Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Las conexiones cerebrales hackeadas

Estamos habituados a que nuestras percepciones nos den una representación fiable del mundo. Pero en algunos casos podemos perder hasta la capacidad de percibir nuestro propio rostro.

Un intento por representar cómo ve a la gente una persona
con prosopagnosia, la incapacidad de reconocer los rostros.
(Foto CC de Krisse via Wikimedia Commons)
Es común decir que no vemos con los ojos, sino que vemos con el cerebro (o, más precisamente, el encéfalo, que incluye a otras estructuras además del cerebro). Es decir: la luz efectivamente es detectada en nuestra retina por receptores llamados conos y bastones, que la convierten en impulsos que viajan a través del nervio óptico cruzando el área visual del tálamo antes de llegar a la parte de la corteza cerebral que se llama precisamente “corteza visual”, ubicada en la parte posterior de nuestra cabeza, arriba de la nuca. Pero en todo ese proceso aún no hemos “visto” nada. Sólo cuando la corteza visual registra e interpreta los impulsos nerviosos se produce el fenómeno de la visión, es decir, la representación mental de la realidad visible.

Lo mismo se puede aplicar, por supuesto, a los demás sentidos. Todos los impulsos viajan hasta llegar al encéfalo pero es allí donde se produce el proceso de interpretación.

Y cuando ese centro de interpretación falla, por trastornos físicos, fisiológicos o de otro tipo, nuestra percepción y comprensión del mundo puede verse profundamente alterada.

Una de las formas más conocidas de estas alteraciones de la percepción es la sinestesia, una condición neurológica que no es una enfermedad o un trastorno patológico, en la que la estimulación de un sentido o una percepción conceptual dispara percepciones en otros sentidos que normalmente no serían estimulados por ella.

Por ejemplo, al olfatear algún alimento o bebida, la mayoría de las personas sólo perciben el aroma, pero alguien con sinestesia, al percibir un aroma, puede ver determinados colores. Un catador sinestésico, por ejemplo, dice que el sabor de ciertos vinos blancos le evoca un color azul aguamarina. Otros sinestetas pueden experimentar sabores al escuchar sonidos o, alternativamente escuchar sonidos al ver ciertos objetos. Algunas personas con gran capacidad de realizar cálculos mentalmente “ven” los números como si tuvieran un color determinado, y en las operaciones matemáticas manipulan colores más que trabajar con los números.

Aunque la sinestesia fue descrita ya por Francis Galton, primo de Charles Darwin, a fines del siglo XIX, no empezó a ser estudiada científicamente sino hasta 1980 por el neurólogo Richard E. Cytowic, que eventualmente escribió el libro “El hombre que saboreaba las formas” explicando el trastorno. Aunque se sabe por tanto poco de esta condición, algunos estudios indican que en los sinestetas las conexiones neurales entre distintas áreas sensoriales del encéfalo tienen más mielina, sustancia que recubre las neuronas permitiendo que los impulsos nerviosos viajen más rápidamente. Esto podría ser parte de la explicación de esta curiosa unión de los sentidos en nuestro cerebro, comunicando zonas que generalmente estarían aisladas entre sí.

Las inquietantes agnosias

Otras alteraciones mucho más inquietantes y claramente patológicas son las diversas agnosias. La palabra “agnosia” significa ausencia de conocimiento, y se usa para denotar a las afecciones en las cuales la persona no puede reconocer ciertos objetos, sonidos, formas, aromas, personas o conceptos pese a que su sistema sensorial esté intacto. El problema se origina habitualmente con una lesión o enfermedad neurológicas.

Así, por ejemplo, una persona con agnosia del color puede reconocer el color verde y diferenciarlo de otros colores distintos, pero no distinguirlo y nombrarlo, de modo que puede parecerle perfectamente normal el proverbial perro verde.

Hay más de 25 formas de agnosia reconocidas, principalmente de tres tipos: visuales, auditivas y táctiles. Algunas sencillas como la sordera cortical, en la que los sonidos simplemente no son percibidos. Otras se expresan de modo más complejo, como la prosopagnosia o ceguera a los rostros, en la que los pacientes no pueden reconocer rostros que les deberían ser familiares. Incluso pueden no reconocer su propio rostro. Al verse en un espejo saben que ese rostro les pertenece, pero es como si lo vieran por primera vez. Igualmente, al ver una fotografía de una persona conocida o un familiar pueden describir el rostro, decir si es hombre o mujer, su edad aproximada y otras características, pero sin reconocer que pertenece a una persona que conocen previamente. Otra forma de agnosia visual hace que no se puedan reconocer ciertos objetos más que en su función general: un paciente puede identificar que un tenedor es una herramienta que sirve para comer, pero lo puede confundir con una cuchara o un cuchillo, que también sirven para comer, sin ser capaz de distinguirlos entre sí.

La negligencia es una de las más extrañas formas de agnosia en la que el afectado no reconoce nada que esté de uno de los lados: se peinan o afeitan o maquillan sólo un lado del rostro, pueden sólo ver un lado de un corredor o un cuadro e incluso comer sólo la comida que está en un lado del plato, como si todo lo que estuviera del otro lado simplemente no existiera.

Los trastornos pueden tener una expresión opuesta y en vez de afectar a las percepciones pueden alterar las acciones de las personas, la llamada “apraxia” o incapacidad de realizar c ciertos movimientos o acciones. Si en las agnosias el sistema de percepción está intacto, en las apraxias los afectados no tienen problemas musculares, pero su encéfalo es incapaz de ordenar, por ejemplo, que se muevan correctamente para crear expresiones faciales, mover uno o más miembros o incluso no poder hablar.

Las distintas formas de la agnosia y la apraxia, junto con la identificación de las lesiones encefálicas a las que está asociada cada una de ellas, han permitido ir haciendo un mapa que indica en qué punto se procesa determinada información, ayudando a la comprensión de nuestro cerebro, su estructura, organización y funcionamiento, mientras al mismo tiempo se indagan formas de diagnosticar correctamente las agnosias conseguir la curación de los afectados por la agnosia, o al menos una recuperación parcial que les permita funcionar en su vida cotidiana reduciendo los efectos del trastorno.

Oliver Sacks y las agnosias

El neurólogo Oliver Sacks, conocido por su trabajo con las víctimas de encefalitis letárgica relatado en la película “Despertares”, con Robin Williams en el papel de Sacks, también ha estudiado las agnosias. Sus casos más apasionantes están reunidos en el libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, título referido a un paciente con agnosia visual un día tomó la cabeza de su mujer intentando calársela como un sombrero, incapaz de distinguir distintas cosas salvo por estar relacionadas con la cabeza.