de colección muy apreciado y motivo de un animado comercio mundial.

Queda mucho por saber sobre los tiburones, su historia evolutiva, su comportamiento, su presencia en los mares y el riesgo en el que realmente pueden estar algunas especies por su sobreexplotacion (en aras de una sopa de aleta de tiburón que, según los expertos en cocina, ni siquiera tiene un sabor distintivo ni intenso). Pero también su singular química nos va ofreciendo posibilidades interesantes.

En septiembre de 2011 se publicó un estudio que revelaba la aparente capacidad antiviral de una sustancia que se encuentra en el hígado de los tiburones, la escualamina. Michael Zasloff, que descubrió la molécula en 1993 y la ha estudiado desde entonces, ha encontrado varias aparentes propiedades antibióticas de esta sustancia que están siendo estudiadas, aunque algunos vendedores de productos milagros se han precipitado para ofrecerla como uno más de los “remedios para todo” que inundan el mercado de lo alternativo.

Si realmente se demostrara la utilidad y seguridad de la escualamina como antiviral para los seres humanos, eventualmente llegaría al arsenal médico con el que contamos. Las buenas noticias para los tiburones es que no será necesario pescarlos para obtener el medicamento: la escualamina se puede sintetizar con relativa facilidad a partir de semillas de soja

El sueño del tiburón

Los tiburones no tienen la vejiga natatoria con la que otros peces controlan su flotabilidad, y la mayoría no puede bombear el agua a través de sus branquias. Para no hundirse y para poder respirar, la mayoría de los tiburones están obligados a nadar constantemente, incluso cuando están dormidos, o al menos parecen estarlo.

Espacio 2012

Lanzamiento de un
cohete Ariane
(Wikimedia Commons)
Mientras Japón, China, la India y el capital privado empiezan a participar en la exploración espacial, la ESA mantiene un proyecto espacial europeo cuya importancia a veces subestimamos.

Quizás gran parte del romanticismo de los viajes espaciales se ha visto sustituido por uno de los grandes enemigos de la humanidad: la rutina. Los niños ya no suelen pegarse a las pantallas de televisión, como lo hacían en los años 60 y 70, para ver todos y cada uno de los lanzamientos espaciales.

Ir al espacio ya no es un acontecimiento excepcional con sabor a aventura, como los primeros viajes orbitales, la carrera hacia la Luna, la primera sonda a Marte o los robots pioneros que se lanzaron a visitar los límites del sistema solar. Hoy, los lanzamientos son cosa cotidiana y con gran frecuencia se ocupan de cosas mundanas como llevar pasta de dientes a la Estación Espacial Internacional.

2012 será la primera ocasión en 30 años en que Estados Unidos no tendrá un vehículo espacial propio, retirados ya los transbordadores espaciales. Y no lo tendrá al menos en dos años. Su sustituto, el vehículo Orión, tiene prevista su primera prueba no tripulada para 2014. Mientras, el transporte de tripulantes hacia y desde la Estación Espacial Internacional (ISS) dependerá de Rusia y su renovada nave Soyuz TMA-M.

Quizá la mejor forma de ver la forma que asume la exploración espacial en el siglo XXI es revisar el presupuesto de la ESA para 2012, que asciende a 4.020 millones de euros (contra los 14.470 millones de euros de la NASA) dedicados a la investigación, pruebas, fabricación, lanzamiento y operación de todas sus misiones.

La mayor parte de ese presupuesto, más de 860 millones de euros, se dedica a la observación de la Tierra (estudio de la atmósfera, del campo magnético, etc). 720 millones van para navegación, 578 millones se dedican a sistemas de lanzamiento, el programa científico recibe 480 millones y los viajes espaciales humanos 413 millones. A las telecomunicaciones quizá el beneficio más evidente de la exploración espacial en nuestra vida cotidiana, se destinan 330 millones.

La Agencia Espacial Europea en 2012

En enero, la ESA realizará el primer vuelo de su cohete de lanzamiento Vega. capaz de poner en órbitas polares y bajas cargas de 300-2.000 kilogramos. Este cohete pequeño completa la oferta de lanzadores europeos, facilitando un acceso más barato al espacio para satélites científicos y de observación terrestre. En su primer viaje al espacio, el Vega pondrá en órbita el satélite LARES de la agencia espacial italiana, dedicado al estudio de algunos aspectos de la relatividad general y el ALMASat de la universidad de Bolonia, además de varios microsatélites de universidades europeas, de los llamados “cubesat”, cubos de 10 cm por lado y una masa de 1,33 kilogramos.

El camión espacial europeo, el ATV, realizará su tercera misón en marzo de 2012 llevando a la estación espacial 6,6 toneladas de carga. A diferencia de los vehículos de transporte privados Dragón y Cygnus, su avanzado sistema de navegación le permite acoplarse automáticamente a la estación espacial. Después de permanecer acoplado a ella durante un tiempo, el ATV se separa llevando consigo varias toneladas de desechos y reingresa a la atmósfera terrestre, quemándose por completo.

Durante el año, la ESA lanzará también 2 nuevos satélites meteorológicos. En mayo se pondrá en órbita polar el MeteOp-B, segundo de una serie de tres dedicados a mejorar la calidad de la previsión del tiempo y la monitorización de las condiciones de la atmósfera. En junio o julio será el turno del MSG-3, tercero de una serie cuyo nombre son las siglas en inglés de “segunda generación de Meteosat”, dedicado a la observación de la Tierra mediante luz visible y radiación infrarroja para el estudio de la meteorología y la previsión de desastres naturales.

En mayo de 2012, un cohete ruso Protón llevará a la estación espacial internacional el brazo robótico europeo ERA, de más de 11 metros de longitud total, que se colocará en el laboratorio multiusos de la ISS y se utilizará para el reemplazo de paneles solares, la inspección de la estación, el manejo de carga y el apoyo a los astronautas durante las caminatas espaciales.

También en mayo volverá a la Tierra el astronauta holandés de la ESA, André Kuiper, después de llevar a cabo la cuarta misión de larga duración de la ESA en la Estación Espacial Internacional, a la que llegó el 23 de diciembre.

En el verano de 2012 también se pondrá en órbita la misión Swarm, una constelación de tres satélites en tres órbitas polares que se dedicarán a medir con la máxima precisión la fuerza, dirección y variaciones del campo magnético de la tierra.

Una actividad de espacil importancia será el lanzamiento dos nuevos satélites del sistema Galileo de navegación y geoposicionamiento. En la actualidad, el mundo depende de la red GPS de 24 satélites del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Por motivos que van desde la seguridad, aspectos estratégicos hasta la antigüedad del sistema estadounidense, Europa ha emprendido este proyecto que contará con 30 satélites en total para 2014. Además del servicio gratuito de GPS, Galileo, ofrecerá servicios especiales a usuarios tales como aerolíneas, gobiernos y servicios de búsqueda y rescate.

Los satélites de geolocalización o navegación requieren de una amplia red de apoyo. Galileo contará con entre 30 y 40 estaciones sensoras, 3 centros de control, 9 estaciones de comunicaión con los satélites y 5 estaciones de telemetría, rastreo y comando.

Con vistas al futuro, 2012 será un año de pruebas intensivas de la nave orbitadora planetaria de Mercurio, mitad europea del proyecto BepiColombo para el estudio de Mercurio, el más pequeño y más cercano al sol de los planetas del sistema solar. La otra mitad es el orbitador magnetosférico de Mercurio que está construyendo la agencia espacial japonesa. La misión está prevista para ponerse en marcha en 2014.

Además de sus proyectos propios, la ESA se encargará del lanzamiento y puesta en órbita de satélites de distintos países y para distintos objetivos.

Finalmente, en noviembre se llevará a cabo en Italia la reunión de los ministros encargados del espacio de los 19 países miembros de la ESA, para analizar lo realizado y plantear los nuevos caminos de la exploración espacial europea.

La empresa privada en órbita

Estados Unidos ha apostado de modo intenso, por la financiación de proyectos privados. Las empresas privadas Space X y Orbital Sciences Corporation enviarán dos primeros vehículos de abastecimiento a la ISS en 2012. La primera de estas empresas Space X, tiene previsto realizar su primer vuelo tripulado en 2015, mientras que el negocio de los vuelos suborbitales es la gran apuesta del multimillonario Richard Branson con su empresa Virgin Galactic.

El doble ciego y el mal Stradivarius

Un moderno mecanismo de la experimentación científica que nos enseña tanto sobre nosotros como sobre la realidad objetiva.

Stradivarius de1687 del Palacio Real de Madrid
(Foto deHåkan Svensson, Wikimedia Commons) 
El científico que estudia plásticos, bacterias o huracanes tiene una razonable certeza de que los resultados de sus estudios no van a cambiar según el humor, expectativas o inseguridades personales de los objetos a los que se dedica.

Pero el que trabaja con seres humanos debe tener en cuenta la personalidad, percepciones, emociones, expectativas, humor, actitudes y demás volubilidades humanas.

Esto es cierto en alguna medida incluso cuando medimos aspectos objetivos en algunos estudios de laboratorio, como un recuento de glóbulos blancos en la sangre, y más al estudiar eventos que no se pueden medir directamente, como el dolor. En un estudio donde un grupo de personas debe decir si un medicamento les alivia el dolor, el experimentador no puede medir objetivamente el dolor, su cantidad o forma, sino que depende de lo que diga o informe quien está sufriendo el dolor y recibe el medicamento.

Las personas que participan en el estudio pueden cambiar su valoración en función de muchos elementos y no sólo de la eficacia del medicamento. Pueden creer que el nuevo medicamento es enormemente eficaz, o sentirse mejor que otra persona que considere que ningún medicamento le puede ayudar, si la medicina con bases científicas le ha ayudado en el pasado o si bien es proclive a creer en terapias no demostradas. O bien, aunque no se sienta mejor, puede no querer que por su culpa se dañe la investigación de un médico amable y simpático, e informe así de una mejoría mayor que la que siente en realidad. O bien el enfermero o la enfermera que les atiende les resultan muy atrayentes y confunden el bienestar que les produce una visión estética con un efecto del medicamento. O que les relaje la buena disposición y comprensión exhibidas por un experimentador.

Son multitud los elementos que pueden afectar los informes de un paciente en este tipo de estudios. Y uno de los retos de la experimentación científica con humanos (y con seres vivos que tienen un sistema nervioso desarrollado, en general) ha sido desarrollar herramientas para tratar de eliminar, descontar o compensar esas variables y así obtener resultados más fiables.

Lo primero que se nos ocurre, por supuesto, es que la persona no sepa si está recibiendo el medicamento o no. Podemos separar a nuestro grupo en dos: a la mitad les daremos el medicamento y a la otra mitad les daremos un comprimido idéntico en aspecto, pero que no tiene propiedades farmacológicas. Esto sería un estudio llamado “a ciegas” o “ciego” porque los sujetos no saben si están recibiendo medicamento real o simulado.

Este medicamento simulado es lo que se conoce como “placebo” y los estudios que se hacen utilizándolo se denominan “controlados por placebo”. Así, si se mantiene igual todo (incluidos los enfermeros atractivos) y el grupo que recibe el medicamento informa de una mejoría significativamente superior que el grupo que recibe el placebo, es razonable suponer en principio que el efecto se debe al medicamento y no a los demás factores que influyen en cada persona.

Pero, si las expectativas del individuo influyen en los resultados, también pueden influir las expectativas de quien administra el medicamento. Si el médico o enfermera saben que le están dando un placebo a un paciente, pueden dar señales, incluso sutiles, de que no debe esperar demasiado de él, comentarios al paso durante la entrega de los comprimidos, miradas, etc. Si, por otra parte, saben que están administrando la sustancia real y tienen grandes expectativas de que funcione, pueden ser más amables, cordiales y cálidos con los pacientes que la reciben, y darles ánimos y comentarios positivos que influyan en el informe del paciente. Para evitar esto se establece un requisito adicional: que quienes administran el medicamento (real o simulado) tampoco sepan qué le están dando al paciente. Esto es lo que se conoce como “doble ciego”.

El mecanismo de doble ciego disminuye (pero no elimina) muchos aspectos subjetivos de estudios no sólo de farmacología, sino de otros tipos. Junto con el placebo y los esfuerzos por distribuir aleatoriamente los grupos de personas estudiadas para que sean homogéneos en cuanto a edad, sexo, historial clínico y otros aspectos, son herramientas que permiten tener mayor certeza en los resultados experimentales. Es por ello que en cuestiones de seguridad fundamentales como los medicamentos y los alimentos se exige que sean sometidos a estudios rigurosos que incluyan este mecanismo para tener una idea más fiable de su eficiencia y seguridad.

Pero el doble ciego no sólo se utiliza en medicina. Recientemente, el procedimiento dio una sorpresa en el mundo de la música. Durante una competencia de violín, la física especializada en acústica Claudia Fritz hizo que 21 violinistas profesionales tocaran seis violines (tres modernos, dos Stradivarius y un Guarnerius) y dijeran cuál preferían, para ver si efectivamente los violinistas podían distinguir las maravillas de los antiguos instrumentos italianos.

En una habitación con poca iluminación, con gafas de soldador para no distinguir los instrumentos y con perfume en las barbadas (donde se apoya la barbilla) para ocultar el olor de la madera antigua, los violinistas tocaron durante tres minutos cada uno de los violines en orden aleatorio, entregados por una persona que tampoco sabía cuál era moderno y cuál antiguo.

¿El resultado? Los violinistas seleccionaron por igual los modernos que los antiguos, salvo uno de los Stradivarius… que obtuvo las peores calificaciones generales. Por supuesto, los primeros sorprendidos fueron los violinistas, que antes del estudio estaban seguros que los Stradivarius y Guarnerius serían fácilmente identificables por su calidad de sonido superior.

Estudios similares han puesto en cuestión la calidad de otros productos en cuya percepción, lo que ocurre en nuestro interior parece influir más que los estímulos del exterior. Esto, por supuesto, no quita valor a la profundidad de nuestras emociones cuando creemos estar escuchando un Stradivarius, pero quizá nos ayude también a apreciar mejor un violín de bajo precio tocado con gran maestría.


El inventor del doble ciego


Al estudiar los efectos de la cafeína y el alcohol en la fatiga muscular, el británico William Halse Rivers Rivers se percató de que había componentes psicológicas en sus resultados, de modo que en los primeros años del siglo XX diseñó los primeros experimentos rigurosos de doble ciego “para eliminar todos los efectos posibles de la sugestión, la estimulación sensorial y el interés”. El procedimiento de doble ciego, sin embargo, no se generalizó sino hasta bien entrado el siglo XX.

El viento del sol

Esquema que muestra cómo el campo magnético
de la Tierra nos protege del viento solar
(Imagen D.P. de la NASA vía Wikimedia Commons)
Dirige la cola de los cometas, provoca las auroras boreales y australes y podría algún día llevarnos a las estrellas.

El 1º de septiembre de 1859, poco antes del mediodía, dos astrónomos aficionados, Richard Christopher Carrington y Richard Hodgson, observaron independientemente, por primera vez en la historia humana, una erupción solar, una súbita explosión en la superficie del sol que libera lo que parece una potente llamarada de un poder difícil de imaginar.

Esa misma tarde, el físico escocés Balfour Stewart, director del observatorio magnético Kew de Londres, registró una intensa anomalía magnética en el sol seguida, a las 4 de la mañana del día siguiente, por una intensa tormenta geomagnética, la más intensa, de hecho, que se ha registrado hasta el día de hoy. Las “auroras boreales” o luces del norte se llegaron a ver incluso sobre Venezuela, casi en el Ecuador del planeta, y fueron de una intensidad tal que el New York Times informó que a la una de la mañana se podía leer el diario sólo con esas fantasmales luces. Otro efecto de esta poderosa tormenta magnética fue el fallo temporal de los sistemas de telégrafos en todo el hemisferio norte. Para el día 4 de septiembre, la tormenta magnética amainó finalmente.

Poco tardaron los científicos en conectar la erupción solar observada por Carrington y Hodgson con la perturbación magnética y la tormenta subsiguiente. Una brusca y colosal alteración del sol afectaba a nuestro planeta de un modo que apenas había sido entrevisto por algunos teóricos y abría toda una nueva avenida de investigación sobre nuestro universo.

El sol emite continuamente y en todas direcciones un flujo de plasma (el cuarto estado de la materia, ni gaseoso, ni líquido ni sólido) compuesto por electrones libres, protones y iones altamente energizados y que sale despedido a una velocidad media de unos 400 kilómetros por segundo, pero que puede ser muchísimo más rápida en el caso de erupciones solares violentas. Es el llamado “viento solar”, que fue descubierto en la década de 1950 por el astrónomo alemán Ludwig Biermann. El científico observó que sin importar en qué punto de su órbita esté un cometa, su cola siempre apunta en sentido contrario al sol, y teorizó que esto se debía a un flujo continuo de partículas emitidas por el sol, que ya había sido sugerido por el astrofísico Arthur Eddington en 1910.

El viento solar no es producido únicamente por el calor del sol (calculado en 15 millones de grados centígrados en su interior y en 6.000 ºC en su superficie), sino por el campo magnético del sol. De hecho, el viento solar escapa de la atmósfera del sol primordialmente por sus polos magnéticos.

El viento solar es extremadamente potente. Para darnos una idea, los datos de la nave Mars Global Surveyor indican que, efectivamente, nuestro vecino Marte tuvo una atmósfera mucho más densa en el pasado, pero esta atmósfera fue literalmente arrastrada hacia el espacio por el viento solar.

¿Por qué no pasa esto en la Tierra? ¿No estamos en peligro de que estas potentes emisiones del Sol nos dejen sin nuestra preciada y vital atmósfera? Lo estaríamos a no ser porque tenemos algo con lo que no cuenta el planeta rojo, lo más parecido al “escudo de fuerza invisible” de la ciencia ficción: el campo magnético de la Tierra.

El campo magnético

Nuestro campo magnético o magnetosfera se distingue por dos zonas llamadas “cinturones de radiación Van Allen”, en forma de donut o, como le llaman los topólogos, “toro”, alrededor de nuestro planeta. Están formados por partículas altamente cargadas provenientes de los rayos cósmicos y, principalmente, del viento solar.

El viento solar se encuentra con la magnetosfera de modo similar a como lo hace el agua con la proa de un barco, desviándose de modo que no choca directamente con la atmósfera terrestre. En su recorrido, las partículas del viento solar que logran penetrar el campo magnético quedan atrapadas en los cinturones de Van Allen. Al mismo tiempo, el viento solar transfiere partículas y energía a la magnetosfera, cuyos electrones e iones viajan por las líneas del campo magnético hacia los polos, provocando las auroras boreales (en el norte) y australes (en el sur).

Mientras más intenso es el viento solar, como en el caso de la explosión de 1859, mayor es la perturbación del campo magnético de nuestro planeta y éste recibe más energía que podemos ver en la forma de auroras y en diversas alteraciones de la ionosfera e incluso de dispositivos eléctricos y electromagnéticos en la superficie de la Tierra, como ocurrió con los telégrafos en 1859.

Pero, si el viento solar tiene esa fuerza tan asombrosa, ¿no se podría utilizar para impulsar una vela, como el viento de la atmósfera terrestre es aprovechado por los veleros?

Ya en la década de 1920, el pionero ruso de la astronáutica Konstantin Tsiolkovsky propuso usar “la presión de la luz del sol” para viajar por el cosmos, una idea que se fortaleció conforme se comprendían mejor el viento solar y la presión que ejerce la radiación solar, y que fue retomada con entusiasmo por la ciencia ficción de las décadas de 1950 a 1980.

El viento solar y los fotones que forman la luz del sol, se teorizó, podrían ser empleados por una “vela” de un material reflectante muy, muy ligero. Para poder aprovechar la fuerza del sol, tal vela tendría que ser extremadamente grande. En la década de 1970, por ejemplo, un equipo de la NASA propuso un velero solar para encontrarse con el cometa Halley, y cuya vela debería tener 600.000 metros cuadrados, 50% más grande que la Plaza de Tiananmen, en Beijing.

La primera, y única hasta ahora, vela solar en funcionamiento es la de una nave experimental de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA), llamada IKAROS (siglas en inglés de “nave cometa interplanetaria acelerada por la radiación del sol). Lanzada el 21 de mayo de 2010, consiguió demostrar la viabilidad de la tecnología de la vela solar, completando con éxito la misión de viajar hasta Venus, planeta a cuya vecindad llegó en diciembre de 2010, demostrando que la enorme fuerza de nuestra estrella, el viejo Sol, podría ser la que nos lleve algún día hacia otras estrellas, el viejo sueño del cosmos.

El peligro de una tormenta solar

El riesgo, pequeño pero real, de que una tormenta solar especialmente violenta en un Sol en gran actividad pueda provocar alteraciones en dispositivos y sistemas eléctricos y electromagnéticos ha sido inspiración de algunas fantasías que aseguran que en el 2012 habrá una tormenta aún más intensa que la de 1859. Los astrofísicos no están de acuerdo. Aunque 2012-2013 marcarán será el pico del ciclo de 11 años de actividad de nuestra estrella, desde 2008 sabemos que este ciclo resultó especialmente tranquilo, el menos intenso desde 1928.